Reinaldo Iturriza “La pandemia pone severamente en cuestión a la racionalidad neoliberal”

Reinaldo Iturriza
Ángel Daniel González
Entrevista a
Reinaldo Iturriza

Este viernes 27 de marzo fue publicado en Últimas Noticias un buen trabajo de Ángel González, intitulado El mundo en shock. Una mirada a lo que viene detrás de la pandemia, que recoge el análisis de varios compañeros: Pablo Giménez, Luis Salas y José Negrón Valera. También algunas opiniones mías al respecto. Lo que sigue es la versión íntegra de la entrevista que me hiciera Ángel un día antes de la publicación del reportaje.

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Algunos dicen que la crisis desatada por la pandemia del coronavirus “cambiará al mundo”. Mucho se habla de las consecuencias económicas. Pero, ¿podemos hablar de consecuencias de carácter político? Prácticamente estamos en un “estado de emergencia global”. ¿Qué podemos esperar?

Las consecuencias económicas derivadas de la pandemia tienen, por supuesto, un correlato político. De hecho, como sabes, es sencillamente imposible separar una cosa de la otra, por más que el lenguaje a menudo excesivamente técnico e incluso eufemístico de los “expertos” en economía nos lleven a pensar que son campos separados. En primer lugar, no son pocos los analistas que han insistido en el hecho de que la pandemia funciona como un pretexto para que países como Estados Unidos adopten medidas que permiten encubrir, hasta cierto punto, una crisis global del capitalismo muy similar, e incluso de mayores proporciones, a la de 2007-2008. Apelando al pretexto de la pandemia, la Administración Trump ha recurrido al auxilio multimillonario de los grandes capitales, mientras ha postergado de una manera que parece deliberada la adopción de las medidas sanitarias de contención que recomienda la OMS, menospreciando expresamente la gravedad del problema, todo lo cual en razón de la “salud” de la economía, es decir, de los grandes capitales. Algo muy similar, como sabemos, ha ocurrido en Europa, particularmente en Reino Unido, pero también, en un primer momento, en países como Italia y España, hoy severamente golpeados por la pandemia. Es la misma actitud que han asumido gobiernos como los de Brasil, Colombia, Chile y México.

Ahora bien, hablando más concretamente de las implicaciones políticas, quizá la más relevante sea el hecho de que la pandemia pone severamente en cuestión a la racionalidad neoliberal, que determina los modos de gobierno de buena parte de los países del Norte global, pero también del Sur. La pandemia ha puesto al descubierto, con mucha elocuencia, la ineficacia política de los recortes masivos a la salud pública, o problemas más específicos, como por ejemplo el hecho de que la producción masiva de implementos médicos para atender la crisis se haya relocalizado en países como China, donde es posible elaborarlos a menor costo. ¿El “estado de emergencia global” puede prefigurar un mundo post-neoliberal? Es muy pronto para afirmarlo. Con el añadido de que algo como el post-neoliberalismo no necesariamente significa un mundo más justo. A esto apuntan los análisis que vienen haciéndose respecto del gigantesco y muy eficaz sistema de control que les ha permitido a países como China y Corea del Sur, contener la propagación del virus. El resultado podría ser perfectamente un mundo más “seguro”, pero menos libre. En cualquier caso, también ha resultado muy evidente que estos últimos países han gestionado la crisis de manera mucho más eficaz (en lo que refiere, estrictamente, a la contención del virus) que sus pares del Norte. La Unión Europea, con los distintos países cerrando sus fronteras, y asumiendo posturas muy poco solidarias, parece una ficción. Todo indica que, en cuestión de días, Estados Unidos pasará a ser el epicentro de la crisis sanitaria global. A su vez, me parece que hay suficientes indicios de que China no tardará en reactivar su economía, lo que le permitirá recuperar el terreno perdido en un plazo relativamente corto, para afianzar su lugar como la principal economía del mundo, terminando de desplazar a Estados Unidos.

El filósofo esloveno Slavoj Zizek dijo que esta crisis podía abrir una oportunidad para avanzar hacia formas más colaborativas de relacionamiento político a nivel internacional. Una suerte de “comunismo globalizado”. ¿Cómo ves esa perspectiva?

Me parece que Zizek es realmente menos optimista de lo que puede parecer en primer término. Es justo decir que en ningún momento ha planteado algo como la muerte, a lo Kill Bill, del capitalismo. Lo que ha escrito es que la pandemia constituye una oportunidad para convencernos de que es necesario un cambio, porque no podemos seguir por el camino al que nos conduce el capitalismo global. Ha dicho textualmente: “el Coronavirus también nos obliga a re-inventar el comunismo basándonos en la confianza en las personas y la ciencia”. Tal sería, digamos, el dilema político que supone la pandemia. Hay que ser muy insensato para estar en desacuerdo.

Por otro lado, el filósofo surcoreano Byung Chul Han difiere directamente de Zizek y dice que éste se equivoca. Afirma que “la crisis no vencerá al capitalismo” y que coincide con el filósofo italiano Giorgio Agamben en su tesis de que se impondrá un “estado de excepción permanente” como situación “normal”. Y habla de una acentuación y desarrollo de los mecanismos de control social. ¿Qué podemos esperar, en realidad?

Si menospreciar en lo absoluto el aporte de estos intelectuales, creo que es necesario estar prevenidos respecto de estas “polémicas”. Cualquiera que lea con atención lo escrito tanto por Zizek como por Byung Chul Han puede concluir que, a fin de cuentas, sus posturas son muy similares. Sus diagnósticos también. Byung Chul Han refiere que Zizek evoca un “oscuro comunismo”, y plantea: “El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución… No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana”. Pues bien, es claro que Zizek no plantea en ningún momento que el virus vencerá al capitalismo. De igual forma, el comunismo del que habla es, digamos, bastante “transparente”. Ambos coindicen en que ésta tendrá que ser la tarea de personas de carne y hueso. En todo caso, lo más notable, me parece, es que ninguno de los dos ofrece mayores pistas al respecto.

Agamben, por su parte, incluso ha creído necesario escribir una “aclaratoria”. Afirma que sus palabras iniciales han sido distorsionadas. En todo caso, el panorama que pinta es bastante sombrío: “Lo primero que muestra claramente la ola de pánico que ha paralizado al país es que nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la nuda vida. Es evidente que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones religiosas y políticas ante el peligro de caer enfermos. La nuda vida —y el miedo a perderla— no es algo que una a los hombres, sino que los ciega y los separa”. Sospecho que esa posición es discutible: si estoy bien informado, me parece que la gravedad de la situación en Italia se relaciona, al menos en parte, con el hecho de que parte de la sociedad italiana (incluyendo, por supuesto, su liderazgo político y económico), en un primer momento, menospreció la gravedad de la situación. Y eso hizo que se multiplicara la exposición de las personas al virus, provocando la situación que ya conocemos. Luego, no estoy seguro de que sea correcto concluir que la gente decide permanecer en sus hogares porque son presas del pánico. Respetar la cuarentena, evitar exponerse y exponer a otros, también puede ser interpretado como una forma de solidaridad, y no como una señal inequívoca de pánico. En todo caso, el análisis que durante mucho tiempo viene haciendo Agamben sobre el “estado de excepción permanente” es extraordinariamente lúcido. Es cierto, como plantea en su artículo más reciente, que “una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una sociedad libre”. Pero habría que distinguir entre este fenómeno sobre el que tanto ha trabajado, de estado de excepción permanente, y que caracterizaría al mundo en que vivimos, y el estado de alarma decretado con motivo de la pandemia. Se superponen, y ciertamente el segundo puede tributar al primero, pero no son exactamente lo mismo.

¿Cuál es la perspectiva de esta crisis para Venezuela? En términos políticos…

Respecto de Venezuela, habría que decir que el estado de excepción en su modalidad de estado de alarma ha contado con el apoyo mayoritario de la población. Afirmar lo contrario sería mentir. Así de simple. Ahora bien, esta circunstancia puede parecer curiosa e inexplicable, siendo el caso que la autoridad que lo decreta es considerada ilegítima por una parte de la sociedad. ¿Qué ha sucedido? Que el Presidente ha actuado, sin duda alguna, con mucho sentido de la oportunidad, actuando firmemente y a tiempo, antes de que el virus se propague, como ha sucedido en otras latitudes. Me parece que predomina la percepción de que, en este caso, el Presidente no está actuando como el representante de una parcialidad que busca sacar provecho de la situación, sino como la autoridad de todos los venezolanos y venezolanas. ¿Cuál era la percepción generalizada antes de la pandemia? Que la autoridad del Estado prácticamente había desaparecido, que prevalecía el caos. Pues bien, el Estado ha “reaparecido” y el soberano, que es quien decide el estado de excepción, se ha relegitimado. Y lo ha hecho nada más y nada menos que velando por la salud y la seguridad de toda la población.

A esta percepción de un mínimo de seguridad y orden en medio del caos, habría que tomar en cuenta que estamos ante un caos global. Habría que evaluar el impacto que tiene en la sociedad venezolana el hecho de estar expuesta a una cantidad realmente asombrosa de informaciones sobre muertes masivas, pánico, desabastecimiento, acaparamiento, precios especulativos, etc., en los países del “primer mundo”. Por una parte, estamos viendo cómo en muchos lugares del mundo, guardando las debidas distancias, ocurre ahora lo que hace al menos un lustro sucede en nuestro país, mientras que, justo ahora que prevalece el caos global, en nuestro país hemos sido capaces de controlar la situación. Eso no quiere decir, por supuesto, que nuestros gravísimos problemas han desaparecido súbitamente. Pero sí sugiere que una firme actuación de las autoridades, sumado a la voluntad de las mayorías populares, pueden hacer la diferencia.

Esto deja muy mal parados a los actores políticos que se han prestado a la estrategia de “doble poder”, inscrita en los esfuerzos de Estados Unidos por acelerar el “cambio de régimen”, puesto que ha quedado una vez más en evidencia, ahora de manera particularmente elocuente, que el tal “doble poder” es una completa farsa. Pero también deja muy mal parados a los elementos que, dentro del Gobierno, vienen defendiendo posturas orientadas a una retirada estatal de la economía, y la idea de la “autorregulación” del mercado, que es precisamente lo que está causando estragos a escala global, mucho más que la pandemia propiamente.

Es, por tanto, una oportunidad como muy pocas, que además se nos ha presentado de manera inesperada, para retomar la iniciativa en todos los órdenes, siempre en provecho de la sociedad en su conjunto (y no de parcialidades políticas), y con la mayor participación de las mayorías populares. Es una oportunidad para que, de la misma forma como lo han hecho para enfrentar la pandemia, las autoridades se pongan al frente de la situación, informando pormenorizadamente sobre las medidas económicas y de todo tipo, que tendrán que tomarse no solo para contener el virus, sino para erradicar los privilegios, combatir las injusticias, la pobreza, la desigualdad. Así, por ejemplo, sería realmente absurdo que, en momentos en que, por razones de fuerza mayor, gobiernos muy capitalistas del Norte global incurren en el “exceso” de poner en tela de juicio el afán privatizador neoliberal, en nuestro país insistamos con tales prácticas. De la misma forma, sería realmente absurdo que el Gobierno ceda a la pretensión de las elites económicas de que sean las mayorías populares las que carguen con el peso de la crisis. En definitiva, la relegitimación de nuestras autoridades no puede depender exclusivamente de garantizar un mínimo de seguridad a la población, sino que debe descansar, fundamentalmente, en el esfuerzo por construir una sociedad genuinamente democrática, más justa, solidaria e igualitaria.

A lo anterior habría que sumarle varios datos significativos: la Secretaría General de Naciones Unidas solicitando el cese de las medidas coercitivas unilaterales, para que las naciones agredidas puedan ser capaces de enfrentar en mejores condiciones los efectos de la pandemia; la Unión Europea declarando que apoya las solicitudes que han hecho países como Venezuela e Irán, para el acceso a recursos que tienen disponibles organismos multilaterales; actores políticos del antichavismo que durante los últimos años habían quedado relegados a un segundo plano (en la medida en que la ultraderecha, encarnada en Voluntad Popular, asumía el liderazgo), manifestándose en favor de un acuerdo político, para que Venezuela pueda acceder al financiamiento externo, entre otros datos de contexto. En tales circunstancias, a la Administración Trump no se le ocurre mejor idea que ofrecer una recompensa por la cabeza del Presidente de la República, Nicolás Maduro, entre otras autoridades nacionales, como si transcurriera el siglo XIX y nuestro país fuera el lejano oeste. Este zarpazo del Gobierno estadounidense es una señal de que están leyendo estos datos y están sentado posición de la manera más brutal y grotesca posible, pateando la mesa una vez más, de manera de conjurar cualquier posibilidad de acuerdo político. De nuevo, actuando de manera unilateral y criminal, puesto que resulta claro que el perjudicado no es el Presidente Nicolás Maduro, sino toda la población venezolana. Pero además, es una clara señal de cómo Estados Unidos ha venido perdiendo progresivamente el liderazgo político global, contrario a lo que pudiera pensarse a propósito de semejante acto de “fuerza”. Son como bandazos que va dando la primera potencia mundial en la medida en que se produce su declive. Insisto, en los próximos días, el epicentro de la crisis sanitaria global será Estados Unidos. Y la Administración Trump ha demostrado fehacientemente su completa ineficacia a la hora de gestionar una crisis que le va a estallar en la cara, si no le estalló ya. Pues bien, respecto de Venezuela actúa con la misma torpeza: pudiendo ponerse a la cabeza del esfuerzo por lograr un acuerdo político que tiene cada vez más consenso nacional e internacional, lo sabotea permanentemente. Es como si quisiera arrastrarnos al precipicio al que lamentablemente se dirige Estados Unidos. Nuestro reto es evitarlo a toda costa, y creo que estamos en condiciones de hacerlo.

Fuente
https://elotrosaberypoder.wordpress.com/
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