Literatura en euskera: lo que no hay (y lo que hay) en castellano

Librería. Foto: Maria teresa Toledo
Beñat Sarasola

En la última década se han abierto más posibilidades para los autores en euskera de ser traducidos y editados en España, pero está por ver si esa tendencia se consolida y se refuerza en los próximos años

¿Qué es lo que falta por traducir (al castellano) del euskera? ¿Qué autores vascos desconocidos (para el gran público español) merecerían la pena ser traducidos? Son preguntas que se escuchan cada vez más en boca de lectores, periodistas, editores (novelistas, mejor), agentes (autores jóvenes, mejor), programadores, comisarios, curadores, curators, y curiosos de todo tipo. Uno podría elaborar una lista de autores y libros –de hecho, a menudo no hay otro remedio–, pero quizás sea literariamente más relevante (además de eso) leer los últimos treinta años de literatura vasca en función de lo que se ha traducido al castellano y lo que no, para tratar de plantear algunas tendencias, a modo de hipótesis, de estas políticas de traducción.

Aquí me tocaría decir que las obras y los autores que se mencionarán a continuación no tienen voluntad alguna de conformar un canon, y en un sentido franco es así, aunque tampoco somos tan ilusos como para obviar que todo ejercicio crítico, en su sentido estricto, tiene cierta fuerza prescriptiva. En cualquier caso, este será un camino que trata de profundizar en lo literario más allá de otras consideraciones, canonizaciones, contracanonizaciones, etc., y teniendo presente que, cuando uno se enfrenta a una tarea así, lo más probable es que reciba a partes iguales el enfado de los no mencionados y la irritación de los que sí se mencionan por no aparecer como a ellos les gustaría. Pero vaya, como dictan los tiempos actuales, el enfado es libertad y la libertad es enfado.

España, Nuevo Mundo

La historia comienza en 1989, cuando Obabakoak de Bernardo Atxaga gana el Premio Nacional de Narrativa y se convierte en el primer autor en euskera que llega de manera más amplia allende el Ebro. Esa traducción, y el éxito del libro en general, conduce a que sea traducido a muchos otros idiomas, con lo que Atxaga se convierte en el gran autor vasco. A lo largo de la década de los noventa sigue escribiendo libros fundamentales en su obra como El hombre solo, y se traducen trabajos anteriores como la antología poética Poemas & Híbridos. Es también en esa época cuando se da a conocer la obra de Manuel Rivas fuera del ámbito gallego (empujado por otro Premio Nacional de Narrativa en 1996), cosa que refuerza una idea: en el marco de la literatura española, solo hay sitio para un autor por cada una de las literaturas (mal)llamadas periféricas (dejamos de lado el caso catalán, aunque podría decirse que son también los años de Quim Monzó).

Autores vascos importantes nacidos en los cuarenta o cincuenta como Juan Garzia, Koldo Izagirre, Edorta Jimenez, Anjel Lertxundi, Pello Lizarralde, Xabier Montoia, Lourdes Oñederra, Ramón Saizarbitoria, Joseba Sarrionandia o Arantxa Urretabizkaia no han tenido la oportunidad de salir más allá del ámbito vasco. Saizarbitoria, el mayor de todos ellos y perfectamente equiparable al nivel literario de Atxaga, tuvo su oportunidad a finales de los noventa con la traducción de Los pasos incontables, traducido por Jon Juaristi y publicado por Espasa-Calpe en 1998. Es un libro referencial dentro de la literatura vasca (para muchos, la mejor novela escrita en euskera), que tuvo una cobertura mediática considerable en los medios españoles, pero que pasó más bien sin pena ni gloria en cuanto a su recepción. Sin desdeñar el aspecto inconmensurable que tienen estas cuestiones, uno puede pensar que una novela que se vertebra sobre el fusilamiento del miembro de ETA Ángel Otaegi (en la novela, Daniel Zabalegi) en 1975, y que está escrita, además, usando ampliamente técnicas modernistas, no podía tener un encaje fácil en el panorama editorial español de finales de los noventa. Su siguiente gran obra, Guárdame bajo tierra, que esta vez fue editada por Alfaguara en 2002, tuvo una suerte similar. Algo parecido ocurrió con Lertxundi. A finales de los noventa se publicaron algunos títulos suyos en Alfaguara: Un final para Nora, Cuaderno de tierra firme, y Los días de la cera (traducción los tres de Jorge Giménez). Sin embargo, la apuesta editorial no cuajó, muestra de ello es que sus libros posteriores se han publicado en castellano en Alberdania (su editorial en euskera). En 2010 le otorgaron el Premio Nacional de Ensayo por Vida y otras dudas (traducción de Jorge Giménez), pero eso no supuso ningún cambio, como sí ha sucedido con los premiados en narrativa.

La falta de apuestas del mundo editorial español ha imposibilitado que el lector conociese la amplitud de una literatura vasca que está en el momento más fértil de su historia

El resto de autores arriba citados o han sido muy poco traducidos al castellano, o mal editados y distribuidos (casi exclusivamente dentro del País Vasco), o directamente han desechado ser traducidos al no encontrar una editorial que edite sus textos como ellos o ellas desearían. Libros importantes de estos autores que aún no han sido publicados al castellano serían, entre otros: Sua nahi, Mr. Churchill? (¿Quiere fuego, Mr. Churchill?) de Izagirre, Argiantza (Penumbra) de Lizarralde, la trilogía Hilen bizimoldea (La vida de los muertos) de Montoia y Lagun izoztua (El amigo helado) de Sarrionandia.

Atxaga ha sido, pues, el gran y único escritor en el ámbito español, cosa que también ha tenido su lado negativo. No en vano, el propio Atxaga ha sufrido, dentro del contexto vasco, una presión excesiva y un escrutinio –a menudo de cariz político– poco deseable a ningún escritor. Además, la falta de apuestas por parte del mundo editorial español por traducir otros autores vascos ha imposibilitado que el lector español conociese la amplitud de una literatura vasca que está, sin ninguna duda, en el momento más fértil de su historia. Ejemplo de ello es lo que ha sucedido con el fenómeno de Patria de Fernando Aramburu. Cualquier lector en euskera podría nombrar no pocas novelas y libros de cuentos escritas en euskera en estos 30 últimos años que tratan la Cosa (como diría Iban Zaldua) de una forma literariamente mucho más honda y sugestiva que la novela de Aramburu, mientras que el lector en castellano ha recibido por tierra, mar y patria aquello de que “por fin alguien que se atreve a escribir sobre el terrorismo vasco”.

Después de Atxaga, han sido Unai Elorriaga y Kirmen Uribe los siguientes que han conseguido llegar a los lectores en castellano, ambos con sendos Premios Nacionales de Narrativa. Elorriaga con Un tranvía en SP en 2002 y Uribe con Bilbao-New York-Bilbao (trad. Ana Arregui) en 2009. El hecho de que los escritores vascos hayan conseguido traspasar los límites del País Vasco gracias a Premios Nacionales de Narrativa es significativo en muchos sentidos. Por un lado, el premio se ha caracterizado por premiar autores canónicos y propuestas literarias harto consagradas, que usualmente tienden hacia lo más bien convencional (paradójicamente, los casos de Elorriaga y Uribe serían unas de las excepciones, ya que lo lograron con sendas primeras novelas), por lo que la imposibilidad de ser traducido y leído fuera de esa vía no muestra sino la estrechez con la que se ha considerado la literatura vasca. Además, la entidad literaria de Obabakoak y su posición fundamental dentro del canon literario vasco no es comparable con las de Un Tranvía en SP y Bilbao-New York-Bilbao.

El “Pelotón”

Entre la generación de Atxaga y la de Elorriaga y Uribe existe toda una serie de escritores, nacidos más o menos en los años sesenta, que han escrito libros fundamentales a lo largo de las últimas tres décadas que, sin embargo, no se han dado a conocer en España. Esta sería la generación que, utilizando el símil ciclista, se ha denominado como “Tropela” (Pelotón) porque, precisamente, ha quedado en una suerte de tierra de nadie entre la generación canónica de los nacidos en los años cuarenta-cincuenta y la generación más joven de Elorriaga, Uribe y compañía.

Entre ellos el único que la logrado ser traducido y editado fuera del País Vasco con cierta continuidad ha sido Iban Zaldua, que, gracias a sus libros publicados en Lengua de Trapo y Galaxia Gutenberg, se ha hecho un sitio entre los cuentistas, género en el que destaca especialmente, aparte de por ser autor de textos desenfadados e inteligentes sobre literatura y el mundo literario (por ejemplo, su reciente Panfletario editado en Pepitas de calabaza). Con todo, la recepción de la literatura de Zaldua, que se ha movido por espacios más o menos independientes y minoritarios, no puede compararse con las de Atxaga, Elorriaga y Uribe. Algo parecido sucede con Karlos Linazasoro, otro gran escritor, en especial en géneros breves, que ha publicado algunos libros en editoriales españolas (el último, Versus, en Jekyll & Jill), pero sin llegar a la recepción que ha tenido Zaldua en estos últimos años.

Así, ningún otro escritor en euskera de los sesenta ha logrado despertar el interés del mundo editorial español, pese a ser escritores bastante más sustanciosos que algunos escritores vascos de éxito.

Uno de ellos sería Jokin Muñoz, con obras como el libro de cuentos Letargo (Jorge Giménez) (2005) o la novela El camino de la oca (trad. Jorge Giménez y Jokin Muñoz) (2008), ambos editados en Alberdania. Recientemente, Edurne Portela ha rescatado y analizado las obras de Muñoz en el libro El eco de los disparos, pero hasta entonces, apenas nadie había reparado en ellas.  

La recepción de la literatura de Zaldua, que se ha movido por espacios más o menos independientes, no puede compararse con las de Atxaga, Elorriaga y Uribe

Miren Agur Meabe es una escritora que ha cultivado casi todos los géneros literarios: la literatura infantil y juvenil, poesía, novela, narración corta. Gran parte de su obra se mueve dentro de la literatura del yo, pero, lejos de caer en la autocomplacencia y la exacerbación del ego, realiza un ejercicio implacable de disección de lo humano, con todas sus miserias incluidas. Además de su poesía, es destacable su novela Un ojo de cristal, publicada en castellano en 2014 en la editorial Pamiela. Su último libro, Hezurren erretura (La quema de los huesos) está aún inédito en castellano.

Otro escritor con una amplia e interesante obra es Iñigo Aranbarri. Después de haber escrito poesía de gran valor como Harrien lauhazka (El galope de las piedras), recientemente ha destacado en el género narrativo. Su segunda novela, Cavando agua, fue traducida y editada en la editorial Mettok en 2011, pero, desgraciadamente, no logró la atención merecida. Es muy recomendable también su único libro de cuentos, Munduko tokirik ederrena (El sitio más hermoso del mundo), publicado en 2018 e inédito en castellano.

Quizás, si existe un escritor total en esa generación, esa sea Itxaro Borda. Autora prolífica donde las haya, no ha dejado un género literario por tocar. Desde sus letras emblemáticas para grupos como Hertzainak hasta su obra de teatro Odolak su gabe diraki (La sangre hierve sin fuego), Borda tiene una de las obras más extensas de las letras vascas, con más de diez poemarios y más de una docena de novelas. Nacida en la parte vasco-francesa, algunas de sus obras han sido traducidas al francés o las ha publicado en ediciones bilingües. La editorial Meettok publicó en castellano su libro 100% Basque (traducción de Bego Montorio), una de sus novelas más celebradas, aunque, como en el caso de Aranbarri, no logró la acogida esperada. Una de las líneas más interesantes de su obra la conforma la serie de novelas que tiene como protagonista a la detective Amaia Ezpeldoi, que se mueven entre el humor, la farsa y la crítica social.

Jon Alonso y Aingeru Epaltza son quizás los narradores más natos de su generación. Alonso es, precisamente, quien bautizó a su generación, irónicamente, con el nombre de Pelotón. De oficio traductor (ha traducido, entre otros, a Julio Cortazar, Claude Levi-Strauss y José Saramago al euskera), destaca por sus novelas que se mueven entre lo noir y la crítica (a menudo satírica) política, con la serie de novelas negras protagonizadas por Enekoitz Ramirez Lanbas. La cumbre de su novelística es, a mi parecer, Hodei berdeak (Nubes verdes), novela que recrea el ambiente antifranquista de posguerra en Pamplona. Epaltza, por su parte, es autor de excelentes novelas como Agua turbia (trad. Bego Montorio), Cazadores de tigres o Rock'n'roll.

Finalmente, se podría incluir también en este grupo a dos de los poetas vascos más importantes de la actualidad: Rikardo Arregi Diaz de Heredia y Jose Luis Otamendi. Arregi ha sido más traducido que Otamendi; su último libro, por ejemplo, Debe decirse dos veces (traducción de Angel Erro), lo publicó la editorial Salto de Página en 2014. Otamendi, sin embargo, no ha sido traducido al castellano. Autor de ocho libros de poemas (y uno de cuentos), es creador de grandes obras como Lur bat zure minari (Tierra para tu dolor) o Erlojuen mekanika (La mecánica de los relojes).

Fragmentos de la generación ‘Lubaki’

Pese a que para el lector en español son Elorriaga y Uribe los escritores más conocidos en euskera nacidos en los setenta, en el País Vasco el escritor más influyente y laureado es, sin duda, Harkaitz Cano. Autor de una extensa obra, fue uno de los miembros más destacados del grupo literario Lubaki (Trinchera) en los noventa (también la integraron Xabier Gantzarain, Ander Izagirre y Asier Serrano, entre otros). Este fue la primera plataforma literaria importante de esa generación. No obstante, Cano no ha logrado, hasta ahora, en España el reconocimiento que tiene en el País Vasco. La mayor parte de su obra está traducida al castellano, y su obra narrativa más importante, además, en una gran editorial como Seix Barral. En 2004 le editaron Jazz y Alaska en la misma frase, deslumbrante novela escrita siendo todavía un universitario (el original es de 1996), y después han publicado tres libros más, entre los que destacaría Twist (traducción de Gerardo Markuleta), novela que ha sido traducida también al búlgaro, al inglés y al italiano.

Mikel Peruarena es autor de una de las mejores novelas que ha dado este siglo: Su zelaiak (Campos de fuego). Se trata de una novela coral situada en el campo de batalla de la I Guerra Mundial y contada a través de soldados vascos que lucharon con el ejército francés. Escrita con una prosa fascinante, en el dialecto navarro-labortano, se vale de técnicas modernistas para representar, de una forma cruda pero a la vez lúcida, la atrocidad de aquella guerra. Peruarena es autor de otra notable novela, Ez obeditu inori (No obedezcas a nadie), pero ninguna de sus obras ha sido traducida.

Otra autora destacable es Ixiar Rozas. Comenzó destacando en el relato, pero en los últimos años ha explorado la escritura más allá de lo literario en sentido convencional, a menudo en el linde de otras expresiones artísticas (especialmente las artes vivas). Fruto de ese camino son Negutegia–Invernario (2014) y, sobre todo, Beltzuria, traducción de Jose Luis Padron, (2017). La primera fue editada en la editorial Pamiela, como sus libros en euskera, y Beltzuria en Enclave de Libros, pero no tuvieron gran repercusión en el ámbito español.

Nora de Irati Jimenez y Neguko argiak (Luces de invierno) de Irati Elorrieta son también dos libros relevantes desde el punto de vista literario. El primero, publicado en euskera en 2009, fue traducido al castellano en la editorial Ttarttalo en 2015, editorial que difícilmente consigue traspasar las fronteras del País Vasco. Neguko argiak de Elorrieta, por su parte, aunque sea una novela con ciertos altibajos, logra construir una voz particular, poco común en la literatura en euskera.

No podemos pasar por alto el trabajo de Eider Rodríguez, autora que, junto con Katixa Agirre, Karmele Jaio y Amets Arzallus/Ibrahima Balde, ha logrado superar las lógicas de traducción del euskera-castellano que regían hasta ahora, en el que un autor en euskera difícilmente conseguía resonancia fuera del País Vasco si no era mediante el Premio Nacional en Narrativa. Rodríguez lo ha logrado, además, escribiendo en un género literario subestimado (respecto a la novela) como el cuento. Autora de cuatro libros de cuentos, es, probablemente, la maestra del cuentismo vasco contemporáneo. Random House publicó en 2019 su último libro, acompañado de una antología de cuentos anteriores: Un corazón demasiado grande (traducción de Lander Garro y Eider Rodríguez). Siguiendo con el cuento, Ana Malagón es también otra excelente escritora, especialmente brillante en los microrrelatos. Autora de dos libros, pronto publicará su tercero, y todavía no ha sido traducida al castellano.

Entre los poetas, Leire Bilbao, Angel Erro, Jon Gerediaga y Castillo Suarez son cuatro sobresalientes poetas que apenas han sido traducidos. Gerediaga tiene un único libro, La luz, la tierra, el árbol, el cielo (2017) editado en Pamiela, y la poesía de Bilbao, Erro y Suárez es inédita aún en castellano más allá de algunos poemas traducidos en antologías diversas.

¿Nuevas vías de traducción?

En los últimos años parece que se están abriendo otras vías distintas a las de Atxaga, Elorriaga y Uribe. Además de los citados cuentos de Rodriguez, Katixa Agirre ha logrado editar sus últimas dos novelas en editoriales españolas más que interesantes como Pre-Textos y Tránsito. La última, Las madres no, para mí la mejor de las dos, se publicó en 2019 en castellano y sigue traduciéndose a otros idiomas como el catalán y el francés.

El nuevo proyecto editorial de Consonni, que consiste en traducir al castellano a autoras que escriben en euskera, también está ofreciendo su oportunidad a textos en euskera para que puedan encontrar nuevos lectores fuera del País Vasco. El primer libro editado ha sido Jenisjoplin (traducción de Irati Majuelo) de Uxue Alberdi que ha suscitado un interés más que notable, y acaban de editar el segundo, la estupenda novela X ha muerto (traducción de Xabier Mendiguren) de Alaine Agirre. Pronto verá la luz también la novela Basa (Silvestre) de Miren Amuriza. Es una editorial que viene a convertirse en referente para la literatura en euskera traducida al castellano, especialmente centrada en nuevos nombres.

Con todo, no todos los autores literariamente destacados han corrido la misma suerte. Algunos han sido traducidos en editoriales más o menos pequeñas y otros ni siquiera han sido traducidos.

Un ejemplo de ello sería Entrañas de Danele Sarriugarte, excelente ópera prima que fue publicada en euskera en 2014 y traducida al castellano por Miren Iriarte en la editorial Reikiavik en 2019. Obra en la que lo visceral se convierte en escritura, es una de las novelas referenciales de las nuevas generaciones.

Uxue Apaolaza es quizás la escritora de cuentos más interesante entre los autores nacidos en los ochenta. En 2005 escribió su ópera prima que ha sido traducida recientemente al catalán y al español por la editorial Godall: Desde que los niños mienten. Una de las mentes más lúcidas (es también una excelente columnista), en breve publicará en euskera su esperado segundo libro de cuentos.

En poesía, Jon Benito, autor de dos libros de poesía a cada cual más referencial, es, probablemente, el poeta más influyente y sólido de los años ochenta. Tampoco ha sido traducido al castellano. Lo mismo que Iñigo Astiz, autor de otros dos magníficos poemarios.

Pese a que parece que en la última década se han abierto más posibilidades para los autores en euskera de ser traducidos y editados en España, está por ver si esa tendencia se consolida y se refuerza en los próximos años, ya que no han sido hasta ahora sino pequeñas muestras puntuales. Todo parece indicar que la creciente diversidad editorial del panorama español ha ayudado a que se pudiesen editar libros como los de Agirre o Zaldua, pero está por ver si esta diversidad no terminará, de crisis en crisis, en un nuevo panorama editorial cada vez más concentrado, cosa que, presumiblemente, no beneficiará a una literatura como la vasca. La otra vía sería que editoriales del País Vasco que publican en español trataran de cuidar las traducciones del euskera y no quedaran en textos anecdóticos destinados a lectores vascos que solo leen en español. Los ejemplos catalanes de Anagrama, Acantilado/Quaderns Crema, Raig verd, Rata, están ahí, y dentro del panorama vasco solo editoriales como Meettok y, ahora, Consonni, han tratado de potenciar esa vía.

Libros no faltan; lo que falta es, como dirían aquellos, “voluntad política”.

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