Otra vez toca hablar del ex-juez Baltasar Garzón

Boric premia a Garzón, de la misma manera que en Argentina hizo el kirchnerista Sabatella.
Carlos Aznárez

Una nota aparecida días atrás en la excelente revista feminista del País Vasco “Pikara Magazine” sobre las consecuencias de la tortura policial contra mujeres presas políticas, pone   nuevamente en la superficie un tema doloroso por partida doble. Por un lado la impunidad con que la Guardia Civil y la policía nacional española siempre se ha movido en lo que hace a la represión de la militancia independentista vasca, y por el otro, el papel que ha jugado en ese escenario el ex juez de la Audiencia Nacional franquista, Baltasar Garzón.

Es precisamente Garzón el que recientemente volvió a cobrar notoriedad en esta parte sur del continente, cuando usufructuando de su fama por haber encarcelado en Londres, por unos pocos días, al genocida Pinochet, se convirtió en Chile en la “estrella” de los actos por el 50 aniversario del derrocamiento de Salvador Allende. Participó de la marcha junto al presidente Boric (otro que bien baila), fue orador en un acto organizado por sectores de la izquierda acomodaticia, esa que nunca lucha en las calles y baja línea desde sus púlpitos, visitó comunidades mapuche y se disfrazó de “rojo progresista”. Lo hizo, como pasó en otros países, con la complicidad de una buena cantidad de personas que dicen ser militantes y que prefieron omitir,  hacerse los desinformados, o directamente no querer saber quién es en realidad el personaje que tanto ponderan. Lo mismo que en Chile, ya pasó tiempo atrás en Argentina, donde Garzón se convirtió en uno de los mimados por la actual vicepresidente Cristina Kirchner (le regaló el DNI que tanto le cuesta conseguir a los migrantes), pero no solo fue ella la encandilada, sino también compraron el relato, buena parte de los organismos de derechos humanos, medios de comunicación oficialistas que no paran de entrevistar al ex juez y otros sectores de la progresía que “mueren” por hacerse una selfie con él.

Es evidente que estamos ante un individuo que utiliza su fama para trabajar sobre la desmemoria de sus aduladores. Pero es el mismo que instrumentó gran parte de la ingeniería jurídica para reprimir, hacer encarcelar, omitir las denuncias flagrantes de torturas, cerrar medios de comunicación, mandar a prisión a periodistas, obreros, estudiantes, feministas, tanto en Euskal Herria como en Catalunya, más una buena lista de árabes a los que acusó livianamente de ser de Al Qaeda y luego debió dejar en libertad sin ninguna explicación para quienes pasaron varios años en la cárcel y fueron difamados, acusándolos de terroristas.

En este marco, hay que preguntarse por qué cierta izquierda o progres que suelen estar atentos a violaciones de derechos humanos, pasan de largo frente a denuncias y cientos de testimonios dolorosos  que apuntan a Garzón como un represor con mayúsculas.

Precisamente, en el artículo de la revista vasca de la que hablamos al principio de esta nota, se dan algunos datos  escalofriantes, surgidos de testimonios de jóvenes mujeres que pasaron por la tortura y lo tuvieron a Garzón como principal actor de la complicidad con los monstruos que las vejaron. Es el caso de Ixone Fernández Bustillo, torturada por la Policía Nacional en 2005. El juez Garzón la acusó de “colaboración con banda armada”, sin pruebas como solía ser su modus operandis, o con las que “obtenía” en la tortura. Dos años después la chica salió absuelta y sin cargos. Ella denunció en un Foro sobre la Tortura que pasó “cinco días detenida, incomunicada, en el infierno más oscuro. Sufriendo violencia constantemente,  humillada, golpeada, insultada, abusada, amenazada, cuestionada, pisoteada”, y cuando a pesar de eso se atrevió a denunciar ante Garzón lo que le habían hecho, este le contestó con aire displicente: “Lo que usted me cuenta es irrisorio teniendo en cuenta la acusación que pesaba sobre usted. Además, debo decirle que ustedes las mujeres al ser el sexo más débil, sienten miedo y pánico ante situaciones que en realidad no lo son tanto”. Esta es una “pequeña” muestra de lo que es Garzón. Pero hay más para decir,  y hay que hacerlo, aunque los aduladores “progresistas” e incluso alguna buena gente que podría no tener toda la información, no tengan la excusa de responder “yo no sabía nada”.

Garzón instituyó un sistema por el cual se permitía a los torturadores tener una semana incomunicadxs a las y los detenidos, mientras se les aplicaba todo tipo de sevicias para intentar destruirlos física y psicológicamente. Para Garzón no había distingos entre un militante convencido de asumir el compromiso revolucionario hasta las últimas consecuencias y un periodista que escribía una nota denunciando las barbaridades de la policía, o una luchadora social de algún sindicato a la que el ex juez consideraba,arbitrariamente, cercano a ETA. En síntesis, Garzón es el creador de la teoría “todo es ETA” y “pagarán por ello”. Y vaya si lo aplicó hasta cansarse.

En una mesa redonda que se realizó en Bilbao en 2019, con el tema “Reconstruirse después de la tortura”, varias mujeres se animaron a contar por la que habían pasado, y allí surgieron relatos espeluznantes. En ese sentido, quien esto escribe ya había escuchado datos similares en un par de juicios a los que asistiera como periodista años atrás en Madrid, y en los que cuando una de las detenidas denunciaba llorando y casi gritando, para que el todopoderoso Garzón la escuchara en la sala de la Audiencia: “me violaron con un palo en el ano mientras dos guardias civiles  -que por supuesto fueron absueltos- me manoseaban los pechos”, el juez miraba unos papeles como si no estuviera en el recinto. Y finalmente, la condenaba a varios años de cárcel sabiendo que las “pruebas” habían sido arrancadas en la tortura. Solo mirando el rostro de esa joven, aún con huellas físicas de lo que le habían hecho, hubiera bastado para ordenar una investigación. Pero no, eran años en que Garzón era palabra santa de la comunidad represiva. Un intocable.

Ahí están también, entre cientos de casos, los testimonios de Mariló Gorostiaga, a la que una mujer Guardia Civil, en la tortura, la llamaba “la puta del comando”, a quien sus interrogadores mantuvieron a la intemperie, durante días, desnuda y con un antifaz, mientras uno de sus torturadores le repitió que: “o iba a tener un hijo de Guardia Civil o que no iba a poder tenerlo nunca”. O el caso de Beatriz Etxebarria, por el que el Tribunal de Estrasburgo condenó a España; a la que uno de los miembros de la Guardia Civil que la violaron durante su detención le dijo: “Te voy a destrozar toda por dentro para que no puedas tener pequeños etarras”. O Nekane Txapartegi, uno de los casos símbolos de la violencia policial, abusada vilmente. O mi entrañable amiga Nerea Olaziregi y su hermana que fueron detenidas, muy jovencitas, torturadas duramente y cuando finalmente pudieron estar delante del juez, este hizo caso omiso a la denuncia, con la misma liviandad de todos los casos.

Pero Garzón no se detuvo solo en esas iniciativas de legalizar el terror, también clausuró el diario Egin (uno de los más importantes del País Vasco) y la radio del mismo nombre, se ensañó, persiguiendo hasta el cierre y deteniendo a su director, Pepe Reí, a las revistas Ardi Beltza (Oveja Negra) y Kale Gorría, o embistiendo de la misma manera contra el conocido diario en lengua vasca, “Egunkaria”, cuyo director Martxelo Otamendi también fue salvajemente torturado.

Entonces, cabe preguntarse, qué más hay que contarle a estos “izquierdistas” latinoamericanos, que consideran a Garzón un “compañero”, que lo suman a sus marchas, que lo meten por la ventana a las comunidades Mapuche (por supuesto a algunos de ellos, porque la gran mayoría, conoce los puntos que calza el ex juez). Que se anota como “asesor” de derechos humanos en cuanto gobierno progre logra convencer. Asesor rentado, claro está.

¿Qué más necesitan saber para entender que este hombre tiene dos caras, y una de ellas está ligada al dolor y terror que causó en las víctimas de las torturas policiales, a  las que siempre contestaba con el principal argumento de su “doctrina”: “ETA les enseña a mentir, no me vengan con esos cuentos”.

Por último, para que lo sepan algunos a los que quizás no los convenzan las denuncias de torturas, o que en el fondo piensen -como se decía en la época de la  dictadura argentina-. que “algo habrán hecho” para terminar así, vale contar que en un determinado momento en que en el Estado español se empezó a mover el tema del genocidio franquista, desde Valencia, asociaciones de derechos humanos le hicieron llegar a Garzón los datos totalmente documentados de 156 mil desaparecidos de todo el Estado español, con sus nombres y fechas del día o año en que fueron secuestrados. Garzón, en su estilo habitual, primero los cajoneó y luego desmembró el sumario, trasladando cada caso a infinidad de pueblos o aldeas, lo que hizo imposible hacer justicia.

Lo dicho: Garzón no es lo que imaginan, y mucho menos lo que dibujan de él, para convertirlo en héroe. Por eso, mientras algunos seguirán omitiendo la verdad y lo invitarán a sus movidas, otros, con conciencia de que este ex juez no puede estar en nuestra vereda, lo seguirán denunciando como lo que realmente ha sido: un verdugo de muchas y muchos militantes populares.

Fuente
https://www.resumenlatinoamericano.org
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