El siete de junio de 1968, Txabi Etxebarrieta fue ejecutado por la Guardia Civil en un control emboscada. Horas después de que él matara a un guardia de tráfico, para evitar ser detenido. Es probable que si no hubieran matado a Txabi, cuando estaba desarmado y entregado, sin oponer resistencia, habría podido ser interrogado «a base de bien». Entonces, tal vez, la policía hubiera conocido algún dato importante, para evitar la posterior muerte en atentado del comisario Manzanas.
No fue así, y ambas muertes, junto a la del agente de tráfico Pardines, fueron las primeras de una larga cadena que duró más de cuarenta años. En los que cayeron 800 por parte española y 400 de ETA. Pero las cosas, seguramente, no pudieron evitarse. En un modo trágico, como otro cualquiera, de defender lo que cada uno cree que debe ser defendido.
Aunque el fondo de la cuestión no es ese. El problema es que no estamos ante un caso policial. O solo policial. Estamos en un problema político, cuya profundidad y antigüedad en la sociedad vasca, lo hace un caso histórico. Es, además, un asunto de quién empezó primero. Porque dos no se pegan, si uno no empieza.
Txabi no empezó. El guardia de tráfico tampoco. Ni siquiera Melitón Manzanas. Comisario de policía de Irún, muy conocido entre los nacionalistas vascos que cayeron en sus precipitadas manos. En todo caso, fueron hechos concretos de una Historia más amplia. Anterior y posterior. Una Historia, más o menos importante, pero que demuestra que lo que hacemos por muy grave o notable, que nos parezca, no es independiente ni depende de sí mismo. Depende de hechos anteriores y, a su vez, influye sobre otros posteriores. Además, la violencia política y social en la Historia, no empieza hasta que alguien la ejerce en primer lugar. Definitivamente, en este tipo de Historia, dos no se pegan hasta que uno no empieza.
Desde el punto de vista de la situación política actual, en Euzkadi, hay un consenso general para calificarla de violenta. Tal vez haría que puntualizar el número real de individuos, a quienes afecta esta violencia. Pero lo cierto es que la violencia, en cualquiera de sus versiones (social o política) es lo mas grave o notorio que puede afectar a una sociedad como la nuestra. Otra variable, no menos importante, sería comprender y aceptar que esta violencia actual no es coyuntural o generacional. Se trata de algo heredado de periodos anteriores. Es decir, desde hace más de un siglo.
Otro aspecto es que este problema, como histórico que es, tiene un tratamiento muy distinto, según el medio que los trate. Ni los historiadores, en su mayoría, ni los creadores de opinión (políticos, periodistas, etc.) tienen voluntad o acierto, para entender este asunto como algo estructural y no sobrevenido recientemente. De acuerdo con los intereses de estas personas, este tipo de intoxicación no tiene nunca en cuenta la suficiente perspectiva histórica. La cual detienen y manipulan según sus propios intereses. Nunca desde la verdad histórica objetiva. Es decir, desde los motivos, los orígenes y la evolución culpable o inocente de la llamada «violencia política vasca».
Por el contrario, en estos grupos el tratamiento de la violencia (en este caso armada) hay un exceso de superficialidad, limitación, presentismo y servidumbre a ciertos intereses. Con lo que se deja, o se impide, conocer los motivos originales de esta situación y su historicidad. Aspectos que, si no se tienen en cuenta de forma suficiente y correcta, nos alejan no solo de un diagnóstico adecuado, sino lo que es peor de una posible solución acordada y pacífica. Si es que la tiene.
Me refiero, naturalmente, al enfrentamiento violento y armado que hasta hace una docena de años ha tenido lugar entre el Estado español y ETA. Ambos, de muy distinta forma y dimensión, han sido generadores de violencia, en el marco de una Historia propia y otra ajena. Es decir, la respuesta de ETA a la presencia y ocupación de los territorios vascos por España, tiene un origen próximo que se remonta a los años sesenta. Y otro más lejano, que obliga a conocer como mínimo los motivos del nacionalismo vasco independentista, a raíz de la abolición de los Fueros (1876) y de las guerras, seguidas de derrotas e invasión.
Todas estas fechas, tan olvidadas en apariencia, están, sin embargo, en el entramado y sustrato histórico-político, de lo que podemos llamar resistencia armada vasca. O como lo llamó, en 1998, un condescendiente expresidente Aznar, MLNV. Es decir, Movimiento de Liberación Nacional Vasco. Y lo cierto, es que a partir de aquella Ley de Abolición de Fueros, luego fantasmalmente derogada en la actual Constitución, es cuando se crea y desarrolla un clima de rechazo y hostilidad a la invasión hispano-francesa de Euzkadi.
La decepción política y social, a partir de entonces y sobre todo desde finales del siglo XX, con la fundación del PNV, es notable. Salvo los sectores enriquecidos en sus relaciones comerciales con España, gracias a la ampliación del mercado y la desaparición de aduanas y aranceles, los demás sectores sociales se opusieron entonces y se oponen ahora a un Estado, que niega la existencia propia de un pueblo, con su cultura, lengua y libertades políticas.
Cuando nace ETA, a finales de los años cincuenta, han transcurrido 65 años desde la toma de conciencia nacional vasca. Con diferentes alternativas, el partido fundado para obtener la independencia vasca sufrió otra severa derrota en la guerra española de 1936/7. Los nacionalistas vascos se vieron obligados a exiliarse y, aunque no renunciaron expresamente a la lucha armada, se limitaron a una resistencia blanda contra el Estado. Esperando que sus «amigos» americanos (EEUU) acabaran con Franco. Como habían hecho con Hitler y Mussolini.
Esta larga espera no convencía de ningún modo a las generaciones de postguerra, que retomaron las armas en la creencia de que lo que te quitan por la fuerza, solo por la fuerza se puede recuperar. El abrazo de Barajas (1959), entre Franco y Eisenhower, terminó por desencantar a los jóvenes que desde 1961 anunciaron su intención de responder con las armas a la violencia armada de la invasión.
Los primeros disparos de ETA, no obstante, no se oyeron hasta 1968. Pero no dejarán de oírse desde entonces, hasta bien entrado el siglo XXI. Aunque esto, y lo que sigue es Historia. Otra Historia que ni ETA, ni Franco habrían inventado. Porque el problema vasco, es decir, la invasión violenta del Estado español, en el siglo XIX con dos guerras y luego reeditada en 1936/7, con la respuesta armada de los jóvenes desde mediado el s. XX, solo es una reproducción de los acontecimientos anteriores. Entre ellos, tres guerras en las que los vascos fueron derrotados, sufriendo más de 120.000 bajas y perdiendo no solo las Lagi Zarrak, sino también la libertad, y la independencia y la posibilidad de constituirse como una nación.
Txabi (7/6/1968)
Llevaba un verso en la boca
y el puño cerrado.
Tenía la libertad en los ojos
y una bala en el corazón.
Txabi…
Tal vez le llamaban Txabi
como a otros muchos
por entonces…
Y, tal vez, algunas tardes,
muchas de aquellas tardes
de domingo pueblerino
del Bilbao de los sesenta,
nos cruzamos por las calles
del paseo del domingo,
buscando con la mirada
la chica de nuestros sueños
en los sueños que no tuvimos.
Recorríamos la vida
en el mismo destino frágil
que estaba a punto de caer.
Tal vez Txabi…
(y sus amigos) miraba de frente
al fondo de aquella calle
con sol poniente,
donde esperaba
la dura certeza de morir por algo.
Nos cruzábamos, sin sabernos
los unos a los otros.
Entre la triste ignorancia
de los quince años…
En una calle larga
final de la Gran Vía corta
(entonces del Generalísimo)
donde la burguesía bilbaina
había construido sus palacios
y vigilaba su riqueza
desde un Gobierno civil
dirigido por los mismos militares,
que nos habían invadido,
derrotado y anulado
tres veces en un siglo.
El siglo, por donde Txabi
sus amigos y nosotros,
cruzábamos
llevando la misma libertad
en la mirada
un verso en la boca
una bala en el corazón
y nada en la nada.
Así éramos
soñando despiertos
mintiendo dormidos…
Así acabamos,
fatal y letal, aquel siglo veinte
en este veintiuno que estamos.