Comentaba esta anécdota con Gorka Elejabarrieta. «Escríbelo», me animaba: «La gente piensa que la intervención de agentes internacionales en nuestro conflicto se debe a una especie de indignación natural que sienten ante la injusticia que sufrimos».
Estos días de confinamiento invitan a pegarse a la pantalla. Un estreno, la película “Sergio”, que relata los últimos días de Sergio Vieira de Mello, Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, me ha hecho recordar una anécdota que me he animado a compartir con vosotros.
Julio de 2003. Viaje relámpago a Ginebra para entregar a Theo van Boven, Relator contra la Tortura, los últimos casos sobre la tortura en Euskal Herria. Hacía tiempo que los recogía en sus informes anuales, pero ahora le instábamos a dar un paso más: realizar una visita al Estado para verificar con sus propios ojos, de forma independiente, lo que llevábamos tiempo denunciando. «Estoy dispuesto a visitar España, Julen, pero necesito la autorización de Sergio». No era una excusa, en una organización tan burocratizada como las Naciones Unidas, la habilitación superior es imprescindible.
Tenía que encontrar la manera de reunirme con el funcionario con más poder en la defensa de los derechos humanos, pero también el más atareado. Era conocido que Viera de Mello tenía programada una misión al Irak posterior a la ocupación yanqui que se prolongaría en el tiempo. Si tenía que habilitar la visita, tenía que hacerlo antes. Pero, ¿cómo llegar a él?
Verena Graf, una activista amiga, de la vieja guardia comunista, que nos ha ayudado tanto, me ofreció una vez más la solución: Vieira de Mello haría una intervención en una embajada y me podía conseguir una invitación. ¿Qué embajada? Corea del Norte.
Verano, viaje rápido, reuniones informales... y yo, ¡sin traje!: me podía valer la camisa, compré unos pantalones más formales y un amigo, profesor de derecho de Bogotá y refugiado en Suiza me prestaba chaqueta y corbata. El conjunto, ¡bueh!... digámoslo creativo. Pero el nudo de la corbata... aita me dejaba los nudos hechos... ¿cómo me iba a arreglar? Frente a la Maison des Associations, espacio asociativo donde la Ligue Internationale pour les Droits et la Libération des Peuples nos prestaba oficina, había una taberna frecuentada por trabajadores portugueses. Entre tomaduras de pelo, me hicieron el nudo… ¡Todo estaba listo!
La Embajada de Corea de Norte, a las afueras de Ginebra, es un edificio monumental, frío. En el majestuoso salón principal, un enorme mural del «amado líder» junto al padre e hijo, el actual Kim-Jong-un. En mesas vigiladas por marciales camareros, canapés extravagantes. Comí una especie de pasta rosa y azul cielo, rellena de algo. Me sentía extraño, incómodo, pequeño... Y entonces entró el Alto Comisionado. Sencillo entre tanta pompa. Tras una corta alocución, se dedicó a recibir saludos. Un largo besamanos. Tenía que esperar, no quería ser uno más entre los fugaces aduladores. Se acercó a la mesa y en cuanto eligió uno de los exuberantes pinchos, le abordé:
Hello, Mr. Vieira de Mello». Una amplia sonrisa. Coge la mano que le tiendo: «Sergio, por favor». Mi acento inglés otra vez me traicionaba. Le explico que soy vasco, la presencia de la tortura en nuestro conflicto, la información ingente puesta a disposición del Relator... en definitiva, que es preciso que autorice a van Boven realizar una misión a España. Espero su respuesta. «En efecto, conozco la situación... y me preocupa. El Gobierno niega cualquier práctica inhumana, pero, ¡cuál no lo hace! Nos dicen que son denuncias de terroristas. Están haciendo una presión tremenda para que no investiguemos... pero creo que las fuentes sois rigurosas. Hay que hacer esa misión». ¡Bien! Respiro. Sin embargo, hay que actuar rápido, se va a Bagdad en un par de días. «Intentaré hacer la habilitación antes de viajar a Irak, aquello va a ser una locura. A ver si puedo dejarlo todo preparado...». Un afectivo adiós y estaba fuera de la embajada. Todavía cogía el tren nocturno Ginebra-Hendaia. ¿Misión cumplida? Ya veríamos.
Unos días más tarde conocía la noticia. Una bomba había destrozado la oficina de NNUU en Bagdad. Vieira de Mello, Sergio, fallecía tras una larga agonía entre los escombros. El hombre tan vital con el que me había reunido pocos días antes yacía ahora reventado. Y se impone un pensamiento frío, casi egoísta: ¿Habría cumplido su palabra?
Si. Había registrado la autorización. Van Boven viajó a Madrid en octubre de 2003 y dejó un informe que marcaría un antes y un después en el reconocimiento de la tortura en el Estado español. «Es más que esporádica e incidental» diría. En referencia a la dispersión de presos vascos, hoy tan de actualidad, denunció «no tiene ninguna base jurídica y se aplica de manera arbitraria». Recibió durísimas críticas por parte del Gobierno español, medios de comunicación, embajada española… «Ahora soy como tú, Julen –me reconoció–. Ahora yo también soy un terrorista».
Nuestra labor está sobre el terreno, con la gente que sufre» repite Sergio en la película. Comentaba esta anécdota con Gorka Elejabarrieta, responsable de internacionales de EH Bildu y experto en estas lides. «Escríbelo», me animaba: «La gente piensa que la intervención de agentes internacionales en nuestro conflicto se debe a una especie de indignación natural que sienten ante la injusticia que sufrimos». Y hacerles mover no es sino fruto de mucha labor de información, persuasión, toma de confianza para resolver sus dudas y aplacar sus temores... Para que «bajen al terreno» es preciso una parte de inspiración... y noventa y nueve de transpiración. Un trabajo, el diplomático, que no transciende, pero tiene evidentes consecuencias y efectos. Una labor con pocos recursos, casi artesana, que nos esforzamos por convertir en rigurosa y profesional. Acompañados siempre (cómo olvidarles) de amigos, personas solidarias, movidas únicamente por esos valores de democracia, justicia y libertad que compartimos.
De esta anécdota guardo tres cosas: aquellos minutos en la embajada de Corea del Norte, la sonrisa de Sergio y una chaqueta que al colega Jairo Sánchez, tras años de exilio en Ginebra, ya no cabía. Ahora, cuando es necesario, la corbata me la ato yo (eskerrik asko, aita).
* Julen Arzuaga es parlamentario de EH Bildu en el parlamento vasco