Patogénesis de la violencia fascista

VOX
Marco Tobón

 Una mente fascista no soporta la pluralidad de puntos de vista, el disenso crítico le genera tirria, pues no sabrá lidiar con los conflictos que supone dialogar con diversas perspectivas.

En Colombia circula un chiste, seguramente fruto del ingenio popular, en el que una persona va al médico y éste le pregunta: ¿alguna enfermedad grave conocida en su familia? La persona reflexiona un buen tiempo y responde: “Sí. Tengo un tío que es uribista”. El chiste también se puede contar, con sus respectivas adaptaciones, en el Brasil de Bolsonaro, en la España monárquica de la “derecha trifálica” de Vox, PP, Ciudadanos, en los EE UU de SCROTUS (So-Called Ruler of the United States) —el así llamado dirigente de Estados Unidos—, en definitiva, la broma vale para cualquier país que cuente con una derecha feroz, de claras actitudes fascistas, es decir, en cualquier país capitalista. Como bien lo explica Ernest Mandel (El Fascismo, 1969), el fascismo, aquella concepción de lo político que impulsa la acción organizada para ejercer el terror y destruir a los movimientos sociales, a las organizaciones populares, al disenso crítico, está encarnada en los conflictos sociales del capitalismo desde las dos grandes Guerras Mundiales.

Quienes hayan entendido el chiste sabrán que se pone al descubierto la rabiosa relación que las derechas —el uribismo, el bolsonarismo, entre otros— establecen con quienes discrepan de sus posturas. El discurso del uribismo en Colombia, por ejemplo, que moviliza miedos y odios contra sus críticos y contra quienes luchan por los derechos, nutre actitudes paranoicas, delirantes, que son combustible para que gansters y gatilleros pasen a la acción violenta. Se equivocan quienes piensan que pretendo patologizar a las derechas, aunque éstas presenten claros síntomas de trastornos de personalidad antisocial, especialmente contra los pobres. Ultrajan al débil y son sumisos y serviles con los poderosos.

La cuestión es ¿qué pistas nos ayudan a descifrar la violencia extrema de las derechas contra los que disienten de sus posturas?, ¿Cómo entender la mente fascista y su patogénesis histórica? Esta siempre ha sido una cuestión urgente a ser abordada, justamente porque las mentes fascistas jamás se escandalizaron ante lo horripilante, incluso si tienen la oportunidad, no vacilarán en esparcir la muerte. En Colombia, a propósito, luego del acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno Santos se ha desatado una monstruosa matanza contra líderes sociales y populares (623 asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos, según IndePaz, desde la firma del acuerdo en 2016), y nunca los políticos del Centro Democrático, del uribismo, han tenido el mínimo gesto de empatía con las víctimas. Sucedió igual cuando la la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz), anunció el pasado 14 de diciembre de 2019 la existencia de una fosa común con más de 50 cuerpos en el municipio de Dabeiba.

La destrucción de estos cuerpos, todos civiles inocentes, asesinados para presentados como bajas enemigas, involucra directamente a las fuerzas militares que actuaron bajo la doctrina del enemigo interno y la presión por mostrar falsos partes de victoria durante los dos gobiernos de Uribe (2002-2006-2010). Este atroz vampirismo de la guerra jamás recibió la condena del uribismo y las derechas colombianas. Su silencio desnuda una indolente complacencia. En la arena de las luchas políticas ¿cómo opera una mente que auspicia las matanzas contra personas no combatientes?, ¿por qué no se inmutan ante la destrucción de los cuerpos de sus semejantes?, ¿es esto sintomático de una mente fascista?, ¿es posible hacerles entender los riesgos que supone para todos no detener el plan de exterminio contra los líderes sociales? No. No es posible hacerles entender. Les da igual.

Conversar con un fascista es como pretender cruzar una puerta pintada en la pared. Hannah Arent (1983), auscultando la actitud de Eichman ante el tribunal que lo juzgó en Isarel, lo comprendió bien. El fascista no reflexiona sobre sí mismo, está acorralado en su propia visión de mundo. De ahí que tal encierro monolítico impida las posibilidades del diálogo, repudiará a toda costa la conversación, criminalizará a aquellos que lo interpelan. Esto permite, inicialmente, percibir por que los fascistas aborrecen comparecer a los debates presidenciales, repudian sentarse a dialogar en un proceso de paz con sus adversarios (el uribismo jamás se sentó a conversar con la delegación de paz de las FARC en La Habana; las derechas españolas han rechazado de un tajo sentarse a hablar con el gobierno catalán y mucho menos con la izquierda independentista vasca). Las decisiones políticas de los fascistas, especialmente aquellas dirigidas a negar la existencia del adversario, están movilizadas por lo que Jacques Sémelin (2002, p. 12) llamó la “racionalidad delirante”. El adjetivo “delirante” alude a dos fenómenos psiquiátricos: primero una actitud de tipo “psicótico” respecto al otro representado como la encarnación del mal, como criatura despreciable, objeto de ataque, instigador —por pensar y ser diferente— de la furia divina. El otro no aparece como interlocutor, no es un “semejante”, su humanidad ha sido suprimida.

De otro lado, también “delirante” porque expone comportamientos paranoicos al concebir al otro como amenaza permanente, desatando un peligroso imaginario de muerte en el que la aniquilación del ese otro sería la garantía para la omnipotencia del nosotros. Liquidando al otro —visto como enemigo, a veces animalizado, otras como inferior o impuro— creen vencer a la muerte. El fascista (y aquí también puede entrar el estalinismo, Pol Pot y algunas perversiones dogmáticas que han brotado en partidos de izquierda) proyecta en quien lo interpela la negación de sí mismo.

Otra pista importante para comprender la patogénesis de la violencia fascista son los análisis realizados por el psicoanalista Christopher Bollas en “El estado de la mente fascista” (1998). Bollas explica que cada sujeto está compuesto de varias partes de sí mismo (self). “Es como una organización parlamentaria”, afirma Bollas, en la que los recuerdos, las ansiedades, los instintos, las respuestas ante la realidad “buscaran representación en la psique para su procesamiento mental” (1992, p. 158). Como también lo explica la antropóloga brasilera Amnéris Maroni invocando a Bollas (1992), nuestra mente es campo de disputa entre fuerzas que se confrontan —deseos, empatías, rabia, perdón, agresión, generosidad— obligándonos así a hallar soluciones a aquella efervescencia de partes contradictorias. “Es esta la función parlamentar de la psique” (Maroni 2019, p. 75). Una mente fascista, por su parte, no soporta la pluralidad de puntos de vista, el disenso crítico le genera tirria, pues no sabrá lidiar con los conflictos que supone dialogar con diversas perspectivas. De este modo la mente fascista deja de ser parlamentar para tornarse imperial: “Con un único punto de visa fijo”, afirma Maroni.

El paso de una mente parlamentar a una mente imperial es un continuo proceso vivencial de cambios, desafíos y, de un modo dramático, una guerra permanente contra sí mismo –“a través de múltiples asesinatos contra partes de su self bondadoso, reparador, amoroso” (Maroni 2019, p. 75) que luego será canalizado hacia los otros en forma de odio, contra todos aquellos diferentes que inspiran desconfianza y aversión. Aquí se aproxima el análisis de Sémelin con el de Bollas. Sémelin insistirá que quienes motivan o ejercen la violencia cruel contra los otros, cargan el rasgo paranoico de la psicorrigidez (son incapaces de cuestionar su propio sistema de valores), dan muestran permanente de un ego hipertrofiado (megalómanos incorregibles) y siempre serán capaces de emitir juicios falsos para otorgarle sentido a todas las experiencias con las que se deparan (Sémelin 2009, p. 77). La duda le es tan extraña cuanto la autocrítica. Quizás aquí está a la vista un buen dicho “más perdido que la autocrítica de un facha”.

La mente fascista siente repulsión ante quien la refuta y es capaz de impugnar su visión de las cosas. Ante su incapacidad de contra argumentar entonces amenaza y ridiculiza. Esto explica muy bien los ataques, por parte de los representantes de la ultraderecha española, dirigidos contra la diputada de EH Bildu Mertxe Aizpurua al pronunciar su discurso en la reciente posesión de Pedro Sánchez como presidente del gobierno español. Aizpurua fue fue llamada de “terrorista”, “asesina” e incluso intentaron callarla gritándole “muérete”.

Los “hooligans de las bancadas ultras” en España se asemejan muy bien a todos aquellos que en Colombia y en Brasil, no solo les da igual si matan a líderes populares e indígenas, sino que exponen abiertamente su connivencia con la violencia y la alientan al estigmatizar a todos aquellos que se atreven a criticarlos con inteligencia. La matanza de líderes sociales en Colombia y en Brasil —el caso atroz de Marielle Franco por ejemplo— son síntomas de una democracia rehén de la violencia. Estos dirigentes de base, seres excepcionales, cargados de coraje, forjados a punta de esfuerzo, que habitan el mundo amplificando la voz de su gente, niegan con su sola existencia el régimen de exclusión. Para todos los reaccionarios y sus privilegios es una tragedia que los ciudadanos conquisten sus derechos. Los asesinan porque su mente fascista solo desea aquel mundo delirante sin conflictos, sin detractores, sin antagonistas. Su goce político pasa por habitar un reguero de cadáveres, una tierra yerma, en silencio, donde apenas serán permitidos los sumisos sin voz, los domesticados despojados de la palabra.

Todo esto es una buena dosis de advertencia ética para mantener viva nuestra auto-observación y espantar el riesgo de que el fascismo pueda germinar en cada uno de nosotros. Porque no hay duda alguna de que todas las personas estamos expuestas a la metamorfosis fascista. Los autoritarismos siempre prosperan con la complicidad de la mayoría. La resignación y la indolencia son abono para el patriarca feroz. La mejor muestra de salud mental pasa por la solidaridad, la unidad en la diferencia, el inconformismo, actuando para alejar cualquier muestra de resignación y jamás fingir que nada está sucediendo.

Como lo dijo firmemente Neehwesx Cristina Bautista, líder indígena del pueblo Nasa en Colombia, asesinada el 29 de octubre de 2019: “Si callamos, nos matan, y si hablamos, también. Entonces hablamos”. ¡Pues entonces hablamos!

Nuestro peor error sería la aceptación pasiva y acrítica. Ernest Mandel lo advertió con exactitud: cada ataque a los derechos democráticos, cada hostigamiento al disenso, cada asesinato de un líder popular, reconfortará al fascismo rampante. Cada muerte de un dirigente social que se reciba en silencio, con resignación e indiferencia, estará preparando la condiciones para el próximo ataque fatal. El odio fascista se combate con la movilización crítica, festiva, fomentando la unidad ciudadana y diversa, alzando la voz y no desistiendo de la voluntad de interpelar lo inaceptable.
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Arendt, Hannah. 1983. Eichmann em Jerusalém: um relato sobre a banalidade do mal. São Paulo: Editorial Diagrama.

Bollas, Christopher. 1998. “O estado da mente fascista”. En: Christopher Bollas, Sendo um personagem. Rio de Janeiro: Revint Mandel, Ernest. 1969. El Fascismo. En: Marxists Internet Archive, mayo de 2012.

Maroni, Amnéris. 2019. “Mente Fascista”. Jornal de Psicanálise 52 (96), 73-81.

Sémelin, Jacques. 2002. “De la matanza al proceso genocida”. Revista Internacional de Ciencias Sociales. No. 174, Violencia Extrema.

Sémelin, Jacques. 2009. Purificar e Destruir. Usos políticos dos massacres e dos genocídios. Editorial DIFEL, Rio de Janeiro.

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https://www.elsaltodiario.com
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