Marginales responden a Iñaki Anasagasti

Cuba
José Manzaneda

Usted debería dejar de intoxicar las relaciones entre nuestros pueblos y favorecer el interés bilateral

«Sopa de letras de la más extrema radicalidad», «mundo marginal vasco», «sector de inadaptados», «miserables apoyando una dictadura»: así definía el exsenador Iñaki Anasagasti, en dos textos recientes, a los colectivos que el pasado 1 de enero celebramos el 62 aniversario de la Revolución cubana y reivindicamos el fin del bloqueo económico, comercial y financiero de EE UU contra Cuba, con un barco que recorrió la ría de Bilbao.

La Asamblea General de Naciones Unidas, por 187 votos contra tres (EE UU, Israel y Brasil), condenó el pasado año, por 28ª vez, el citado bloqueo. Pero la comunidad internacional está engañada, nos dice Anasagasti, porque «se trata de un boicot, no de un bloqueo», ya que «Cuba puede comercializar con todos los países del mundo, pero le viene muy bien eso del imperialismo yanqui».

Lo explicaremos: Cuba, un país pobre del Sur, sufre pérdidas anuales de cinco mil millones de dólares debidas a sobreprecios en sus importaciones, seguros, préstamos y fletes, al no poder acceder (ni ventas, ni compras, ni tecnología, ni turismo) al enorme y cercano mercado de EE UU, y al tener vetado todo crédito al desarrollo en los organismos financieros internacionales, controlados por la Casa Blanca. El comercio con otros países, aún en condiciones de sobreprecio, también es afectado de manera extraterritorial por persecuciones, listas negras y amenazas. La ley Helms Burton, en su actual aplicación íntegra, ahuyenta las inversiones y, además, la Isla tiene cerrados importantes mercados internacionales. Un solo ejemplo: si el sector electrónico japonés adquiriera níquel cubano, sería vetado en EE UU.

El bloqueo ha sido reforzado con 130 nuevas medidas en la era Trump, más de 40 en tiempo de pandemia: las sanciones a las navieras han logrado desabastecer a la Isla de manera periódica de petróleo y diesel venezolano; la prohibición de viajes, cruceros y compras han reducido los ingresos por turismo; el cierre al envío de remesas y la congelación de visas limitan las aportaciones familiares de la emigración; y la persecución de los convenios médicos internacionales reducen los fondos con que se sostiene el sistema cubano de salud.

Pero para Iñaki Anasagasti es un simple «boicot» que impide, por ejemplo, a las niñas y niños cubanos con tumores cerebrales, recibir temozolamida, un tratamiento de patente estadounidense. O a las 80 mil personas diabéticas que en EE UU cada año sufren la amputación de su pie, ser tratadas con el efectivo medicamente cubano Heberprot-P.

Por cierto, ¿sabía Iñaki Anasagasti que este producto es fabricado por una empresa vasca en Vitoria-Gasteiz, y que Cuba es el segundo comprador extranjero en la Comunidad Autónoma Vasca?

Sr. Anasagasti, usted debería dejar de intoxicar las relaciones entre nuestros pueblos y favorecer el interés bilateral. Y dejar de repetir el rosario de embustes de la ultraderecha cubanoamericana: que en Cuba «los artistas no pueden exponer ni decir lo que quieren», «la Iglesia no puede predicar», «los ciudadanos para ir de una ciudad a otra tienen que pedir permiso», «no pueden salir del país», o que «la iniciativa privada está proscrita»... Nuestro libro “Cuba: verdades y mentiras” responde a estas y otras sonrojantes mentiras.

Al exsenador solo le faltó decir que el barco que recorrió la ría el 1 de enero lo pagamos con una subvención pública, tal como aseguran, en redes sociales, algunos cubanos partidarios de Donald Trump residentes en nuestro país. A los que el exsenador seguro no llamará «marginales», «inadaptados» o «miserables», aunque hagan apología del «boicot» de la mayor potencia mundial contra su propio pueblo.

Fuente
https://www.naiz.eus
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