Mañana será tarde para acabar con la deportación

Persona siendo deportada
Koldo Zurimendi

No veo al estado deportador ni interesado ni preocupado por esta situación. Es evidente que la iniciativa debe partir de nosotros mismos. Nosotras y nosotros debemos poner el tema sobre la mesa.

La deportación, dura palabra, suena fea y en la práctica es aún mucho peor. No existen antecedentes históricos en otros países de deportaciones del calado que tienen las que aplican a los represaliados vascos. Como ejemplo, la corona británica deportó a más de 150.000 presos condenados y en prisión a Australia. Su objetivo: utilizarlos como fuerza de choque para la conquista de ese país. Muchos de ellos se hicieron grandes terratenientes, consiguiendo a cambio la liquidación de sus condenas y son hoy parte de un país que se puede atrever a dar clases de democracia y respeto de los derechos humanos.

Por el contrario, el deportado vasco, sin juicio ni condena, es despojado de todos sus derechos como ciudadano, confinado en uno o varios países durante su situación de deportado, sin ningún reconocimiento o estatus que le permita establecerse o moverse con cierta libertad e imposibilitado para realizar una vida normal en lo cotidiano, pues lleva siempre sobre su cabeza «la espada de Damocles» de una detención o extradición.

Vivir en el presente sin futuro, pues nada se puede construir o desarrollar sin tener el control de tu propia vida. Y todo esto sin fecha de caducidad, pues tras cuatro largas décadas en estas condiciones podría ser juzgado y condenado, como si los años de deportación no hubiesen existido.

 Sería bueno que interiorizáramos lo que significaría, en nuestro día a día, vivir con integridad, pero sin poder exteriorizarla; con identidad, pero sin poder mostrarla; con familia, pero sin poder nombrarla; con trabajo, pero sin derechos y un largo etcétera de cosas que ni valoramos porque nunca nos han faltado. E imagináramos ese día a día vivido durante décadas.

Eso es, en síntesis, la deportación. En un país donde no existe legalmente la pena de muerte, ni la cadena perpetua, es el paliativo perfecto para un estado vengativo, cruel e hipócrita, que puede terminar, y de hecho ha sucedido en más de una docena de ocasiones, con el fallecimiento del deportado.

En estos días se ha conmemorado el quinto y primer aniversario, de los fallecimientos de Angel Aldana y Jesús Ricardo Urteaga, Anjelin y Txetxu. Antes fueron otros diez más y ya eso no tiene vuelta. La sentencia no dictada, pero deseada, se ejecutó.

La deportación es un adefesio sustentado en dos principios: el odio y la posibilidad de atomizar y desmembrar al máximo a los militantes, sobre la premisa de individualizarlo de lo colectivo. Separarlos en diferentes escenarios físicos, jurídicos, para desarraigarlos de su sentido de pertenencia y provocar la soledad, para que fuera del calor del fuego se apagasen y consumiesen.

La prepotencia de los estados-nación comprometidos en la deportación, considerándonos «mercancía en depósito», tal y como señaló el señor Enrique Múgica Herzog, nos llevó a que, quienes pudimos hacerlo, rompiésemos con la deportación, algo exitoso en el tiempo y contexto en que se hizo. Hoy en día, el contexto político ha cambiado, pero para los deportados que aún continúan en esa situación nada ha cambiado y son ya muchas, demasiadas, las hojas en el calendario de sus vidas.

No veo al estado deportador ni interesado ni preocupado por esta situación. Es evidente que la iniciativa debe partir de nosotros mismos. Nosotras y nosotros debemos poner el tema sobre la mesa, en la calle, en la prensa y medios digitales. Empapar al pueblo vasco en general y a la izquierda abertzale en particular con la idea de que es ahora, hoy, cuando hay que construir una solución. Mañana podría ser tarde para alguien.

Por encima de posiciones políticas, debe primar la idea de que es imposible construir la república vasca si somos capaces de dejar por el camino a personas desterradas desde hace cuatro décadas. El cómo seamos capaces de accionar para revertir esta situación, impropia de los tiempos actuales y contraria a los derechos mínimos de la ciudadanía, marcará en buena medida el piso y el techo de la sociedad que vamos a construir. Por eso nadie puede ser indiferente o pensar que el tema no va con él.

No sé cuándo acabará todo esto, cuándo dejará de haber presos, refugiados y deportados. Se están abriendo rendijas por donde se filtra la luz de la esperanza, pero va a ser largo y difícil, pues estamos llegando al hueso. No se trata tanto del número de personas que faltan por volver a casa, sino de que vamos a topar con el estado profundo, ese que ha vivido y engordado del conflicto y que lo necesita para seguir alimentando sus intereses. Vamos a topar con toda una serie de poderes fácticos, creados y mantenidos para permitir al estado oficial dictar políticas especiales totalmente inaceptables en cualquier estado moderno.

Nosotros debemos ser fuertes y estar unidos, para que la moral y ética de quien nos reprime no establezca los valores de nuestro pensamiento. Ya se ha vivido demasiado tiempo bajo la coerción, la falsa moral e incluso la tortura, de un régimen que tuvo la particularidad de pasar de la dictadura a la «democracia» sin cambiar de uniforme, ni de personas y obviamente tampoco de métodos.

Por todos los que ya no están, para que quienes aún estamos seamos dignos herederos de su legado y construyamos una sociedad libre y soberana.

Fuente
https://www.naiz.eus/
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