Un abrazo en el tiempo

Gudari Eguna
Amparo Lasheras

Coincidiendo con el Gudari Eguna (Día del guerrero vasco), Amparo Lasheras, periodista, luchadora por la independencia de su pueblo y colaboradora de nuestro medio, nos brinda desde Euskal Herría un recuerdo sobre fragmentos de las luchas contra el fascismo y el concurso del internacionalismo en las mismas. En el texto, las figuras de Txiki y Otaegi, integrantes de ETA fusilados por Franco, vuelven a tener vigencia en este nuevo 27 de septiembre, donde en los rinconcitos más perdidos del territorio vasco, a pesar de la ocupación de España y Francia, y de los discursos concesivos actuales, se prenderán antorchas, y la ikurriña con un crespón negro flameará desafiante. Gracias Amparo por este “abrazo en el tiempo”.

Hace años en el Estado español hubo un slogan para promocionar turística y económicamente las tierras de Teruel, una provincia perteneciente a la comunidad de Aragón, pero muy próxima a Catalunya. La frase era corta y contundente: Teruel también existe. En un principio me extrañó que esa parte de la península se hubiera olvidado con tanta facilidad. Yo, en cambio, siempre he sabido que Teruel existe porque mi padre fue uno de los cientos de combatientes anónimos que en la Guerra del 36 participó en el frente de Teruel y más tarde en la Batalla del Ebro. Para mí Teruel o las tierras altas del Ebro fueron siempre algo más que palabras, tal vez porque estaban unidas a esas conversaciones que, en mi casa, se guardaban en la distancia triste, difuminada, que deja la guerra en la memoria. Crecí en una familia de trabajadores que perdió la guerra y eso significa que para sobrevivir tuvieron que luchar en un combate casi cotidiano por la dignidad de no caer en la miseria de la derrota

Hace unos pocos años fui a conocer los pueblos de la comarca de Matarraña, en Teruel, y los de las Tierras Altas del Ebro en Catalunya. En Corbera del Ebro, el 21 setiembre de 1938, hace ahora 85 años, se libró la última batalla en la que intervinieron las Brigadas Internacionales. Siete días después, el 28 de setiembre, Negrín, entonces Presidente de la República, y el general Lister ordenaron la retirada de las Brigadas de todos los frentes republicanos.

Allí, en Corbera d´el Ebre, en lo alto de la colina, en lo que ahora son las ruinas del pueblo viejo, existe una placa en homenaje al Batallón Británico de la XV Brigada Internacional y a los más de 500 brigadistas que murieron en esa última batalla, dice así:

“Más allá de los olivares abandonados,

 Desde la colina más alejada de la tierra,

 nos llama un país que fue nuestro

 y, aquí, será recobrado”.

Jim Jump, presidente de la International Brigade Memorial Trust (IBMT), afirmó en el 2017 que los brigadistas fueron “el ejemplo más claro de lo que es “la solidaridad internacional”. “Vinieron a luchar a un país, que entonces era muy lejano. Era gente humilde, mineros, trabajadores de los campos, y venían porque sabían que el fascismo era una amenaza para el pueblo y para los derechos y la libertad de todos”.

He contado todo esto, porque pertenezco a una juventud que vivió bajo el recuerdo y también la admiración de quienes, como dijo J.P Sartre, se comprometieron con el tiempo que les tocó vivir y lucharon para cambiar el sistema y un futuro amenazado por el fascismo.

 Mi generación, la de los años 60, los nietos y nietas de aquellos hombres y mujeres, en Euskal Herria, despertó a la lucha y la política con ETA. Además de querer cambiar el mundo, como dicen algunos, quisimos dar continuidad a las ideas de nuestros padres y abuelos, y también a la teoría de la lucha de clases que comprendimos y asumimos en las largas horas de conversaciones y debates clandestinos.

 Entendimos que el nuestro era un tiempo diferente, con nuevas necesidades, pero dominados por el mismo poder capitalista, aunque éste tuviera apellidos vascos. Por eso, de la mano de Txabi Etxebarrieta y más tarde de Argala, se vio la necesidad de un cambio, y se aceptó el riesgo revolucionario de la teoría y las acciones que la izquierda más combativa había desarrollado en los movimientos de liberación, en la lucha contra el imperialismo capitalista y también, aquí y en el Estado español, contra el franquismo.

 Vietnam, Argelia y sobre todo Cuba abrieron un camino que en Euskal Herria siguió ETA. Fueron tiempos intensos, difíciles, sí, pero también fuertes, arraigados en ideales que, desde Marx, las revoluciones del XIX o la Comuna de París, han sobrevivido en el tiempo, aunque la historia oficial del capitalismo o el postmodernismo que hoy lidera el pensamiento, no lo quieran reconocer.

El 27 de setiembre de 1975. Franco, igual que hizo en la guerra con miles de comunistas, anarquistas, independentistas y antifascistas, ordenó el fusilamiento de dos militantes de ETA y tres del FRAP. Juan Paredes, Txiki, militante de ETA, antes de ser fusilado en un bosque cercano al pueblo de Sardañola del Valles, muy próximo a Barcelona, entregó a su hermano Mikel un mensaje en el que quiso reafirmar su sentir revolucionario.

“Cuando yo muera no me vengáis a llorar

Nunca estaré bajo tierra

Soy viento de libertad”.

Estas palabras atribuidas al Che, en realidad tienen su origen en la carta que el sindicalista Joe Hill, escribió a sus compañeros antes de morir. Hill fue un obrero estadounidense, inmigrante sueco y miembro del sindicato más combativo de EEUU, el Industrial Workers of the World.  Fue fusilado en 1916, después de un juicio farsa, por el hecho de ser anarquista y liderar las huelgas de estibadores en California y de los mineros en Utha.

Todo lo que he escrito puede parecer un relato de acontecimientos aislados, de narraciones entrelazadas, contadas al azar de la literatura y de la memoria, pero no es así. A estos hechos y a estos personajes les une a través del tiempo una misma causa, un ideal solidario y, sobre todo, la conciencia de pertenecer a una misma clase y a un mismo sueño de sublevación, aunque sea desde las ansias de libertad de pueblos diferentes.

De algunos conocemos los nombres, sus vidas y hasta la fecha en que nacieron o murieron. De otros nada. Se perdieron en el anonimato de la militancia o de la muerte. Sin embargo, y casi sin ser conscientes de ello, permanecen en el pensamiento de los que todavía continúan o continuarán luchando, aquí en Euskal Herria, y también y en aquellos lugares donde el neoliberalismo esquilma recursos y organiza guerras para apuntalar su poder económico. Porque hoy, aunque parezca que los frentes de lucha se diversifican tanto como quieren las políticas neoliberales, la teoría y la práctica revolucionaria sigue marcando el camino de la utopía, pequeña o grande, que trabaja y se organiza por ser posible.

Mi padre que, además, fue boxeador amateur, solía decir que el combate se pierde sólo cuando el boxeador tira la toalla. Mientras tanto, por duro que sea y a pesar de los golpes, en cada asalto, existe la oportunidad de ganar. Por todos los que nos han precedido en la lucha y por los que continuarán el camino, un abrazo en el tiempo.

Fuente
https://www.resumenlatinoamericano.org/
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