Falleció Josetxo Zaldua Lasa, coordinador general de 'La Jornada'

Josetxo Zaldua, en la redacción de "La Jornada". (José Núñez/LA JORNADA)
Blanche Petrich/Beñat Zaldua

Josetxo Zaldua Lasa, coordinador general de 'La Jornada', fue integrante del equipo fundador en 1984, corresponsal en Nicaragua durante los años duros del proceso revolucionario y la contrarrevolución, reportero de asuntos internacionales y finalmente editor en jefe de este periódico.

Ciudad de México. Josetxo Zaldua Lasa, coordinador general de La Jornada, pilar de este diario, murió la tarde de ayer. Fue integrante del equipo fundador en 1984, corresponsal en Nicaragua durante los años duros del proceso revolucionario y la contrarrevolución, reportero de asuntos internacionales y finalmente editor en jefe de este periódico.

Desde esa trinchera fue maestro de una generación de reporteros y fotógrafos que se formaron en la escuela jornalera en las últimas décadas.

Durante los meses de la pandemia le fue detectado un proceso cancerígeno. Se mantuvo al pie de su escritorio, como timonel del día a día de este periódico, hasta sus últimas fuerzas.

Josetxo Zaldua nació en el pueblo de Elizondo, en el Valle del Baztán, Navarra. Estudió periodismo y ejerció como fotógrafo y reportero en Pamplona en el Diario de Navarra.

De profundas convicciones independentistas, llegó a México en 1978. Al año siguiente se integró al unomásuno, inicialmente como redactor en la sección de economía. Poco tiempo después del asesinato en San Salvador de nuestro corresponsal Ignacio Rodríguez Terrazas, en agosto de 1980, fue asignado corresponsal en Managua. Su determinación fue, siempre, que la prensa no debía ser acallada, ni con el asesinato de periodistas.

Con la fractura del unomásuno, Zaldua se comprometió con el grupo liderado por Carlos Payán y Carmen Lira, entre otros, para formar La Jornada. Permaneció cubriendo años cruciales en la historia nicaragüense hasta poco después de la derrota electoral de Daniel Ortega en 1990.

De regreso a México cubrió asignaturas en Haití, Brasil, Colombia, Venezuela, El Salvador, Guatemala, Cuba y Perú. De esa época son sus reportajes magistrales. Después, por razones familiares, se trasladó a Caracas, donde también fue corresponsal.

A partir de la elección de Carmen Lira como directora general del diario por la Asamblea General de Accionistas, en junio de 1996, el periodista regresó a México y desde entonces estuvo al frente de la edición.

Desde 2001 publicó en la sección de deportes esporádicamente una columna: “Cosas de futbol”.

En sus palabras, así fue la etapa como corresponsal, según narró en un inusual arranque autobiográfico en sus redes sociales: “Echando cuentas, cosa de la edad, caí en que debo mucho a no pocos países y gentes. Y lo digo por mis 70 años… Mis casi 10 años en Centroamérica fueron más que importantes en mi vida. Sigo enamorado de esa región, especialmente de Nicaragua. Además de conocer a colegas extraordinarios de otras latitudes, conocí a gente que se batía el cobre para sobrevivir. Personas generosas que compartían su gallo pinto, frijoles con arroz y tostones de plátano maduro sin pedir nada a cambio. Nos tocó enterrar a no pocos colegas, pero eso creó unos lazos muy fuertes entre los sobrevivientes. Luego me tocó viajar por casi toda América Latina. Y aprendí de la gente sin respiro. Desde México hasta el Cono Sur. Para un aldeano como yo, ese periplo se convirtió en una enorme fuente de conocimiento”.

Sobre su origen y su madre, Masefa: “Tengo la desgracia, o el privilegio, quién sabe, de haber nacido en días diferentes: el acta de nacimiento dice que fue un 16 de agosto, pero mi madre murió jurando que fue el 17. Según ella el tipo que hacía las actas en el pueblo era medio borrachín”.

Sobre un sueño que no pudo cumplir: “Si el pinche bicho lo permite, mis 70 los celebraré en la tierra que me parió… Iré a mi pueblo, Elizondo, para estar con la gente que estimo y me daré una escapadita para platicar sobre la tumba de mis abuelos. Alguien manejará porque no pienso soltar la bota cargada de vino tinto que me acompañará. Ritos son ritos”.

Hace apenas unos días compartió en sus redes sociales lo siguiente, a propósito del aniversario del diario.

“Decir 37 no dice nada, salvo que los numeritos estén ligados a un hecho digno de atención. Es el caso: hoy cumplimos 37 años trabajando sin reservas para La Jornada. Antes del mítico número 0, vaticinaron que nacíamos en urgencias, y así fue. A fuerza de golpes de riñón salimos a terapia intermedia, coincidiendo con una avalancha de acontecimientos que cimbraron al mundo. Por no hablar de los militares.

“Ya La Jornada había superado la fase crítica y, con la mente abierta y las plumas como estiletes, nos lanzamos a contar a la gente lo que veíamos.

“Internamente no fue un camino de rosas, consustancial a los periódicos, pero la gente leal nunca dejó que nos dañaran. Hubo deserciones empujadas por la ambición y resistimos. Nos levantaron bulos imposibles de probar; en suma, trataron de rompernos éticamente.

“Pero aquí estamos con nuestros 37 fantásticos años hablando por nosotros. Pero nosotros somos nada sin ustedes (los lectores). Nos comprometemos a seguir peleando y a seguir dando la voz a quienes se la niegan. Gracias infinitas por su lealtad y larga y hermosa vida para todos.”

Josetxo Zaldua acababa de cumplir 70 años. Le sobreviven su esposa Sandra García y su hija Amaia Zaldua García. En el País Vasco, su hijo mayor, Íñigo, sus nietos, sus hermanos Itziar, Jesús Mari y Jon. Y una ristra de sobrinos que adoran al tío.


Fallece Josetxo Zaldua, periodista vasco-mexicano, coordinador general de “La Jornada”

Nacido en Elizondo, fotógrafo de “Egin”, se refugió en Ipar Euskal Herria al ser acusado de pertenecer a ETA. En los 80 dio el salto a México, donde desarrolló su carrera periodística, siempre vinculado al diario “La Jornada”, del que fue miembro del equipo fundador y coordinador general de edición.

No es fácil escribir un único obituario a quien ha vivido intensamente varias vidas. Con Josetxo Zaldua se va un periodista de raza que recorrió Latinoamérica durante los convulsos años 80 y principios de los 90, con el campo base en la Nicaragua revolucionaria. Lo hizo como corresponsal de “La Jornada”, periódico del que formó parte del equipo fundador y del que fue pilar durante el último cuarto de siglo, ya en México, formando una tremenda dupla con su directora, Carmen Lira.

A veces, juntas dos volcanes y emerge un periódico imposible que solo México podía alumbrar.

Hizo periodistas, los forjó. Muchos lo disfrutaron y algunos, probablemente, lo sufrieron. Ni que decir tiene que es uno de los grandes culpables de que quien esto escribe se dedique al oficio y, paradojas, tenga que acabar escribiendo el obituario a su tío. Con 19 años me sacó de una facultad enterradora de vocaciones para enseñarme que sí, que el periodismo se podía parecer a eso que intuía. En cada país latinoamericano que he visitado he encontrado una puerta fácil de abrir. La llave siempre era él.

Con Josetxo Zaldua se va también un militante vasco. Fotógrafo de un “Egin” recién parido, en 1978 tuvo que esconderse tras ser señalado como responsable de una acción fallida de ETA. Una huida rocambolesca, digna de aquellos años y de su protagonista, con cambio de ropa en un confesionario incluido, le acabó llevando a Iparralde. Desde allí voló, años más tarde a México, donde esperaba, desde los años 40, parte de la generación anterior de la familia. Baztaneses universales.

Fiel a su propia historia, ni renegó de nada ni comulgó con todo. Entre sus hazañas, llevar “La Jornada” a ser prácticamente el único diario en preguntar directamente a Aznar sobre las torturas a militantes vascos. Entre sus honores, provocar las protestas de Garzón y Savater por su cobertura del conflicto vasco. No ahora, sino hace más de dos décadas.

Pagó con creces el exilio. Fueron tres décadas sin poder regresar a casa, sin poder despedirse de su padre. Años de maletas veraniegas y contrabando de resbalones de Malkorra de orilla a orilla del Atlántico. Juró que no le pasaría lo mismo con su madre y volvió. La profundidad de la paz que le dio solo él la conoce.

Con Josetxo Zaldua se van también varias vidas clandestinas que nunca conoceremos y el recuerdo de una infancia feliz en Elizondo, que quiso dilatar negándose a venir a Iruñea cuando la familia migró a la capital. Así era, terco y cabezón, faltaría más. Parecía más interesante pelar la pava con las hijas de los soldados americanos de Gorramendi, porque por supuesto, se puede ser antiimperialista y querer ligar con las hijas de militares gringos.

Voluntad de hierro, pasión ilimitada e intuición asombrosamente felina. No sé cuantas vidas fueron las que vivió Josetxo, seguro más de siete. En algunas sufrió, sin duda, pero estoy seguro de que gozó en todas ellas. No en vano, sabía que las contradicciones no deben ser gestionadas, verbo aburrido y burocrático donde los haya, sino disfrutadas. Para ello, también hay que decirlo, México se antoja mejor país que el nuestro.

Fuente
La Jornada - Naiz
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