La Unión Europea nunca consiguió transformar la Europa de los estados y el capital en una Europa de los pueblos.
Más bien sirvió para homogeneizar los partidos políticos estatales en torno a un marco común, el de la imposición del modelo neoliberal. La derecha y la socialdemocracia se fusionaban en un solo proyecto político que, con mayores o menores avances, venía a desmontando el Estado del bienestar europeo, convertido prácticamente en un fósil de la Guerra Fría.
La segunda década del siglo XXI sirvió para que surgieran algunos proyectos que nacían desde abajo y a la izquierda como resistencia al desastre social neoliberal. Podemos se convirtió en una referencia a la hora de mirar a Europa, aunque probablemente el caso más paradigmático es el de Syriza en Grecia. Un movimiento compuesto de varios partidos, algunos incluso de tendencias comunistas, liderado por Alexis Tsipras, que una vez en el gobierno fue obligado por la Troika (el triunvirato que gobierna Europa compuesto por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) a aplicar políticas de "austeridad", traducidas en recortes sociales y la privatización de lo poco que quedaba en Grecia sin privatizar, como la energía o los aeropuertos.
Pero el breve ascenso de proyecto a la izquierda de la socialdemocracia convertida en social-liberalismo, tuvo como respuesta una contraofensiva conservadora en forma de auge de proyectos de ultraderecha. En principio dispersos por el mapa europeo, pero poco a poco articulándose entre sí, hasta el punto de poder convertirse en las elecciones europeas del 26 de mayo en uno de los grupos más grandes del Parlamento Europeo.
Una ultraderecha que ha dejado de lado cualquier complejo para presentarse, apoyada en sus valores morales, como una alternativa a una Europa que dibujan dominada por la ideología de género y los migrantes.
La principal diferencia con la derecha tradicional, es que la nueva ultraderecha europea recoge el voto de la clase obrera, de hecho, sin el voto de la clase obrera blanca Marine Le Pen no hubiese podido ganar las elecciones europeas de 2014 (sacando 24 de los 74 eurodiputados asignados a Francia). Hoy día Reagrupación Nacional, el nuevo partido de Le Pen, lidera con 22.5 por ciento de intención de voto las encuestas, por encima de La República en Marcha de Macron.
El otro gran aliado de Marine Le Pen es Matteo Salvini, actual vicepresidente y ministro del Interior del país alpino, que podría incluso con 30 por ciento de los votos ser el partido europeo con más representación en el Parlamento Europeo (algunas proyecciones le otorgan hasta 26 de los 76 escaños italianos, por encima de los 24 que sacaría la CDU de Merkel). El lema de Salvini ha sido "Primero los italianos", muy semejante al America First de Donald Trump.
Los aliados de Salvini y Le Pen en Europa son Fidesz de Víktor Orban en Hungría (primer ministro), el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, también cogobernando), Alternativa por Alemania (AfD, ya con 13 por ciento de los votos en el Parlamento alemán), el Partido de la Libertad de Geert Wilders en Holanda (segundo grupo parlamentario), Ley y Justicia de Polonia (PiS, también gobernando) o los ultras de Amanecer Dorado en Grecia, entre otros.
Las incorporaciones más recientes a la oleada ultraderechista europea se han producido durante el mes de abril en Finlandia, donde los Verdaderos Finlandeses se han quedado con 17.5 por ciento de los votos a tan solo 2 décimas de ganar las elecciones generales, y en España, donde, aunque Vox no ha entrado en el Parlamento español con tanta fuerza como sus aliados europeos (24 diputados y una proyección de 5 eurodiputados) sí ha corrido hacia la derecha el debate político estatal.
Y para añadir otro factor que permita entender los resultados del 26 de mayo, hay que tener en cuenta que, al no haberse producido el Brexit, habrá también elecciones en el Reino Unido, y el Brexit Party de Nigel Faradel (ex UKIP) podría ganarlas. Faradel, al igual que Salvini o Vox, ha sido asesorado por Steve Bannon, y sería un elemento cohesionador para un gran grupo de la extrema derecha euroescéptica.
Es por eso que estas elecciones al Parlamento Europeo de 2019, a 30 años de la caída del Muro de Berlín, son decisivas para el proyecto de construcción europea desde los pueblos. Es necesario combatir el proyecto de la ultraderecha europea que a pesar de que puedan tener algunas diferencias entre ellos (en torno a los derechos civiles, o el modelo económico), comparten un nacionalismo excluyente y racista que legitima, entre otras muchas cosas, el mayor cementerio de migrantes del mundo en que se ha convertido el Mediterraneo (se calcula 2 mil migrantes ahogados por año desde el 2000).
Las políticas de seguridad y migración serán uno de los ejes de batalla en esa Unión Europea de los estados y el capital, que, aunque ha marcado pequeñas diferencias con Estados Unidos en política exterior, sobre todo en la relación con Irán o Cuba, podría radicalizar y derechizar (aun más) sus políticas tras las elecciones del 26 de mayo.
Al mundo multipolar que cada vez se despliega con más intensidad sobre el tablero de juego geopolítico, se le contrapone un triángulo tenebroso conformado por Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, y la extrema derecha en Europa, triángulo sobre el que debemos estar alertas en América Latina.