Está reconocido en el derecho internacional –aunque lamentablemente no se cumpla– que las personas refugiadas palestinas, independientemente de los acontecimientos concretos que desencadenaran su desplazamiento forzoso, tienen derechos inalienables. La Resolución 194 de Naciones Unidas impide legalmente a Israel vulnerar esos derechos.
El 15 de mayo de 2023 se cumplen 75 años de la Nakba palestina. Las y los palestinos de todo el mundo conmemoran el trágico acontecimiento conocido como la Catástrofe por el que, entre finales de 1947 y mediados de 1948, casi 800 mil personas palestinas se convirtieron en refugiadas y casi 500 ciudades y pueblos fueron limpiados étnicamente de sus habitantes en la Palestina histórica.
La despoblación de Palestina se ejecutó durante meses; en realidad, ha proseguido años después de que supuestamente concluyera la Nakba. Aunque lo cierto es que la Nakba nunca concluyó. Las comunidades palestinas de Jerusalén Oriental, de las colinas del sur de Hebrón, del desierto de Naqab y de tantas otras áreas siguen padeciendo al día de hoy las consecuencias de la ambición de supremacía demográfica que persigue Israel. Y, por supuesto, millones de personas palestinas refugiadas siguen siendo apátridas y se les sigue privando de sus derechos políticos y humanos elementales.
En un discurso pronunciado en 2001 ante la Conferencia Mundial de Naciones Unidas contra el Racismo, la intelectual palestina Hanan Ashrawi describió acertadamente al pueblo palestino como “una nación cautiva, rehén de una Nakba permanente”. Profundizando, Ashrawi describió esta “Nakba permanente” como “la materialización más elaborada y omnipresente del colonialismo, el apartheid, el racismo y la victimización”. Eso significa que no debemos considerar la Nakba como un suceso de un tiempo y un espacio limitados.
Aunque la afluencia masiva de refugiados en 1947 y 1948 fue resultado directo de la campaña sionista de limpieza étnica trazada en el Plan Dalet, ese acontecimiento dio paso oficialmente a una Nakba mayor que continúa hasta nuestros días. El Plan Dalet o Plan D lo promovieron los dirigentes sionistas y lo ejecutaron las milicias sionistas con el objetivo de vaciar Palestina de la mayoría de sus habitantes originarios. Lo hicieron con éxito mientras preparaban a la vez el terreno para décadas de violencia y sufrimiento cuya peor parte ha recaído sobre el pueblo palestino.
De hecho, la actual ocupación israelí y el consolidado régimen de apartheid que se impone en Palestina no son solo los resultados previstos o imprevistos de la Nakba, o sino las manifestaciones directas de una Nakba nunca concluida realmente.
Está reconocido en el derecho internacional –aunque lamentablemente no se cumpla– que las personas refugiadas palestinas, independientemente de los acontecimientos concretos que desencadenaran su desplazamiento forzoso, tienen derechos inalienables. La Resolución 194 de Naciones Unidas impide legalmente a Israel vulnerar esos derechos.
Es más, la Resolución 194 (III) de la AGNU (Asamblea General de Naciones Unidas) de 1948 resolvió que “debe permitirse a las y los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos que lo hagan lo antes posible”. De esto se deben hacer cargo, según Naciones Unidas, “los gobiernos o autoridades responsables”.
Como Israel es el responsable, Tel Aviv se movió rápidamente para evadirse de toda culpa o responsabilidad. Los archivos de alto secreto que han recuperado investigadores israelíes y de los que informa el periódico israelí Haaretz, incluyen un documento llamado GL-18/17028 que demuestra cómo el entonces primer Primer Ministro de Israel, David Ben Gurion, intentó reescribir la historia poco después de completarse la primera y más importante fase de la limpieza étnica de Palestina. Para lograr su objetivo, Ben Gurion eligió la más inmoral de todas las estrategias: culpar de la supuesta huida de la población palestina a las propias víctimas palestinas.
Pero, ¿por qué se preocuparon los triunfantes sionistas de cuestiones aparentemente triviales como el relato?
“Así como el sionismo forjó en pocas décadas un nuevo relato para el pueblo judío, [Ben Gurion] comprendió que la otra nación que había habitado el país antes del advenimiento del sionismo intentaría formular también el suyo propio”, escribía Haaretz. Esa "otra nación" es, por supuesto, el pueblo palestino.
El punto crucial del relato sionista sobre la limpieza étnica de Palestina se basó en difundir la afirmación de que las y los palestinos se fueron por elección, aunque para los propios sionistas estaba cada vez más claro que “sólo fueron un puñado de pueblos los que se abandonaron siguiendo las instrucciones de sus dirigentes locales o mujtars”.
Y no obstante, incluso en esos pocos casos aislados, buscar seguridad en otro lugar en tiempos de guerra no era un delito y no debería suponer la pérdida de su derecho inalienable a los refugiados. Si esta extraña lógica sionista se convirtiera en norma del derecho internacional, entonces las personas refugiadas sirias, ucranianas, libias, sudanesas y de todas las demás zonas de guerra perderían su derecho legal a sus propiedades y a la ciudadanía en sus respectivos países de origen.
Pero la lógica sionista no pretendía sólo cuestionar los derechos legales o políticos del pueblo palestino; formaba parte de un proceso de mayor calado conocido por los intelectuales palestinos como el borrado: la destrucción sistemática de Palestina, de su historia, de su cultura, de su lengua, de su memoria y, por supuesto, de su pueblo. Este proceso ya se advertía en los primeros discursos sionistas, en los que se daba a entender de manera malintencionada que la patria del pueblo palestino era una tierra sin pueblo, y esto, incluso décadas antes de que Palestina fuera vaciada de sus habitantes.
La negación de la existencia misma de las y los palestinos se expresó en muchas ocasiones en el discurso sionista y sigue utilizándose en la actualidad.
75 años de Nakba permanente y de negación de la existencia misma del enorme crimen cometido por Israel y sus cómplices exigen una comprensión mucho más profunda sobre lo que ha recaído y sigue recayendo sobre el pueblo palestino.
Las y los palestinos debemos insistir en que la Nakba no es una cuestión política aislada a discutir con Israel, ni está sujeta al regateo de quienes dicen representarnos. “Los palestinos no tenemos ninguna obligación moral ni legal de acomodarnos a los israelíes a nuestra costa. Desde cualquier punto de vista, es Israel el que tiene la obligación de corregir la monumental injusticia que ha cometido”, escribió el reconocido historiador palestino Salman Abu Sitta en referencia a la Nakba y al Derecho al Retorno de las personas refugiadas palestinas.
La Nakba es una historia palestina que integra el pasado, el presente y también el futuro. No es sólo una historia de victimización sino también de Sumud –firmeza– y resistencia. Es el parámetro que unifica a todas y todos los palestinos más allá de las limitaciones que imponen las facciones, la política o la geografía.
Para los y las palestinas, la Nakba no es una fecha acotada. Es la historia entera cuyo colofón escribirá, esta vez, el propio pueblo palestino.