¿Sabotajes eléctricos para armar una "Contra" venezolana?

Bruno Sgarzini
Bruno Sgarzini

El 15 de enero, unos días antes de su autoproclamación, el presidente de la Asamblea Nacional en desacato, Juan Guaidó, ordenó un minuto de silencio en "honor a Óscar Pérez y sus seis compañeros que hace un año fueron ajusticiados en la Masacre de El Junquito por ordenes de quienes usurpan actualmente el poder en Venezuela". De esta forma, Guaidó trató de héroe a un Óscar Pérez, fallecido en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, luego de que se declarara en rebeldía contra las autoridades constitucionales de Venezuela a mediados de 2017.

Casi un mes después, el 18 de febrero, Donald Trump en un mitin en la Universidad de Florida, rodeado de prófugos de la justicia como el banquero Eligio Cedeño y el dirigente de Voluntad Popular, Carlos Vecchio, subió al escenario a la madre de Óscar Pérez para homenajearlo porque "entregó su vida por la libertad de su pueblo". De esta forma, en una misma maniobra publicitaria, Trump y Guaidó blanquearon a Óscar Pérez como un modelo ético y moral a seguir por quienes se oponen al Estado venezolano.

Es por demás evidente que Pérez lideraba públicamente una célula armada de exmiembros de las fuerzas de seguridad venezolanas con el nombre de inspiración religiosa "La Espada de Dios".  La primer acción armada de este grupo fue el ataque con granadas y disparos al Ministerio de Interior, Justicia y Paz, y al Tribunal Supremo de Justicia, desde un helicóptero robado. Tiempo después fue asaltado el Fuerte Paramacay en Carabobo, una operación dirigida por el excapitán Juan Carlos Caguaripano, hoy encarcelado.

Según el exmilitar Oswaldo García Palomo, quien fue mucho tiempo prófugo de la justicia por colaborar con este grupo, estas acciones derivaron en un intento de golpe de Estado antes de las elecciones presidenciales, denominado Operación Constitución, y el fallido magnicidio de agosto realizado por un célula armada de exoficiales dirigidos desde Miami. Las investigaciones oficiales indican que el financista de estos últimos fue Osman Alexis Delgado Tabosky, empresario radicado en La Florida y con contactos en el mundillo político-criminal que conspira a favor de una salida violenta en Venezuela.

El círculo cierra por muchos lados con las últimas revelaciones de CNN y Bloomberg sobre el papel de Colombia y Estados Unidos en ambas operaciones. En este contexto, además, llama la atención que los criminales reclutados para el fallido magnicidio se entrenaran en la hacienda Atalanta del municipio Chinácota, Norte de Santander, una zona controlada por El Clan del Golfo, organización paramilitar de Colombia.

Así Venezuela, al igual que Nicaragua en los ochenta, nuclea en su contra a un mismo corretaje de políticos neoconservadores, fundamentalistas religiosas, carteles criminales, financistas de Miami, e integrantes de una fracción del Estado profundo que quiere con la República Bolivariana modernizar su política de intervención para regresar con fuerza a la esfera global.

Sabotajes, células armadas y nuevos mercenarios

Este miércoles por la noche, el presidente Nicolás Maduro reveló en el programa Con el Mazo Dando que el incendio en el patio de transformadores de la hidroeléctrica El Guri se debió presuntamente a los disparos de un francotirador, ubicado a una distancia prudencial para ejecutar el ataque. Luego de una serie de sabotajes al servicio eléctrico, originados en pulsos electromagnéticos y ciberataques, un daño físico de tamañas magnitudes tiene los rasgos de haber sido llevado a cabo por terroristas asesorados en la materia.

La situación reviste un carácter complejo después de otra información que circula desde el sábado: la conformación de un grupo de alrededor de 49 mercenarios, dispersos en grupos de entre ocho y diez personas. Los que además fueron reclutados en El Salvador, Guatemala y Honduras para ejecutar asesinatos de alto perfil y atentados contra servicios públicos como el sistema eléctrico, el Metro y el Teleférico de Caracas, capital del país.

El ministro de Comunicación, Jorge Rodríguez, informó, que este grupo fue reclutado en su mayoría en El Salvador, uno de los epicentros de la guerra sucia de los 80, donde conviven las maras salvadoreñas con el clan d'Aubuisson a cargo de los escuadrones de la muerte que azotaron Centroamérica con asesinados de alto perfil como el de monseñor Óscar Arnulfo Romero.

Roberto d'Aubuisson, diputado e hijo del fundador del partido ultraderechista Arena, fue acusado en 2013 de liderar el grupo de francotiradores salvadoreños que intentó generar violencia en las protestas de Henrique Capriles Radonski contra los resultados de las presidenciales.  

Ese mismo sábado, Rodríguez afirmó que los miembros de estas céulas armadas fueron entrenados en Colombia y comunicó la detención en Carabobo de Wilfrido Torres Gómez,  lugarteniente de la organización paramilitar Los Rastrojos. Estas nuevas revelaciones poco tienen de novedoso porque fue el propio presidente Nicolás Maduro, quien en diciembre denunció que en bases militares de Colombia se entrenaban a más de 700 mercenarios para una guerra irregular en Venezuela.

En este contexto, el medio financiero Bloomberg publicó que el 23 de febrero, 200 exsoldados venezolanos, dirigidos por el general retirado Clíver Alcala, intentaron abrir paso con "armamento" a los camiones humanitarios, dirigidos por la oposición venezolana. Según el medio, Colombia evitó  a último  momento esa agresión militar para "evitar un baño de sangre en un evento presentado como pacífico". Pese a eso, Guaidó intentó presentar el incendio de la ayuda humanitaria, por parte de sus seguidores, como un pretexto necesario para que la comunidad internacional avalara una salida violenta en el país.

El espejo nicaragüense y la denuncia de rusia

En 1979, ni bien el Frente Sandinista de Liberación Nacional tomó el poder en Nicaragua se registraron las primeras acciones armadas sin que pasara, al menos, un mes. Entre ellas, destacaron sabotajes, atentados terroristas e incursiones militares, desde Honduras, totalizadas en 392 de 1980 hasta 1982. En ese tiempo, en Honduras ya se entrenaban exguardias somocistas, mercenarios, criminales y fanáticos de ultraderecha para conformar lo que después se conoció como la Contra Nicaragüense.

Aprobado en 1981 su financiamiento irregular por Ronald Reagan, la Contra Nicaragüense se convirtió en la operación publicitaria, militar y geopolítica por excelencia de Estados Unidos para reordenar la política nacional e internacional en su patio trasero, post síndrome Vietnam. Los objetivos de esta maniobra fueron "ensayar estrategias militares y de desestabilización, además de afinar una visión del mundo y elaborar justificaciones morales para la intervención", según el profesor Greg Grandin, autor del libro El Imperio de la Necesidad.

Esa operación tuvo muchos elementos característicos, como la tercerización del entrenamiento en represores argentinos expertos en guerra sucia, pero uno de los más dañinos para población fue el sabotaje permanente de los servicios públicos y la producción del país. Según un manual de la CIA, publicado por el ex agente Philip Agee, el objetivo de estos atentados fue paralizar al complejo militar-industrial para agravar los efectos del embargo y la guerra contra Nicaragua. El contexto de Venezuela de hoy guarda algunos paralelismos con este antecedente histórico.

Rusia, quien en 2017 preanunció en enero el inicio de las guarimbas de abril, denunció el pasado 7 de marzo que la "tarea principal de Washington en la etapa actual es evitar la estabilización de la situación política en Venezuela a cualquier costo".  Según la portavoz de la Cancillería rusa, María Zajárova: "Estados Unidos ha elaborado un plan de respaldo que trata de introducir en Venezuela grupos armados ilegales entrenados con el fin de llevar a cabo sabotajes y actividades subversivas". Como una profecía autocumplida; unos horas después se paralizó el  servicio eléctrico a través de ciberataques y pulsos electromagnéticos según la información oficial.
Guaidó y hacia dónde se dirige el conflicto

La trayectoria lineal de Guaidó solo se explica, como se dijo al principio de este artículo, si es antecedida por la figura de Óscar Pérez, presentado como un mártir de la lucha contra el chavismo. La hoja ruta del estatuto de transición, un pacto social hecho a medida de Estados Unidos, es el último acto de un gran derrotero que sigue la oposición venezolana por desmontar los mecanismos institucionales que regulan el conflicto político en Venezuela. Al tiempo que se instrumentaliza espacios diplomáticos como la Organización de Estados Americanos para que solo sirvan en función de promover una salida extraconstitucional en el país donde se desconozca como fuerza política al chavismo.

Ante esto, el devenir de esta conducta es que si no se consigue un golpe, a través de la fractura de la unión cívico-militar, se derive en el respaldo de una guerra irregular o una intervención militar. Una opción extrapolítica que el antichavismo nombra como la vía idónea para terminar con la Quinta República, lo cual junto al "gobierno paralelo" busca tercierizar en actores foráneos funciones del Estado como la gestión financiera de activos, representaciones diplomáticas, y el monopolio de la violencia.

Así de esta forma, además de trabajar en el desmantelamiento del Estado venezolano, la hoja de ruta de Guaidó necesita de una Contra que en el mediano plazo le permita asegurar la administración de las leyes petroleras para que corporaciones estadounidenses "inviertan" en Venezuela. En este marco, el ministro de Comunicación, Jorge Rodríguez, reveló que en las conversaciones entre Guaidó y su jefe de despacho, incluso, hablaron de dividir Venezuela a la mitad para quedarse con uno de esos dos territorios.

El desenlace de la historia de Óscar Pérez, como la de Caguaripano y García Palomo, demuestran que puede funcionar un tiempo la vía del terrorismo, a través de la infiltración, pero que el inicio de una guerra irregular a gran escala se juega en un terreno controlado por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

En un contexto además, en el que el dispositivo organizativo del chavismo, alrededor del presidente Nicolás Maduro, se prepara mucho más para este escenario que un Juan Guaidó que en su última alocución se muestra ofuscado por la falta de compromiso de sus seguidores para iniciar unas nuevas guarimbas como en 2017. Pero una cosa es hablar de una guerra, otra muy distinta comenzarla.

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http://portalalba.org
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