Seas quien seas, a los clientes de Clearview tu cara les suena

Seas quien seas, a los clientes de Clearview tu cara les suena
Iker Bizkarguenaga

Un archivo con tres mil millones de fotografías y una aplicación capaz de hallar un rostro en segundos. Eso es lo que ofrece Clearview a sus clientes, el penúltimo abordaje al derecho a la privacidad. Si estás en la red, fijo que te conocen; a ti, y a toda la gente que te rodea.

El software de reconocimiento facial no es un recién llegado. En algunos aeropuertos europeos ya se utiliza para agilizar el embarque; en China, en cada vez más comercios basta con mostrar el rostro para pagar las compras; y sin ir más lejos, hace unos días Kutxabank anunció que ha incorporado la biometría a su gama de servicios digitales: basta un selfie, un DNI y diez minutos para ser cliente. Por supuesto, esto tiene también su cara B; a principios de año informábamos en estas páginas de la preocupación que ha despertado en India la intención del Gobierno de aplicar esta tecnología de forma masiva en un contexto de crecientes protestas sociales. El recelo es lógico y aparece casi por inercia cada vez que se nos informa sobre este tipo de avances.

Sin embargo, esa inquietud muta en pavor cuando nos enteramos de que apenas hemos arañado la superficie, que la realidad aventaja por mucho a nuestra imaginación. Así se desprende del reportaje publicado por “The New York Times” sobre una aplicación desarrollada por la pequeña –hasta ahora– compañía Clearview, que puede echar abajo todos los contrafuertes de nuestra privacidad, un derecho con vocación de quimera.

Más de tres mil millones de imágenes

Fundada y dirigida por el informático australiano de origen vietnamita Hoan Ton-That, esta firma ha creado una aplicación que permite a fuerzas policiales y agencias de seguridad –de momento son más de seiscientas las que han empezado a hacer uso de ella, aunque Clearview se ha negado a proporcionar una lista– identificar a cualquier persona solo con hacerle una foto. El procedimiento es sencillo: basta con tomar una fotografía, subirla y la aplicación proporciona otras imágenes de esa misma persona junto con enlaces de los lugares de donde proceden. El sistema utiliza una base de datos con más de tres mil millones de imágenes, que Clearview afirma haber obtenido de Facebook, YouTube, Venmo y otras redes y sitios web. Es un archivo gigantesco que va mucho más allá de cualquier cosa parecida que hayan construido el Gobierno estadounidense o los gigantes de Silicon Valley.

No por falta de capacidad, sino porque se entendía que rebasaba ciertas líneas rojas en cuanto al respeto de la privacidad. Así, en 2011 el presidente de Google explicaba que esta era la única tecnología que habían frenado porque podía usarse «de mala manera». Y algunas grandes ciudades, como San Francisco, han prohibido a la Policía que hagan uso del reconocimiento facial. Pero otras no lo han hecho, y tampoco las autoridades estatales y federales, de modo que lejos del escrutinio público cientos de cuerpos policiales usan desde el año pasado la app de Clearview. También algunas grandes empresas, que alegan motivos de seguridad.

El diario neoyorquino ha logrado analizar el contenido íntegro del código de la app, que incluye una opción para utilizarse junto a gafas de realidad aumentada, lo que permitirá a los usuarios reconocer a cualquier persona que vean. A cualquiera. De esta forma, se podría identificar, por ejemplo, a activistas sociales y políticos, revelando no solo sus nombres, sino también dónde viven, a qué se dedican y con quién se relacionan.

Secretismo absoluto de la empresa

Las posibilidades de hacer de esta herramienta un arma son «infinitas», según valora para “NYT” Eric Goldman, codirector del Instituto de Derecho de Alta Tecnología de la Universidad de Santa Clara. «Imagínense a un policía deshonesto que quiere acechar a una pareja, o un gobierno que usa esto para desenterrar secretos de una persona para chantajearla o meterla en la cárcel», expone, desde el temor a la pérdida del anonimato.

Curiosamente, desde el anonimato, con un secretismo casi absoluto, ha actuado Clearview en este asunto, eludiendo cualquier debate sobre su aplicación. Según explica Kashmir Hill, autora del reportaje, cuando en noviembre empezó a indagar sobre la empresa se encontró con una web en chasis, que mostraba como sede social una dirección inexistente de Manhattan, y el único empleado de la firma que figuraba en Linkedin era un gerente de ventas llamado John Good, que acabó resultando ser Ton-That.

Durante un mes, explica Hill, sus emails y llamadas chocaron contra un muro. Pero mientras la compañía la evitaba, también la estaba observando. A petición de la periodista, varios agentes de policía pasaron su fotografía por la aplicación, y pronto recibieron llamadas telefónicas de representantes de Clearview preguntándoles si estaban hablando con medios de comunicación. Una señal, indica, de que la firma tiene la capacidad de controlar a quién busca la Policía.

En este sentido, si en términos generales la tecnología de reconocimiento facial es controvertida por su papel como herramienta de control social y por su tendencia a mostrar coincidencias falsas en ciertos colectivos, como las personas negras, la aplicación de Clearview conlleva unos riesgos adicionales, pues las fuerzas de seguridad están depositando fotos confidenciales en servidores de una empresa cuya capacidad y voluntad de proteger esos datos no está clara.

Peter Thiel, en todas las salsas

Tampoco tranquiliza saber qué manos manejan la empresa, que no es solo de Ton-That. Este, con apenas 31 años, ya cuenta en su balance varias experiencias empresariales fallidas, después de abandonar la Universidad a los 18 años y mudarse a San Francisco en busca de su particular El Dorado. No lo halló en California, y en 2016 se mudó a Nueva York, donde tuvo una fugaz carrera como modelo. Pero pronto volvió a centrarse en la tecnología, con especial atención a la Inteligencia Artificial, el aprendizaje automático y el reconocimiento facial.

Fue allí, en un acto celebrado en el Manhattan Institute, donde conoció a la segunda pata del banco: Richard Schwartz, asistente de Rudolph Giuliani cuando el abogado y persona de confianza de Donald Trump –señalado por su papel en el affaire ucraniano que le ha costado el impeachment al presidente– era el alcalde de la Gran Manzana.

Ton-That y Schwartz congeniaron y decidieron abrir juntos un negocio; el primero crearía la aplicación y el segundo usaría sus contactos para abrir mercado. Faltaba la financiación, y ahí entra en el juego el tercer mosquetero, nada menos que Peter Thiel.

De este administrador de fondos se puede decir que es como el perejil: está en todas las salsas. Cofundador de PayPal, con cuya venta se hizo de oro, en 2004 ayudó a Mark Zuckerberg a crear Facebook con una inversión de medio millón de dólares, ha financiado otros proyectos como SpaceX, Spotify o Airbnb, y como explicamos en un reportaje publicado el pasado 19 de agosto, su compañía Palantir, dedicada a la gestión de datos, ha sido señalada por ayudar a la Administración Trump –de quien es amigo íntimo– a capturar a personas migrantes. Y según explica “The New York Times”, también está detrás de Clearview. No le falta currículum.

Jeremiah Hall, portavoz de Thiel, sostiene en el reportaje que el inversor se limitó a dar 200.000 dólares al «joven y talentoso» fundador de la compañía en 2017, que dos años después se convirtieron en acciones, y que esa ha sido su única contribución. «Él no está involucrado en la empresa», afirma Hall.

Nadie puede negar, en cualquier caso, la puntería de Thiel a la hora de promocionar proyectos que han acabado generando gran controversia y que son señalados por su efecto perverso sobre los derechos civiles.

Más allá de la implicación del polémico inversor, Clearview está usando la agenda de Schwartz para contactar con miembros del Partido Republicano que les permitan acceder a las fuerzas de seguridad, a las que ofrece pruebas gratuitas de su app y licencias de uso anuales por solo 2.000 dólares. Quien hace de mediadora con los políticos es Jessica Medeiros Garrison, que dirigió la campaña para que el republicano Luther Strange se hiciera con la Fiscalía General de Alabama.

Los mejores comerciales, los policías

Con todo, los mejores comerciales del producto han sido los propios policías, a quienes se ofreció pruebas gratuitas de un mes y luego corrieron a sus departamentos a pedir que se hicieran con una aplicación que les permite llegar donde nunca habían soñado.

«¡Es capaz de identificar a un sospechoso en segundos!», explicaba alborozado un detective de Clifton, New Jersey, a su capitán en un mensaje difundido por “NYT”. A cientos de kilómetros, en Gainesville, Florida, el sargento Nick Ferrara, comparte ese entusiasmo y señala que Clearview es mucho mejor que la herramienta de reconocimiento Faces que les ofrece el estado, que se basa en treinta millones de fotografías. Apenas representan un 1% de la base de datos de la firma privada. Esta herramienta además no requiere que la persona mire directamente a la cámara y es capaz de obviar disfraces. En setiembre, el Departamento de Gainesville pagó 10.000 dólares por una licencia anual.

Hay ocasiones en que el sistema no funciona, por ejemplo, cuando se utilizan imágenes de cámaras de seguridad demasiado altas, cuyo ángulo no permite identificar a la persona. Pero aun así, Clearview sabe que su servicio es único. Y eso se debe a que utiliza imágenes de Facebook y otras redes que en teoría prohíben utilizar las fotografías de sus usuarios. La compañía de Ton-That está violando los términos de la red social. Sin embargo, cuando “NYT” le pregunta por ello, se encoge de hombros y responde: «mucha gente lo hace y Facebook lo sabe». Aunque, por si acaso, Clearview ha contratado a Paul D. Clement, abogado general de EEUU en el mandato de George W. Bush, para calmar las preocupaciones legales de sus clientes.

Las preocupaciones del resto del mundo son más difíciles de aplacar. «Hemos confiado en los esfuerzos de la industria para autorregularse y no adoptar una tecnología tan arriesgada, pero esas represas se rompen porque hay mucho dinero sobre la mesa», valora el profesor de Derecho y Ciencias de la Computación Woodrow Hartzog. Añade que «no veo un futuro en el que aprovechemos los beneficios de la tecnología de reconocimiento facial sin el abrumador abuso de la vigilancia que conlleva». «La única forma de detenerlo –opina– es prohibiéndolo».

Eso no ocurrirá. Lo sabe Ton-That, lo sabe Schwartz, lo sabe Thiel y lo sabe su amigo el presidente, ese que cualquiera reconocería porque es único, inclasificable y peligroso.

Fuente
naiz.eus
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