El 'esperanto' de los torturados

Metxe Gonzáles y Mikel Soto Unai Beroiz
A. Irisarri

Hablar del tema no es fácil. Mikel y Metxe lo hacen para evitar que lo que les pasó vuelva a ocurrir

Mikel Soto Nolasco (Pamplona, 1978) dice que hablar de la tortura es como abrir la puerta a la corriente. Sabes que va a entrar marejada, pero no sabes cuándo va a bajar la resaca. Llega a la cita con aire tranquilo, con esa paciencia y dicción pausada de profesor de Historia –en el instituto en euskera de Iturrama– que no desaparece en ningún momento de la conversación. Pero asegura que hoy, tras contar su historia al periodista, dormirá peor. La tortura deja heridas que pueden –o no– curarse. Pero la herida interna, que es íntima y por la que se llega a sentir hasta vergüenza, no desaparece.

Da igual el tiempo que haya pasado, porque a Metxe González Portillo, nacida en León en 1958 pero en Euskal Herria desde los 9 años, le pasa exactamente igual. Ambos son víctimas de la tortura a manos de la policía. En diferentes contextos y con veinte años de diferencia. Pero, por haber sufrido lo mismo, los dos sintonizan, hablan el mismo lenguaje. Mikel lo resume con una frase que leyó hace tiempo y que le gusta. "Dicen que los torturados hablamos una especie de esperanto". Ese lenguaje común de quienes fueron maltratados y desde entonces cargan con algo más que secuelas físicas.

Precisamente porque es desgarrador se han decidido a dar un paso: inscribirse en el registro de torturados y, además, contar su testimonio. Lo hacen por tres razones: para abordar un tema incómodo y ocultado deliberadamente, pero que tiene que "mirar de frente cualquier sociedad que se diga avanzada"; para animar a otros a que, si les ayuda, cuenten experiencias similares y busquen apoyo en la asociación; y para librar a las generaciones futuras de atajar un debate que debe quedar zanjado ahora para que no se repita.

Sus testimonios son ejemplos clarísimos de que la tortura fue algo de todo menos casual: fue una herramienta utilizada con asiduidad, llevada a cabo por expertos con una hoja de ruta clarísima y que iba mucho más allá de lo físico. A Mikel Soto lo detuvieron el 23 de febrero de 2002 en Castellón. Había viajado allí junto a su novia para visitar a un amigo. En la carretera los aborda la Guardia Civil, que los detiene: su nombre había salido durante el interrogatorio con torturas a un miembro de ETA. Contra él no pudieron alegar nada más que una extrañísima fórmula: tentativa de colaboración con banda armada. Todavía hoy no se explica su caso salvo por la repercusión mediática que tuvo, en un contexto en el que estaba muy reciente el caso de Unai Romano.

La tortura como sistema "Tengo un recuerdo muy impresionante: del cuartel, que era muy viejo, de que me llevaron por medio de donde jugaban los críos de los guardias, de que me sacaron unas fotos con el típico cartelito como el de las películas", narra. En Castellón lo trataron muy bien, dice. Pero al poco llegó un comando que lo trasladó a Tres Cantos. Lo torturaron hasta que la misma forense "a la que se le murió Gurutze Iantzi en 1993" lo mandó a la enfermería. "Ellos son muy profesionales: si te hacen la bolsa, saben hasta cuando tienen que apretar. Lo que pasa es que conmigo hubo un momento en el que yo creo que se pensaron que se les fue la mano". Terminó 11 días ingresado en la enfermería de Soto del Real, que le pareció "el paraíso" comparado con el infierno de Tres Cantos.

El caso de Metxe repite los mismos patrones: tortura sofisticada, escenas bizarras y prisión. La Policía Nacional la sacó de su trabajo en el Aeropuerto de Pamplona en 1983 acusada de filtrar información a los Comandos Autónomos Anticapitalistas por un atentado que luego reivindicó ETA. La absolvieron. Pero las torturas y los nueve meses en la prisión de Yeserías no se los quitó nadie. Durante ese tiempo murieron un amigo cercano y su hermano. No le dejaron salir.

El viaje que hizo detenida de Pamplona a la Dirección General de Seguridad de Madrid fue una pesadilla con esos detalles chuscos que solo podría hacer alguien tan frívolo como un torturador. Si Soto atravesó detenido el jardín de infancia de la casa cuartel de Castellón, Metxe González desfiló por un bar de carretera. "Paramos en un sitio donde habían pedido unos corderos. Yo fui al baño y pasé por medio del bar, con un aspecto horroroso y el pantalón lleno de sangre. Nadie dijo nada", recuerda. "No te voy a contar lo que me hicieron", dice. Lo trae escrito a mano en unos cuantos folios que cortan la respiración. Fue tan duro que zanjó todo dándoles lo que querían: un cheque en blanco en forma de firma para que pudieran atribuirle lo que quisieran.

Como los suyos hay muchos más testimonios en Navarra. "La tortura ha estado sistematizada e ignorada, con muchos funcionarios y jueces que han mirado para otro lado", denuncia González. Para evitar que continúe la impunidad nace la asociación. Y también para ser un lugar terapéutico para las víctimas. "No vamos a dar un paso sin una garantía mínima de autocuidado", aclara Mikel Soto. Ahora dependerá de cada persona tomar la decisión personalísima de acudir al censo o no. Pero la red quiere, precisamente, "hacer que nadie caiga".

Fuente
https://www.noticiasdenavarra.com
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