En zona gris

Representación gráfica de "Un Mundo Feliz"
Iñaki Egaña

La constatación del ascenso del neofascismo y la reacción derechista, han provocado una especie de retirada de sectores de izquierdas a zonas donde el objetivo no es la transformación radical de la sociedad, sino la autocomplacencia.

En algunos espacios ya se están planificando los escenarios poscovid, como si la crisis sanitaria y humanitaria estaría a punto de superarse. Es probable que la vacunación masiva nos ayude a superar lo peor de la pandemia, pero mucho me temo que, de suceder, las brechas sociales se ampliarán aún más. Estamos en la vorágine de una enorme competición hegemónica, no sólo en lo económico, sino también en lo político y cultural.

Hace tiempo que los conflictos se escenifican en suma cero, es decir que uno gana si el otro pierde. Hace tiempo que la alteridad ha desaparecido del mapa humano que se gestiona en las altas esferas de poder. Los fallecidos en los conflictos regionales ya son daños colaterales de los experimentos de ingenios bélicos. Las fortunas de la clase dominante son las marcas de los ganadores y su reflejo en la pobreza y el hambre describe a los perdedores, en un discurso normalizado. Las migraciones son las más elevadas de la historia.

Estas últimas semanas y meses han sido paradigmáticos en ese cambio que poco a poco se está enraizando entre nosotros, sin apenas percibirlo en la crónica diaria, enredados como estamos en asirnos a esos espacios de confort que definen cada vez a las sociedades más opulentas. Las disputas y focos que desde la izquierda se plantean, están lejos de esos objetivos históricos, cayendo en frivolidades que asustan.

A modo de ejemplo, una de ellas es la llamada ola verde, a la que se suman empresas contaminantes como Iberdrola o Pretonor entre nosotros o la incineradora de Zubieta, rebautizada Complejo Medioambiental. Un poco más al norte, y después del revés en las elecciones municipales del pasado año en Francia, en la que los «verdes» triunfaron en localidades como Lyon y Marsella, el presidente Emmanuel Macron anunciaba que «teñiría de verde» su programa para las próximas elecciones presidenciales. Un producto productivo.

Serge Halimi recordaba hace unos días el analfabetismo de periodistas y clase política en relación a la intervención coyuntural. Se están sucediendo diversas reuniones entre partidos y grupos de izquierda con ecologistas de cara a presentar una candidatura conjunta a las próximas presidenciales francesas y el debate que está sacudiendo el día a día es el de las comidas vegetarianas en los comedores escolares. Aquel candidato verde a la presidencia, Nicolás Hulot, que fue ministro con Macron y embajador para la protección del planeta con el socialista Francois Hollande. A sumar a esta estafa Jean-Luc Melenchon, el de Francia Insumisa, apelando al imperio napoleónico contra el euskara.

Cuestiones al parecer decisivas para el futuro de la humanidad mientras Israel arrasa Palestina. Mientras Ivan Duque exhibe su prepotencia lanzando sus mastines contra el pueblo colombiano. Mientras las farmacéuticas logran imponer su veto, como lo hicieron con la vacuna contra la malaria, para hacer valer sus patentes. Mientras Jeff Bezos se cuelga la chapa del hombre más rico del planeta y en su empresa las condiciones recuerdan a las feudales.

Parece que hemos caído en la trampa del neoliberalismo que, apuesta, como en otras épocas de crisis, por su versión más dura, el fascismo. Si quieren aderezado, las épocas no son las mismas, con el prefijo «neo». La palabra libertad ha sido violada con una simpleza como la que se ofrece en una terraza madrileña, mientras los trabajadores se convierten en falsos autónomos, los grandes prohíben la sindicación y el marketing, es decir, la realidad virtual, sustituye a los miles de tragedias que nos acompañan cada amanecer.

Dicen unos que fue Orwell quien apuntó aquella frase que retumba en nuestro cerebro desde entonces. Algunos que su autor fue Thomas Mann. Otros en cambio, que ninguno de los dos. Qué más da. La hemos oído repetir en numerosos escenarios: «cuando el fascismo llegue finalmente a Occidente, lo hará en nombre de la libertad». Y así será.

Hace unos días, cerca de dos millares de militares franceses se han referido al «peligro» de desintegración de su supuesta patria. Repitiendo lo que durante 2020 marcaron otros tantos generales y altos mandos militares españoles. El honor perdido es la seña de identidad que utilizan los canallas para justificar sus causas «justas». Pueden perecer trivialidades, pero el eco de la pólvora es otro recurso bastante utilizado por cierto en momentos extremos.

Es la zona gris, desaparecida la blanca de Occidente, donde el estado de bienestar se consiguió tras un equilibrio de fuerzas en el que tuvo mucho que ver la Guerra Fría. Una zona gris que, por definición, mantiene el umbral de la confrontación por debajo del conflicto. La zona blanca sería la sociedad democrática, con sus consensos y acuerdos, y la negra el conflicto abierto, en términos bélicos.

No sé quién comenzó a imprimir el término ni tampoco si las zonas grises se alentaron con Margaret Thatcher y Ronald Reagan en la década de los 80, o con Donald Trump, Jair Bolsonaro o Narendra Modi ya en la 2010. Es irrelevante. Sucede que, en esta competición hegemónica, las zonas grises se han ampliado hasta llegar a nuestros escenarios habituales. Porque como escribía Christian Villanueva, las zonas grises «están pensadas para imposibilitar o confundir los cálculos de riesgo tradicionales, provocando la paralización del oponente incapaz de decidirse entre la inacción o la acción». Ese es precisamente el quid. El retroceso en los mensajes libertadores, en la labor sindical, incluso en la ideología. La inacción.

La constatación del ascenso del neofascismo y la reacción derechista, han provocado una especie de retirada de sectores de izquierdas a zonas donde el objetivo no es la transformación radical de la sociedad, sino la autocomplacencia. Esos escenarios se han convertido en objetivos en sí mismos. Mientras, la apisonadora neoliberal continua imparable, mientras su límite se ubicará en un nuevo keynesianismo, como en el Reino Unido, pero sin estado de bienestar. Estamos en zona gris.

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https://www.naiz.eus/
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