¿Hasta cuándo voy a llevar el número de serie 1124052?

Salah Hamouri
Salah Hamouri

¿Hasta cuándo seremos únicamente cifras? Durante 21 años, he llevado el número de serie 1124052. Aún hoy, es a través de ese número que los “servicios penitenciarios israelíes” definen lo que soy. Un número que se pegó a mi piel desde mi primera detención cuando aún era un niño, en 2001.

Para los que hemos sido detenidos varias veces, ese número se ha convertido en una clase de código de barras. Nos da el sentimiento de no ser nada más que mercancías para la prisión. Productos humanos destinados a ser consumidos en cada interrogatorio y en cada centro de detención, en tiempo de guerra o en tiempo de paz, antes de la “guerra fría” y después de la guerra de desgaste, durante Oslo y después de la Intifada.

Ésta mercancía humana de las prisiones continúa siendo el único elemento invariable de ésta ecuación, no conoce fecha de expiración.    

La ocupación no nos tiene en consideración, ni nos trata, como a seres humanos con el derecho a vivir como lo hacen las personas libres. En lugar de ello, hace todo lo que puede para asfixiar la vida que los Palestinos tenemos fuera de los muros de la prisión.

Debemos arrancar pequeños momentos de vida y de alegría entre cada periodo en detención, siempre teniendo que temer a la alegría y a la estabilidad efímeras de nuestras vidas. Por miedo al siguiente choque que va a golpearnos, y a las decepciones, ya no tenemos el coraje     para planificar un futuro cada vez más lejano. La ansiedad y la inestabilidad se abaten sobre nosotros y sobre todos los que nos rodean.

Por una cierta ironía del destino, nuestros sueños crecen y se subliman en el mismo instante en el que entramos en la prisión. Nos arrepentimos desde el principio de cada momento de felicidad y de alegría que no hemos aprovechado cuando estábamos en el mundo de la libertad.

Enseguida, nuestros sueños comienzan a entrecruzarse con el recuerdo del mundo dejado detrás nuestro. Y nos ponemos a imaginar que en el momento de nuestra liberación, esos sueños despiertos que nos habitan acabarán por mezclarse con el mundo tal y como lo hemos dejado.

Lo más doloroso y lo más difícil es, pese a todo, el saber que por muy grandes que sean nuestros sueños, nuestra existencia va por su parte estrechándose. Nuestros sueños de libertad, (esposa, familia y amigos), chocan con una evidencia amarga.

Entonces nos damos cuenta que la aspiración del prisionero se limita a que cualquiera de nosotros sea olvidado cinco minutos por el guardián en el momento del cierre a las 18 horas, o escuchar furtivamente una canción que le haga recordar los buenos días pasados lejos de los muros de la prisión.

La prisión es el peor lugar posible para un ser humano, un lugar que no se parece a ningún otro. Rompe y tritura nuestros sueños, nuestras aspiraciones y nuestras esperanzas de la misma manera que una aceituna es triturada en la prensa de olivas.

El sentimiento más terrible, es la condición de espera, que se magnifica en el interior de la prisión. El desgaste progresivo del espíritu en prisión es comparable a la manera en la que el recalentamiento climático agota la tierra en el exterior del entorno carcelario.

Y, pese a todo, la cuestión que me atenaza en estos días es la siguiente: si me siento tan mal en esta situación de espera -sabiendo que a pocos kilómetros se encuentra mi patria, mi libertad y mi ciudad, Jerusalem, en qué se convertiría la espera si tuviera que aceptar ser exiliado lejos de mi casa?

Sé que el amor por una patria es un amor en sentido único, que no aporta sino penas, dolor y pérdidas. Me ha robado los más bellos días de mi vida, me ha robado mi adolescencia, mi juventud, y me ha obligado a envejecer demasiado rápidamente. Pero pese a todo, adoro mi patria, incluso si sé que  así le diera todo, ella me pediría aún más: “Qué más puedes darme”. Es una relación a pérdida según los cálculos que hace la mayor parte de la gente, y lo comprendo. Pero para mí, la verdadera vida no consiste en esperar en la estación a que el tren de la libertad llegue hasta nosotros. La vida verdadera es encontrarse en el interior de ese tren, sea cual sea el sacrificio.
Prisión de Ofer, Israel, julio de 2020

NOTA:
Salah Hamouri es un abogado, defensor de los derechos humanos e investigador franco-palestino que trabaja para la ONG de defensa de los presos palestinos Addameer. Se encuentra encarcelado por las autoridades israelíes desde el 7 de marzo después de haber sido detenido en su domicilio del barrio de Kufr Aqad en la Jerusalem Este ocupada. El 5 de junio pasado su detención ha sido prolongada otros tres meses sin que el detenido sepa aún qué se le reprocha, pues su dossier es secreto.

Salah Jamouri está preso en base a la “detención administrativa”, un régimen renovable indefinidamente que permite a Israel encarcelar a cualquiera sin cargos ni proceso. En esta etapa, teniendo en cuenta sus precedentes encarcelaciones bajo ese régimen, sobre todo en 2017-2018, Salah Hamouri ha pasado en prisión cerca de dos años y medio. También fue encarcelado durante siete años, entre 2005 y 2011, por haber participado, según la justicia israelí, en un complot que buscaba atacar a un dirigente religioso y político israelí.

Desde septiembre 2020, las autoridades israelíes ha tomado medidas entre las que se incluye la revocación de su estatus de residente permanente en Jerusalem, por “falta de obediencia al Estado de Israel”, en razón de su presunta pertenencia al Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP).

 

Categoría
Etiquetas