Las “zorras separatistas” exigen verdad, justicia y reparación

Cartel de Bilgune Feminista que dice ‘Tortura sexista es violencia machista’
June Fernández

La violencia sexista contra las militantes de la izquierda abertzale, tanto en las calles como en los calabozos, sigue impune y sin reconocimiento del Estado español.
 
Las paredes de varios municipios de la comarca Uribe Kosta (Bizkaia) amanecieron el pasado lunes con pintadas fascistas en conmemoración del golpe franquista del 18 de julio de 1936, incluida una dirigida a las mujeres independentistas: “Zorras separatistas. Os vamos a violar #18Julio». El tuit irónico de la politóloga Jule Goikoetxea invita a usar el humor como mecanismo de autodefensa y de neutralización del terror sexual y, también, a hacer memoria histórica. Podríamos viajar a 1936, pero esta vez saltaremos hasta la llamada Transición.

“Pasará a todas las mujeres vascas”

En enero de 1980, un grupo de hombres maltrató, violó y asesinó a Ana Tere Barrueta Álvarez, una joven de 17 años que estudiaba y enseñaba euskera, cuando volvía a su casa en Loiu (Bizkaia). Reivindicó el crimen el Grupo Armado Español (GAE) que, días después, causó cuatro muertes más en un atentado contra un bar en Alonsotegi. Sus tías relatan que, aunque la familia contrató a un detective y se creó una comisión popular investigadora, no hubo manera de avanzar, por la falta de colaboración policial y judicial. Ana Ereño, una feminista integrante de la comisión, publicó un artículo en la prensa denunciando esta violencia. Los fascistas respondieron allanando su casa y pintando en la pared: “Marxista. Cerda. Te vamos a violar”, junto a las siglas FN (Fuerza Nueva).

En mayo de ese mismo año, otro grupo de fascistas agredió a Mª José Bravo y Javier Rueda, una pareja de 16 años, en las inmediaciones del cuartel militar de Loiola (Donostia). Los agresores golpearon brutalmente el cráneo a Javier y lo tiraron por un barranco, dejándolo malherido. Murió ocho años después a consecuencia de esas lesiones. A Mª José la llevaron a un lugar más apartado, la violaron y la asesinaron. Su cuerpo apareció al día siguiente con la cabeza destrozada y desnuda de cintura para abajo. El Batallón Vasco Español (BVE) difundió entonces un mensaje diciendo que la mataron por ser confidente de ETA, amenazó con matar a otras dos chicas vascas y, tiempo después, remitió a Rueda el siguiente mensaje: “La próxima vez, un tiro en la cabeza (…) Lo que le ha ocurrido a María José pasará a todas las mujeres vascas”. En ese caso, tampoco verdad, justicia ni reparación institucional.

A esos dos casos de violencia sexual con resultado de muerte que estremecieron a la sociedad vasca hay que sumar otras nueve violaciones consumadas y seis intentos de violación entre 1977 y 1980, según documenta la investigación ‘Violencia de motivación política contra las mujeres en el caso vasco’, publicada por la asociación pro derechos humanos Argituz en 2016. El patrón en todas ellas se repite: grupos de hombres visiblemente armados, eligieron a víctimas muy jóvenes, a las que pidieron la documentación, las cachearon y las interrogaron sobre política antes de agredirlas.

Las coordinadoras de la investigación, Bertha Gaztelumendi y María Naredo, escriben que “los grupos parapoliciales y de extrema derecha en el caso vasco han utilizado en diversos espacios temporales tácticas intimidatorias y de terror basadas en la violencia sexual contra los mujeres con el propósito de afectar, no solo a las propias mujeres, sino también a distintos segmentos ideológicos de la población que comparten una sensibilidad nacionalista-vasca o de rebeldía ante lo establecido”. Añaden que esa “exhibición de poder e impunidad que se verá reforzada, cuando, tiempo después, se comprueba que no hubo investigación policial ni acción judicial contra esas graves conculcaciones de derechos humanos”.

Más aún, la mayoría de las manifestaciones de repulsa ante esas agresiones sexuales fueron reprimidas violentamente por las fuerzas de seguridad españolas, recuerda el historiador Iñaki Egaña en un artículo publicado en el diario Gara en 2014. Recuerda que una joven de Bilbao que participó en las protestas por el asesinato de Ana Tere Barrueta “estuvo en coma a consecuencia del ensañamiento de la carga policial”. También destaca otro caso ese mismo año 1980: “Una joven de Bermeo de 17 años fue violada a punta de pistola en las cercanías de Bakio. Memorizó la matrícula del coche que, al poner la denuncia, se encontraba aparcado en el cuartel de la Guardia Civil de Bermeo. El agresor, un agente llamado Pedro García López, sería trasladado de destino”.

Malas mujeres, enemigas políticas

El Estado español no ha desarrollado ninguna iniciativa de memoria, justicia ni reparación hacia estas víctimas de terrorismo y de violencia machista. Pero, además, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos lo ha condenado en diez ocasiones por no investigar denunciar por tortura interpuestas por miles de personas detenidas en régimen de incomunicación bajo la acusación de pertenencia o colaboración con ETA o con alguna de las organización de la izquierda abertzale ilegalizadas. Amnistía Internacional ha instado una y otra vez al Estado a eliminar el régimen de incomunicación, porque propicia la práctica de la tortura y la impunidad de sus responsables.

La semana pasada, ocho abogados y abogadas vascas se sentaron en el banquillo de la Audiencia Nacional acusadas de haber conformado el brazo jurídico de ETA. Una de las irregularidades de este sumario 13/13 es que se las está juzgando por los mismos delitos por los que fueron condenadas en 2019. Los titulares sobre el juicio se han centrado en los estremecedores testimonios de dos de las acusadas, Naia Zuriarrain y Saioa Agirre, quienes negaron toda vinculación con ETA y afirmaron que fueron obligadas bajo amenazas, tortura y vejaciones sexuales a memorizar y reproducir declaraciones inculpatorias falsas que había escrito la propia Guardia civil. El juez instructor de ese sumario (que ignoró esas denuncias de tortura en su momento), Fernando Grande-Marlaska, es actualmente el ministro de Interior del Gobierno español.

“Qué mal lo vas a pasar, Naia, yo te considero mi enemiga”, le dijo a Zuriarrain uno de los agentes de la Guardia Civil durante su detención. La obligaron a desnudarse entre tres o cuatro y le dijeron: “Nos pone cachondos que te resistas”. Las torturas incluyeron echarle agua fría por el cuerpo desnudo, mientras la manoseaban, y la asfixia con una bolsa. Un guardia civil le preguntó a Saioa Agirre, mientras estaba incomunicada en las dependencias de Tres Cantos (Madrid), si quería ser madre. “Me dijeron que no lo iba a ser mientras tenía una bolsa en la cabeza”, ha relatado en su declaración ante el tribunal. Su relato recuerda al de Beatriz Etxebarria —uno de los casos por los que Estrasburgo condenó a España—; fue detenida en 2011 y el torturador que la violó le dijo: “Te voy a destrozar toda por dentro para que no puedas tener pequeños etarras”.

La tortura sexista es una forma específica de violencia contra las mujeres, que son doblemente castigadas, por ser enemigas políticas y por romper con los mandatos de la feminidad patriarcal. El movimiento feminista vasco y, en concreto, colectivos como Euskal Herriko Bilgune Feminista, así como las iniciativas feministas en torno al proceso de paz, llevan años haciendo memoria histórica e inscribiendo los testimonios de torturas en análisis que la conectan con otros ámbitos y expresiones de las violencias machistas.

Destaca entre estas iniciativas el acto simbólico ‘Nik sinisten dizut. [Yo te creo] Reconocer la verdad de las mujeres‘, organizado en 2017 por el Foro Social Permanente, un iniciativa formada por 17 sindicatos y organizaciones vascas para promover el proceso de paz, incluida Bilgune Feminista. Seis supervivientes de distintas formas de violencia machista subieron al escenario en una antigua prisión de mujeres en el barrio bilbaíno de Solokoetxe para contar su historia, su dolor, su rabia y sus reivindicaciones. Una de ellas fue Ixone Fernández Bustillo, superviviente de tortura por parte de la Policía Nacional en 2005 y revictimizada durante el proceso judicial por un juez que la tachó de fantasiosa. Quedó absuelta después de pasar dos años en prisión preventiva.

Aquí estamos

El discurso patriarcal de que la violación es lo más horrible que le puede pasar a una, y de lo que una no debería recuperarse, está grabado a fuego en la subjetividad de las mujeres, como señaló Virginie Despentes en su Teoría King-kong. Y, sin embargo, los testimonios de supervivientes de tortura sexual a menudo destacan otros episodios como los más traumáticos —por ejemplo, las simulaciones de ejecución a punta de pistola— y otros dolores como las más difíciles de curar —como la culpa por haber terminado inculpando a otras personas—. La desnudez forzada, los tocamientos y las vejaciones sexuales no son las únicas técnicas que los cuerpos policiales españoles han utilizado más con las detenidas que con los hombres, según recoge una investigación independiente para el Parlamento vasco. Las mujeres también denuncian más el uso del plantón, de la bolsa, de capuchas o antifaces y de violencia psicológica en forma de comportamiento violento vs. benevolente.

Olatz Dañobeitia, integrante del grupo de feminismo del Foro Social, planteó en la mesa redonda ‘Reconstruirse después de la tortura’ que el testimonio es una de las pocas herramientas para romper con la impunidad de la tortura y puede ser terapéutico, pero que centrarlo en el relato detallado de las técnicas puede ser retraumatizante y contribuir el objetivo de difundir el terror. Recordó que, en contextos como Chile o Argentina, se ha observado cómo la tortura ha funcionado como elemento para desactivar la participación política de las mujeres y para desactivar el conflicto político mismo. Por otro lado, recordó la reflexión feminista de que la condición de víctima implique asignar un papel pasivo a las supervivientes: “Ya no eres parte de un proceso político y de una lucha, sino que la victimización anular otras dimensiones de tu identidad, tus capacidades, tu agencia, tu militancia”.

En esa línea, Zuriñe Rodríguez cita en el ensayo Borroka armatua eta kartzelak (LISIPE) la tesis de la feminista Dubravka Zarkov, experta en los conflictos de los Balcanes, de que centrar el análisis y la solución de los conflictos armados desde la perspectiva de género en el tema de la violencia sexual puede llevar a victimizarlas y a invisibilizar sus contribuciones como sujetos políticos. De hecho, señala que en los interrogatorios en régimen de incomunicación es habitual que los policías recurran a esos estereotipos sexistas que niegan su agencia, como forma de anularlas psicológicamente: tratarlas como las putas del comando, como meras cocineras y limpiadoras, o las mencionadas amenazas de que no podrán ser madres.

La violencia sexista contra militantes independentistas, ya sea en forma de pintadas amenazantes, de agresiones directas en las calles o de torturas en los calabozos, ha buscado anular mediante el terror a las enemigas políticas del Reino de España y disciplinarlas como mujeres. Por eso fue tan potente que Ixone Fernández Bustillo subiera al escenario en Solokoetxe, se nombrase superviviente de la tortura y exigiera verdad, reconocimiento, reparación y garantías de no repetición para que todas las víctimas puedan seguir con sus vidas. Por eso fue tan potente que, después de reconocer que su detención y el paso por prisión la hicieron sentirse desconectada de la vida, perder la salud y dejar de militar, terminase su discurso como lo empezó (en euskera): “Pero ahora estoy aquí. Me llamo Ixone Fernández Bustillo, hija de Bego y Carmelo, la hermana pequeña de Ana y Saioa. Mujer, euskaldun, abertzale, soñadora, amante de la vida, militante”.

‘Hemen gaude’ (Aquí estamos) es también el título de un manifiesto del colectivo de expresas políticas vascas que, entre otras cosas, señalaba el imaginario de mujeres incorrectas, malas madres, terroristas sanguinarias y putas de los comandos que les han asignado los periódicos misóginos y señalaban: “La policía nunca perdió de vista que éramos mujeres”.

El movimiento feminista de Zornotza ha organizado campañas, manifestaciones, encuentros en parques e incluso un viaje en autobús a Madrid para arropar a su vecina Saioa Agirre durante el juicio del sumario 13/13. Han recabado apoyos con el hashtag #GuEreSaioarekin (Nosotras también con Saioa), han montado un vídeo con su testimonio y han recuperado también el lema de una campaña de Bilgune Feminista, “Hau ez da gure bakea” (Esta no es nuestra paz), que hace referencia a que no se puede hablar de normalización política mientras no haya reconocimiento y reparación de todas las violencias, incluidas las machistas. En Larrabetzu, las asociaciones del pueblo, incluida el grupo feminista Zutunik!, también llenaron la plaza con mensajes y gestos de solidaridad con su vecina, Naia Zuriarrain, y con el resto de personas afectadas por el sumario.

El 18 de julio, aniversario del golpe franquista, un grupo de mujeres hicieron una performance frente a la Subdelegación del Gobierno de Bilbao para denunciar el silencio frente a “las manadas del sistema”. Mostraron su solidaridad con Naia Zurriarain y Saioa Agirre cubriéndose las cabezas con bolsas, y gritaron durante varios minutos con ellas puestas, para después romperlas.

Las pintadas fascistas duraron poco más que esos gritos: militantes de la campaña soberanista Gora Herria las taparon con consignas a favor de una Euskal Herria euskaldun, diversa, feminista y antifascista.

Fuente
https://www.pikaramagazine.com/
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