12 años después de la crisis financiera de 2008 la historia se repite, no sabemos todavía si como tragedia más profunda, o directamente como farsa. 3 mil millones de personas en el mundo confinadas por un (corona)virus llamado SARS CoV-2 que ha pateado el tablero mundial pero también ha logrado lo que el socialismo no pudo: que se asuma la imperiosa necesidad del Estado como herramienta para garantizar la reproducción de la vida frente al avance depredador del capital.
La pandemia que arrasa con todo el mundo, deja al descubierto como el neoliberalismo fue desmantelando el Estado y su sistema de salud, privatizando y entregando el control a farmacéuticas privada donde pudo. Y donde todavía quedaba Estado del Bienestar, como en España e Italia, el sistema de salud ha colapsado.
El tsunami geopolítico ha obligado a Estados Unidos, y a pesar de Trump, a aprobar un rescate en forma de inversión pública de 2 billones de dólares, mientras el número de contagios supera ya los alrededor de 82.000 de una China que mediante un Estado autoritario y eficiente con control sobre los medios de producción y alta tecnología, ha podido neutralizar los contagios locales de COVID-19. Camiones rusos entran en Roma, al mismo tiempo que en Alemania y Francia se habla de nacionalizar empresas mientras Japón suspende los Juegos Olímpicos de este verano hasta 2021 y la India confina a 1.300 millones de personas. En América Latina, los médicos cubanos retornan a Brasil tras haber sido expulsados por Bolsonaro, a quien se le rebelan unos gobernadores que impulsan una renta básica lulista como medida para afrontar la crisis. Mientras tanto Chile siendo Chile, el Israel de Sudamérica, y Piñera decreta el “Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe”.
Pero todos los anteriores son países del G20 y/o OCDE. Debe ser por eso que hablamos tanto del coronavirus y no mucho de la malaria, que tan solo en 2019 mató a 400 mil personas en África. Perdón, donde dije personas quise escribir 400.000 pobres y negros. Porque ese es el debate subyacente en México hoy y en muchos otros países. La cuarentena puede ser necesaria en muchos lugares para contener la pandemia, pero solo puede ser sostenible si no condena al hambre a las y los más vulnerables, quienes no cuentan con redes de protección social ni son parte de la economía formal.
Y es que después de la crisis sanitaria viene la crisis económica y social, una vez que se interrumpa la oferta por la interrupción de las cadenas de suministros, y haya un shock de demanda interna y externa.
Sin ir más lejos, en Estados Unidos subsisten 27 millones de personas sin seguro médico y 11 millones más sin papeles. El coronavirus ya ha disparado las peticiones de prestaciones por desempleo hasta el récord histórico de 3’28 millones. Esto solo en Estados Unidos, porque a nivel mundial la OIT calcula un crecimiento del desempleo de 5’3 millones de personas en su hipótesis más prudente, y de 24’7 millones en su hipótesis más extrema. Por comparar, la crisis de 2008-2009 dejó 22 millones de nuevos desempleados. En América Latina la crisis del coronavirus podría hacer pasar el número de personas en situación de pobreza y extrema pobreza de los 250 millones actuales a 310, la mitad de los 620 millones de personas que habitamos el subcontinente.
En el plano estrictamente económico, la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo calcula perdidas globales de 2 billones de dólares, pero otros estudios hablan de hasta 9 millones, lo que significaría un 10% del PIB global en un mundo en crisis donde la deuda global ya supera los 250 billones de dólares.
¿Cómo vamos a salir de la crisis?
Estamos ante una bifurcación con 2 posibles salidas: una es el camino que vislumbra Slavoj Zizek, una sociedad alternativa de cooperación y solidaridad, basada en la confianza en las personas y en la ciencia; el otro camino lo define Byug Chul Han como un mayor aislamiento e individualización de la sociedad, terreno fértil para que el capitalismo regrese con más fuerza.
Pero antes de la bifurcación ya estamos en un momento donde como bien define Carlos Fernández Liria, nos preocupa más que el coronavirus infecte a los mercados que a las personas. Todo ello en un escenario definido por Boaventura de Sousa Santos con el aparente oxímoron de la crisis permanente, donde hemos normalizado la excepción que permite justificar el despojo, la acumulación por desposesión, y la doctrina del shock permanente contra nuestros pueblos.
Lo que está claro es que la reproducción del capital, dificultada por la crisis de un capitalismo en fase de descomposición, puede encontrar una ventana de oportunidad en la medida en que desaparece una parte de la población mundial y se crean nuevos mercados.
La salida ante esta nueva crisis debe ser en un primer momento keynesiana, (re)construyendo estados fuertes que rescaten a las personas, y no a los bancos ni a las trasnacionales, estados que aprovechen el momentum para transitar hacia otras energías no basadas en combustibles fósiles, mientras se siguen profundizando todas las alternativas posibles posneoliberales.
O quizás no hacen falta tantos malabares teóricos y debemos guiarnos por Britney Spears citando a la escritora Mimi Zhu: “Nos alimentaremos mutuamente, redistribuiremos la riqueza, haremos huelga. Comprenderemos nuestra propia importancia desde los lugares donde debemos permanecer. La comunión va más allá de los muros. Todavía podemos estar juntos”.