Varios muros insalvables rodean Israel y le impedirán convertirse en una entidad colonial triunfante contra los nativos, de las que evolucionan a ‘democracia liberal’ como Australia, Canadá o EE UU tras conseguir saquear todo el territorio a sus dueños autóctonos.
Las imágenes del 7 de octubre de 2023 con los indígenas palestinos rompiendo el cerco del gueto de Gaza en el que llevan encerrados a la fuerza 75 años —tras ser desposeídos de todo— van a tener un efecto histórico en acelerar el colapso del régimen colonial, que ya era inevitable. Mientras tanto, estos meses atrás habían aparecido algunos términos novedosos en el congelado discurso que la izquierda solía emplear sobre Palestina desde hace décadas.
Está por ver cómo afecta el histórico Prison Break del megacampo de confinamiento de Gaza a ese discurso, pero los primeros síntomas son de confusión en la izquierda institucional. ¿Tienen derecho a salir los palestinos de su encierro? ¿apoyamos la causa palestina pero a la vez son terroristas? ¿sufren un apartheid y colonialismo pero solo debemos concederles leche y azúcar a través de nuestras ONG? ¿Era comprensible, aunque no deseable, que los nativos norteamericanos atacasen las filas de carromatos de colonos blancos que avanzaban por sus praderas del Oeste americano, e incluso les secuestrasen? ¿Y qué debemos decir entonces de los nativos palestinos que han secuestrado a colonos israelíes mientras bailaban en una rave techno en las tierras de los encerrados en el gueto de Gaza?
La izquierda europea y la latinoamericana, salvo contadas excepciones, han reproducido el lenguaje confuso impuesto por los opresores del pueblo palestino: el vocabulario contenido en los Acuerdos de Oslo de hace 30 años. Fraudulentos Acuerdos como luego se explicará. Este fosilizado discurso parecía estar cambiando en algunos sectores de izquierda junto a la precipitación de eventos en Palestina. Parecía que parte de la izquierda era capaz de ver que el tiempo histórico se aceleraba. Otra gran parte de la izquierda, no. No asociaban los elementos: el incremento de la opresión desde 2021 y especialmente el resultado del enfrentamiento con Gaza en mayo de ese año, la resistencia armada palestina multiplicando acciones y el terror en aumento dentro del régimen a un enfrentamiento total con Líbano y otros actores regionales. Y, sin embargo, todo forma parte de un proceso de avance hacia un horizonte. El derribo de la jaula de Gaza del sábado 7 de octubre deja a buena parte de la izquierda aún más descolocada y desarticulada en el lenguaje. En este artículo se analizará más adelante esto.
Y ello simultáneo a la crisis interna del aparato israelí: convulsiones y espasmos en forma de reiteradas elecciones anticipadas, grandes manifestaciones de la facción de la sociedad colona que defiende una democracia supremacista contra la que defiende la autocracia supremacista de Netanyahu, autogolpe institucional, etc. Todo esto ya mostraba el inicio de la descomposición del régimen israelí, y con él arrastrando a la élite de su departamento indígena subcontratado llamado Autoridad Palestina.
¿En realidad Palestina está en la cuenta atrás como la Argelia colonizada de los años 40 o 50, o la Sudáfrica de los años 70?, ¿a una generación de distancia —o menos— del fin de su opresión?.
El cadáver israelí que todavía camina
El régimen israelí aparenta mantener un rol protagonista en Asia Occidental firmando acuerdos con los regímenes árabes de alrededor, seguirá respaldado hasta el último día por EE UU y UE, posee un ejército muy poderoso e incluso decenas de bombas nucleares. Se podría pensar que la actual crisis institucional israelí no es diferente a la de muchos países occidentales. Cinco elecciones en cuatro años o grandes manifestaciones contra un gobierno que propone reformas institucionales no debería alarmar sobre la solidez de un régimen. Es significativo que la disputa política entre las facciones de israelíes estriba en conservar o suprimir el barniz de democracia liberal de su Estado, pero ambos sectores comparten un consenso en proseguir la limpieza étnica y el apartheid a los indígenas. Asesinar niños palestinos —como reflexionaba el autor Yossi Klein en el periódico israelí Haaretz el pasado mayo— produce un hermanamiento en la sociedad colona israelí, y este pilar ideológico común teóricamente otorga una robustez añadida al aparato israelí. Demócratas supremacistas frente a autócratas supremacistas, con los nativos en sus guetos correspondientes.
Sin embargo, varios muros insalvables rodean Israel y le impedirán convertirse en una entidad colonial triunfante contra los nativos, de las que evolucionan a ‘democracia liberal’ como Australia, Canadá o EE UU tras conseguir saquear todo el territorio a sus dueños autóctonos. Ese no va a ser su camino y por eso lo que observamos es una sociedad colonial israelí consciente de ello y que se revuelve contra sí misma.
El proyecto supremacista de colonos en Palestina está destinado a ser una empresa fallida antes de dos décadas como fueron Argelia, Rhodesia, Angola o Sudáfrica. Las bases de ese triunfo palestino se remontan a la Nakba de 1948 cuando la población palestina sufrió un masivo desplazamiento forzoso, desposesión y limpieza étnica. Sin embargo, la gran mayoría de nativos, aunque expoliados y desplazados, consiguieron quedarse dentro del territorio palestino y sentar las bases de la victoria demográfica actual.
Ese es el primer muro y más decisivo, la demografía. A pesar de las sucesivas oleadas de inmigrantes judíos durante cien años a Palestina, renombrada estas décadas como Israel, los indígenas hoy son el 52% de la población frente al 48% de sociedad colona israelí. Sumando los nativos que poseen una ciudadanía israelí de tercera categoría, más los nativos que sobreviven bajo dictadura militar de distintos grados en Jerusalén, en los guetos de Cisjordania y en el de Gaza, su número sobrepasa a la suma de colonos. Aceptando el mejor censo-ficción israelí que sigue incluyendo a cientos de miles de colonos que ya se han marchado a vivir a occidente, 7,6 millones de palestinos (38% menores de 15 años) superan a 7,1 millones de israelíes judíos (28% menores de 15 años). Incluso los demógrafos israelíes hablan de una proporción menor al 47%. En menos de dos generaciones se alcanzará la proporción de dos tercios para los palestinos. Estos números demográficos nunca se mencionan en los medios occidentales porque es una fotografía que permite comprender al instante lo que ocurre y lo que ocurrirá. Ante estos números, es obvio que el régimen colapsará salvo que ejecute un genocidio masivo o una limpieza étnica de millones de palestinos.
Además de la fuga de colonos, la fuga de capitales a bancos occidentales por parte de israelíes alcanza niveles récord. Ya se sabe que el dinero es el elemento más cobarde. En el futuro se alcanzará un punto crítico de pánico multiplicando ambas fugas: la económica y la demográfica.
Hay más muros que aprisionan al régimen israelí. Su superioridad militar no es suficiente para proteger sus frágiles infraestructuras vitales y a su sociedad colona que vive concentrada y vulnerable en una limitada franja entre Acre y Jerusalén. En 2021 Israel realizó un ataque a gran escala contra Gaza y a los diez días tuvo que anunciar un alto el fuego. En 2022 y 2023 nuevos ataques se redujeron a pocos días, a pesar de las familias enteras despedazadas intencionadamente mientras dormían. Por el contrario hace casi diez años, en 2014, Israel no necesitó detener sus bombardeos sobre Gaza durante dos meses de masacre y 2.300 personas asesinadas (500 niños y niñas). La diferencia de estos años frente a 2014 se explica en las mayores capacidades de la resistencia palestina. En 2021 las defensas antiaéreas israelíes se agotaron en diez días contra los cohetes de Gaza, y EE UU tuvo que rellenárselas meses después. El espacio aéreo controlado por Israel estuvo cerrado, y puertos, aeropuertos y zonas industriales fueron alcanzados por cohetes palestinos. Por otro lado, desde 2014 los tanques y soldados israelíes tampoco se atrevían a entrar en Gaza.
Ahora, la contraofensiva de la resistencia palestina rompiendo el cerco de Gaza ha mostrado que no solamente los tanques israelíes ya eran destruidos dentro del gueto, sino que los palestinos los destruyen fuera, con misiles o drones. Todo ha cambiado respecto a 2014. Por supuesto los palestinos y sus cohetes no pueden derrotar militarmente al ejército israelí, pero pueden hacer pagar un coste desorbitado a la sociedad colona que los propios israelíes no estén dispuestos a afrontar, lo que de facto equivale a una derrota.
Por eso Israel ha tratado de mantener dormido el frente de Gaza mientras se ha enfocado más en su sueño de intentar expulsar a los casi cuatro millones de palestinos de Jerusalén y Cisjordania. Esa estaba siendo su estrategia: elevar al máximo la opresión en Cisjordania y Jerusalén y controlar el frente norte de Líbano. Intentar dejar congelado eternamente el campo de confinamiento de Gaza no ha dado resultado: los nativos confinados en Gaza han dado una patada al tablero, y a los diputados del partido de Netanyahu solo les queda clamar desesperados por otra imposible Nakba, otra imposible limpieza étnica masiva como en 1948.
“Israel está en guerra”… desde hace 75 años, contra los palestinos
El sábado Netanyahu dijo que Israel estaba en guerra, aunque omitió decir que está en guerra desde hace 75 años contra los nativos palestinos, y expuso los tres puntos de su respuesta: encerrar de nuevo en el gueto a los nativos armados que habían logrado humillar a Israel, ejecutar una venganza arrasando Gaza y advertencia a Líbano de que no se involucrase. El segundo y tercer puntos son una expresión de deseo y no de realidad, y eso muestra su debilidad. Después exigió a los palestinos del gueto que abandonasen Gaza si no querían morir todos. Una promesa de genocidio aceptable para Europa y EE UU, que tampoco se cumplirá aunque necesite aliviar a su aterrorizada sociedad colona.
Si Israel ya no puede abrir un enfrentamiento total con el campo de concentración de Gaza, menos aún con Líbano. Los túneles libaneses de cientos de kilómetros esconden una potencia de fuego en cohetes, misiles, drones y antitanque miles de veces superior a la de Gaza. Estas amenazas a pocos kilómetros de las urbes coloniales israelíes no las pueden resolver las bombas atómicas. Uno de los momentos más descriptivos de esa incapacidad contra su frente del norte ocurrió en abril de 2023 cuando recibió varios cohetes desde Líbano como respuesta a su opresión en Jerusalén. Israel no se atrevió a culpar a Hezbollah y por tanto tampoco se atrevió a iniciar un enfrentamiento a gran escala contra Líbano por el precio a pagar para los israelíes. Realizó una operación de distracción bombardeando de forma limitada el gueto de Gaza, no Líbano.
En la próxima respuesta del régimen contra Gaza durante estos próximos días, en la que seguramente asesinará a cientos de palestinos, el límite lo marcarán los misiles y drones que desde Líbano vayan siendo lanzados hacia la sociedad colona israelí. La encrucijada israelí es irresoluble y no conseguirá apaciguar el terror de los israelíes. Cada cohete y misil de los palestinos que impacta significa un incremento en el número de colonos que desean huir hacia otros países. Si se suma la llegada de misiles desde Líbano eso supondrá el pánico en los colonos. Escalar hasta una vía militar desenfrenada solo conduce a un dolor desconocido para la sociedad colona israelí, que nunca ha pagado un precio de sufrimiento como el que sí han pagado los civiles de los países de la región por las agresiones israelíes.
Las estrategias militares han fallado y también las estrategias de fragmentar y aislar a unos palestinos de otros. En 2021 su opresión en Jerusalén activó no solo la resistencia armada de Gaza, sino una resistencia civil global en toda Palestina en movilizaciones y huelga general, incluidos los dos millones de palestinos con ciudadanía del régimen de tercera categoría.
El callejón sin salida israelí
Israel está en un callejón sin salida militar y se ha movido en estrategias al filo de la navaja: masacres específicas de líderes de la resistencia en Gaza y sus familias sin llegar a la guerra total (agosto 2022, mayo 2023) y ejecuciones incesantes de combatientes en Cisjordania. Todo medido sin activar demasiado la resistencia armada palestina. Junto a esto, intentar impedir el reforzamiento militar regional bombardeando territorio sirio.
La geopolítica tampoco juega a favor de Israel con la progresiva debilidad de EE UU-UE en Asia occidental y en el resto del planeta, junto al reposicionamiento de los actores regionales. Los regímenes árabes no son estúpidos a pesar de ser cómplices en la opresión al pueblo palestino. Aunque sus regímenes entablen relaciones oportunistas con Israel y le concedan fotos en los enterrados y vacíos Acuerdos Abraham. Los regímenes árabes no recibirán los F35 y misiles de EE UU que esperaban con estos acuerdos, y el artefacto colonial ha fracasado en la creación de una OTAN árabe-israelí que actuase como escudo protector de Israel. Aún más, las oligarquías árabes históricamente subordinadas a EE UU y a Israel, ahora se reposicionan a la contra en lo regional y en lo global.
A los gigantescos acuerdos económicos que firman con China y Rusia se une la diplomacia de estos dos países, que ya ha logrado el impensado reencuentro entre Arabia Saudí e Irán. La Liga Árabe ha tenido en las últimas décadas una actuación infame pero de un día para otro las declaraciones, palabras y términos pueden cambiar.
Eso se ha visto en el comunicado del régimen saudí sobre la operación palestina rompiendo el confinamiento de Gaza, en el que responsabiliza inequívocamente a Israel en su política de opresión y colonización: “Es el resultado de la continua ocupación y privación del pueblo palestino de sus derechos legítimos por Israel”.
En estos giros de la historia, las mismas oligarquías árabes que han sido enemigas del pueblo palestino y de otros pueblos de la región serán las primeras en presentarse en Jerusalén en el futuro para felicitar a los palestinos el día después de la caída del régimen. EE UU y Reino Unido también lo hicieron así con Mandela tras considerarle terrorista hasta 2008 y apoyar el régimen de apartheid sudafricano durante décadas.
El extremismo israelí es la naturaleza de un régimen colonial
Por último, hay que entender que todo esto no es producto de que Israel haya derivado en un descarnado extremismo por Netanyahu o Ben Gvir. Toda colonización de colonos contra nativos en su tierra es extremista y fascista, aunque se disfrace de democracia como los EEUU del siglo XIX. La desposesión y expulsión por las armas es fascismo. Que se revele la auténtica ideología fascista de un régimen colonial es la consecuencia, no la causa, de un fracaso. No es diferente al extremismo final de los colonos franceses en Argelia (OAS) o de la sociedad de colonos blancos europeos en Sudáfrica (Movimiento de Resistencia Afrikáner). Argelia y Sudáfrica padecieron colonizaciones mucho más largas que Palestina y en los últimos años de opresión sus indígenas sufrieron una violencia añadida de grupos paraestatales, como la nueva milicia de colonos extremistas del ministro Ben Gvir.
Las encrucijadas de la resistencia palestina
La resistencia palestina también se ha movido en dilemas hasta la secreta y masiva operación militar de ruptura del cerco de Gaza. El mayor de ellos es cómo minimizar el coste humano. Aunque un pueblo decidido a descolonizarse, como el palestino, argelino o vietnamita, no hace cálculos de cuál será la factura final de su sufrimiento en esa lucha de décadas, es obvio que siempre se intenta minimizar ese precio. No se debe caer en los extremos de fetichizar la resistencia del pueblo palestino, ni desde nuestra comodidad pensar que los palestinos son unos irresponsables y locos por las vidas palestinas que ahora se perderán.
Hasta ahora se trataba de presionar a la sociedad colona en la consciencia de su fragilidad e inducirla a pensar, a temer, que cada vez es más próxima esa guerra total y del coste que tendrá que pagar. Que eso incremente su pánico para que prosiga su descomposición multiplicando la huida de colonos y al mismo tiempo intentando pagar el menor coste posible de sangre palestina. Dentro de la tragedia y la rabia por las masacres israelíes, también hay estrategia. La operación de la ruptura de la cárcel de Gaza elevará a niveles nunca vistos la sensación de fragilidad y terror de los israelíes aunque conlleve un coste muy alto.
La izquierda y su lenguaje con Palestina
Este escenario del ocaso israelí y la histórica operación de la resistencia en Gaza es coincidente con el desmoronamiento del decorado y el lenguaje construidos hace 30 años con los fraudulentos Acuerdos de Oslo.
A principios de los 90, en los primeros años de la corta hegemonía mundial de EEUU se produjeron tres derrotas simultáneas de las luchas descolonizadoras: los Acuerdos de Oslo para Palestina, el incumplimiento de la autodeterminación del pueblo saharaui y el arreglo negociado de la no descolonización de Sudáfrica, ya que mantiene la forma estatal y las estructuras económicas y de propiedad heredadas del apartheid blanco. La izquierda occidental no analizó correctamente el caso palestino mientras que mantiene un aparente apoyo a la descolonización del Sáhara.
Los Acuerdos de Oslo atrofiaron el discurso de la izquierda
El evidente proceso de colonialismo por asentamiento de colonos y reemplazo demográfico forzoso contra los indígenas palestinos fue transformado por los Acuerdos de Oslo en un falso acuerdo entre supuestas partes iguales. Con ello también se transformó el lenguaje manejado internacionalmente a través del cual se definía la relación entre opresor y oprimido.
Todo el vocabulario de la izquierda utilizado en la segunda mitad del s.XX como invasión, liberación nacional, descolonización, lucha, apartheid, desposesión, reemplazo demográfico forzoso, limpieza étnica, resistencia, combatientes, reclusión en guetos, tortura, crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, derecho al retorno, e incluso el derecho internacional, fue abandonado en su mayor parte. En su lugar se reemplazó por conceptos como reconocimiento, ambas partes, mesa de negociación, diálogos, acuerdos, proceso de paz, dos Estados, gobierno palestino, compromiso, garantías de seguridad para el colonizador, petición de moderación a colonizador y colonizado, coordinación, terrorismo, islamismo, antisemitismo, derecho de Israel a existir y defenderse, ocupación referida sólo a Cisjordania y Gaza, enfoque exclusivo sobre derechos humanos, omitir sistemáticamente el derecho al retorno de los millones de palestinos, etc.
Para imponer el nuevo lenguaje, los Acuerdos de Oslo contaron con la complicidad de la élite política palestina que buscó resucitarse a sí misma tras estar desplazada de todo liderazgo durante la Primera Intifada al estar exiliada a miles de kilómetros en Túnez, junto a otros factores. La parte firmante palestina poseía una trayectoria histórica que aparentemente la validaba para firmar esa traición a los derechos del pueblo palestino. Esa élite política palestina de la OLP fue apoyada, o presionada, por la oligarquía interior palestina deseosa de normalizar las transacciones económicas y negocios con los colonizadores israelíes. La conjunción de ambas oligarquías palestinas —la política ausente del territorio y la económica presente— otorgaba el consentimiento gramsciano de los pueblos sometidos. Ghassan Kanafani estableció que la oligarquía reaccionaria indígena era uno de los tres enemigos del pueblo palestino, porque una colonización también tiene una dimensión interna de lucha de clases.
A raíz de ese erróneo análisis, la izquierda otorgó una legitimidad a esa cúpula nativa y al departamento subcontratado que se creó, Autoridad Palestina, que nunca se dio a la camarilla indígena sudafricana que sostenía el apartheid de Pretoria gobernando bantustanes creados por el régimen supremacista blanco.
La sofisticación de los guetos palestinos es mayor que la de los guetos de Sudáfrica, contando con ministerios, embajadas, empleos que alivian económicamente a multitud de palestinos y una virtual estatidad internacional. Además este departamento de los guetos, cuya principal función es la represión interna gastando más que agricultura, educación y sanidad juntos, incorpora un cierto nivel de denuncia y críticas al régimen israelí, o incluso cuenta con un departamento para las presas y presos palestinos. Esto hace aumentar la confusión sobre lo que es en realidad la Autoridad Palestina. Gramsci analizó estos procesos de sumisión hace mucho tiempo, situando entre la fuerza y el consentimiento el elemento de la corrupción para neutralizar en este caso al pueblo palestino.
Y esa confusión es la que continúa hoy en la izquierda con el tipo de relación que se debe mantener con la estructura colonial llamada Autoridad Palestina, a pesar de que la representación de los oprimidos debe estar en quienes resisten a la opresión, no en quienes se someten a ella o en intermediarios. El ejemplo claro se vio en Gaza. ¿Quién representa a los oprimidos? ¿los resistentes que rompieron el cerco o la camarilla de Mahmoud Abbas? En Argelia y Sudáfrica la izquierda lo tenía claro.
Discurso humanitarista y aceptación de los guetos
Otro elemento que reforzó la adopción de este vocabulario por la izquierda fue la transformación de la economía colonial en Palestina que supusieron los Acuerdos de Oslo. A partir de ese momento irrumpieron en la sociedad nativa un ejército de ONGs de EEUU y Europa cuyas actividades y programas estaban financiados por esos países que a su vez patrocinan a la colonia israelí. Las ayudas se condicionaron a que los palestinos suprimieran su lenguaje de liberación, e incluso suprimieran el mero lenguaje de la legalidad internacional, a cambio de concederles algunos derechos humanos a través de esas ONGs. Esta ley del silencio impuesta por occidente a los nativos incluye a la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. Para recibir fondos tuvo que mutilar su lenguaje que incluso era de mera legalidad internacional, y su mandato existencial de ayudar a los refugiados palestinos ahora está condicionado a la posición política que tengan los nativos si quieren recibir leche o tratamiento médico.
Muchas de las personas europeas pertenecientes a esas financiadas ONGs a su vez han participado en occidente en redes de solidaridad con Palestina, o incluso han formado parte de partidos de izquierda. Por tanto, estas personas vinculadas a ONGs traían de vuelta a Europa o EEUU el lenguaje que ellas sobre el terreno imponían a los palestinos, y ha sido el vocabulario que han utilizado en occidente en artículos, informes o reuniones relacionadas con Palestina.
El miedo a la acusación de antisemitismo
Otro elemento que ha maniatado a la izquierda occidental sobre Palestina ha sido el temor a una posible acusación de judeofobia o, más comúnmente, el término manipulado de antisemitismo. A la inseguridad discursiva en muchos partidos de izquierda sobre la causa palestina por la confusión, ignorancia, o la creencia de que la cuestión colonial se zanjó en el siglo XX, se une el sentimiento de culpa inoculado culturalmente a todas y cada una de las personas occidentales, y no sólo a ellas, por el genocidio alemán contra las personas judías hace 80 años. Un sentimiento de culpa selectivo que se ha impuesto de forma universalizada y con su propio término, Holocausto.
Esto no existe en el caso del mismo genocidio perpetrado por Alemania contra millones de civiles soviéticos o personas gitanas, por ejemplo, a pesar de que estos tres grupos sociales (soviéticos, gitanos y judíos) estaban en el mismo nivel de infrahumanidad y de máximo exterminio para aquellos dirigentes alemanes. Israel obviamente sabe cómo opera esta acusación en el subconsciente occidental y ha establecido el antisemitismo como su última trinchera defensiva. Ha lanzado a sus lobbies por todo el mundo para que intenten imponer un contrato de lealtad con el régimen israelí. Instituciones, parlamentos, gobiernos, ayuntamientos, administraciones públicas y hasta la propia ONU están siendo presionadas por los agentes israelíes para que adopten la definición de antisemitismo IHRA, que no es más que un intento de censura, persecución de la solidaridad con Palestina y blindaje del régimen ante los crímenes que comete.
Estos treinta años han sido un largo período de retroceso de posiciones de la izquierda occidental aceptando los marcos impuestos por el poder, y en la cuestión palestina también. No sólo hay que estar explicando de forma reiterada que no es antisemitismo ni judeofobia combatir al sionismo y a su artefacto colonial en Palestina. Es peor aún. Hemos pasado de que la Asamblea General de la ONU declarase el sionismo como una ideología criminal y racista, a la posibilidad de que la ONU adopte el sionismo a través de la IHRA, y que se extienda la prohibición de la solidaridad con la causa palestina que ya impone Alemania.
La izquierda occidental es la izquierda de la metrópoli colonial de Palestina. Europa y EEUU son la metrópoli del régimen israelí y eso nos obliga a tener una responsabilidad mayor en el análisis y el lenguaje.
Uso del marco narrativo impuesto por los colonizadores
La socialdemocracia ya se rindió al colonialismo israelí en su conferencia internacional de la Internacional Socialista de 1960 en la ciudad de Haifa. La ciudad había sido limpiada étnicamente doce años antes, con espantosas masacres y con los escasos indígenas palestinos que quedaban en Haifa bajo una dictadura militar a escasos metros del cónclave. En aquel evento la Internacional Socialista emitió una declaración final defendiendo las descolonizaciones en el mundo, pero validando la colonización de Palestina. Por eso el sábado Pedro Sánchez llamó repetidamente terroristas a los nativos palestinos que se atrevieron a forzar su salida del gueto de Gaza pisando nuevamente sus tierras robadas.
Al margen de aquella socialdemocracia devenida hoy social-liberal, todo el espacio a su izquierda ha caído en mayor o menor medida en el error o ignorancia de utilizar gran parte del vocabulario de los Acuerdos de Oslo o el fabricado por la hegemonía mediática y cultural de occidente, que incluye conceptos fraudulentos y mitológicos como pueblo judío. Aún peor es el relato que hacen algunos sectores de la izquierda occidental con un repetido lamento trágico y doliente sobre las niñas y niños palestinos masacrados, pero vacío de denuncia colonial. Es una narrativa idéntica a las ONGs que buscan aliviar con algunos derechos humanos a los nativos. De la misma manera es dañino el abuso en la utilización hueca del término ocupación, ya que ésta debería hacer referencia a algo temporal, y evidencia una incomprensión, u ocultación, del proceso gradual de invasión permanente de Palestina en su totalidad.
Además, en multitud de proclamas desde la izquierda occidental que pretenden ser el culmen de la reivindicación escuchamos la exigencia del “fin de la ocupación” y “reconocimiento del Estado de Palestina”. Quienes dicen esto nunca explican en qué consistiría ese Estado de Palestina: ya fueran los centenares de guetos nativos inconexos, o como mucho, un estado basado en dos macroguetos como Cisjordania y Gaza si se diera un ilusorio abandono de Cisjordania de los 600.000 colonos. Es decir, lo que escuchamos en esos discursos es la petición por parte de la izquierda de que se identifique como Estado de Palestina a unos guetos menores o unos guetos mayores, en definitiva unos guetos, como enclaves indígenas dentro del régimen que ha colonizado toda Palestina. Significa haber perdido el concepto esencial de que Palestina sigue siendo todo el territorio desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo, aunque durante unas décadas haya sido renombrada por los colonos como Israel, tal como Zimbabwe fue renombrada por los colonos como Rhodesia.
Por todo ello, es una vergüenza que ONGs israelíes y occidentales hayan adelantado a numerosos sectores de la izquierda occidental en la definición del artefacto israelí como un régimen de apartheid y, por tanto, de crimen contra la humanidad. Incluso el apelativo de apartheid se queda corto en la descripción de Israel y llega demasiado tarde cuando los palestinos llevan muchas décadas utilizándolo, y aún así la izquierda no lo usa masivamente.
La no violencia como axioma absoluto
Esos lastres en la izquierda siguen operando en otras categorías.
Una es la acción del boicot completo al Estado israelí que a muchas organizaciones de izquierda les sigue dando pavor plantear y sólo lo admiten de forma muy concreta. Por supuesto que se debe hacer boicot, no sólo a una selección restrictiva de empresas sino a todo el artefacto colonial. Es una demanda que ya lanzaron las mujeres palestinas en 1929 e incluso nació antes, pero sigue siendo desoída en occidente y, por ejemplo, partidos políticos y sindicatos mantienen foros conjuntos y encuentros con organizaciones racistas israelíes equivalentes.
Otra es el tótem de la no violencia arraigado por décadas en occidente. Pero una cosa son las guerras capitalistas y otra las luchas de liberación y autodefensa. A esto hay que sumar el concepto de salvador blanco que mantenemos, por ejemplo creyendo que nuestro boicot de personas blancas europeas fue lo que consiguió derribar al régimen de apartheid de Sudáfrica. Esto es un desprecio a la resistencia indígena en Sudáfrica, Palestina, Vietnam, Angola, etc. y una amnesia de las lecciones del s.XX. Se ha olvidado que toda colonización es violenta y, por tanto, el proceso histórico de descolonización también lo es. Se debe recuperar la comprensión de que la ingobernabilidad de un régimen colonial frente a la resistencia en todas sus formas de una mayoría nativa es lo que derriba a estas construcciones en tierras de ultramar. No se trata de una sublimación o fascinación por la violencia, se trata de entender que es el lenguaje de la realidad diaria que han impuesto los colonizadores israelíes con la ayuda de EEUU y la UE. Se trata de entender que si la sociedad colona israelí no paga un precio en miedo y es obligada, entonces no renunciará a su privilegio y supremacismo.
La resistencia en todas sus formas por los nativos palestinos es un ejercicio legítimo que la izquierda no se atreve a proclamar, a pesar de haber aplaudido a Zelensky y apoyado el envío de armas a Ucrania. La lucha armada contra la opresión y colonización está reconocida en la legalidad internacional, de forma implícita en el mismo preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos y de forma explícita en diferentes textos, como la Resolución 3070 de la ONU. De los tres niveles de resistencia del pueblo palestino —la exigencia de derechos humanos, la movilización no violenta y la resistencia armada— la mayor parte de la izquierda occidental sólo ha expresado su apoyo a los dos primeros durante estas décadas. Declarar el apoyo a la lucha armada significaba caer en el trampantojo del terrorismo. Hay que recordar que el régimen israelí ha declarado como terrorismo a los tres niveles de resistencia, incluyendo a las ONGs palestinas de DDHH. La izquierda de la metrópoli colonial está en una contradicción con la lucha armada indígena en Palestina que todavía no ha resuelto, paralizada en la telaraña de “terrorismo”.
Por eso los Verdes Europeos hicieron un comunicado infame sobre la operación desde Gaza llamándola terrorismo. Era de esperar habiéndose convertido en el brazo izquierdo de la OTAN. Podemos cayó en utilizar una equivalencia horrible entre los actores (Israel y Hamas) y la equidistancia en la “escalada de violencia” que luego quiso ser corregida en otras declaraciones. Las tibiezas de Sumar o CCOO en sus cuentas de X/Twitter incluso resultaron más transgresoras. El PCE se movió entre el claro mensaje anticolonial de sus juventudes y el inconcreto mensaje humanitario de su Secretario General.
Sin embargo, como adelanté al inicio del artículo, el lenguaje parecía que había comenzado a cambiar, tanto en espacios como el Parlamento Europeo como en nuevos medios de comunicación.
El lenguaje de la izquierda con Palestina se debe redirigir a este marco, a recuperar la narrativa anticolonial. Hasta ahora, gran parte de la izquierda occidental había silenciado a los nativos palestinos y su mensaje político al aceptar durante 30 años el marco narrativo de Oslo establecido por los colonizadores de Palestina y legitimando que la representación de los colonizados está en la Autoridad Palestina, es decir, en los que se sometieron, no en los que resisten. La izquierda de la metrópoli occidental tiene una obligación aún mayor de situar el discurso anticolonial en el centro de las explicaciones sobre Palestina, y por tanto de las acciones a emprender. Es imprescindible retomar la radicalidad, de raíz, en la comprensión y la expresión de apoyo a la causa palestina.
La izquierda occidental debe asumir que no tiene derecho a existir la última colonia europea de colonos en el mundo árabe tras Libia, Argelia, Marruecos o Túnez, donde se asentaron millones de colonos europeos durante varias generaciones. Y los ciudadanos israelíes no indígenas seguirán siendo colonos en tanto en cuanto sigan sustentando su artefacto colonial contra los nativos, sin que importen sus disputas políticas internas en la medida en que la inmensa mayoría no cuestionan su régimen supremacista. No sólo los estados no tienen un derecho intrínseco a existir, los regímenes coloniales menos. Son las personas que habitan un territorio, junto con las que fueron expulsadas de él, las que tienen derecho a una existencia en igualdad de derechos y obligaciones. Si los actuales colonos asumen la igualdad de derechos para los nativos palestinos tendrán cabida en la futura Palestina con las estructuras coloniales desmanteladas. Tal como hicieron los escasos colonos franceses, Pieds Noirs, que decidieron despojarse de su supremacismo y quedarse en la Argelia independizada frente a una mayoría de colonos que les pareció intolerable y decidieron regresar a la metrópoli francesa.