Raul Zelik: "Hay que plantear una política ecológica de clase"

Raul Zelik
Martín Cúneo
Entrevista a
Raul Zelik

Autor de ‘Zombis del capital’ (Txalaparta, 2023), Raul Zelik conjuga la tradición marxista con la necesidad de rearmar los discursos de la izquierda frente al auge de los “monstruos políticos” y el colapso climático.

Este activista, escritor, politólogo y traductor alemán comenzó a ser conocido en España en 2004 con su ensayo Venezuela más allá de Chávez (Virus), aunque ya había destacado como novelista en Alemania. Integrante de diversos movimientos sociales alemanes y en continuo contacto con partidos de izquierda y organizaciones de base en América Latina y País Vasco, en 2012 entró a formar parte del partido de la izquierda alemana Die Linke. En 2016 entró en la dirección del partido, una posición que abandonó en 2022 y que le permitió conocer de cerca la deriva del sector del partido liderado por Sahra Wagenknecht hacia posiciones racistas y lgtbfóbicas. En septiembre de este año, Wagenknecht fundó un nuevo partido, con gran proyección electoral según las primeras encuestas. Mientras, Die Linke todavía no se ha levantado de la crisis provocada por las últimas elecciones de 2021, en las que obtuvo menos del 5% de los votos.

Zelik ejerció como docente en la Universidad Nacional de Colombia, en Medellín y en la Universidad de Kassel. Con Txalaparta ha publicado los libros Situaciones berlinesas (2008), El amigo armado (2010), Muerte en Kreuzberg (2014), La izquierda abertzale acertó (2017) y este año Zombis del capital. Sobre monstruos políticos y un socialismo verde.

En Zombis del capital, Zelik sobrevuela las “ciudades sin alma” donde el virus de los muertos vivientes se ha descontrolado a causa de un “modelo económico que destruye a la buena vida” y genera “monstruos políticos”. Las crisis rodean el ocaso del capitalismo tal como lo conocemos y una de sus primeras víctimas ha sido la democracia liberal, incapaz de dar respuestas ante la nueva situación en la que las desigualdades se han catapultado mientras el colapso climático y civilizatorio recuerdan que el crecimiento infinito ya no es posible.

¿A qué viene esta obsesión cultural por hacer productos culturales de zombis?
No sabría decirte por qué a la gente le gustan tanto los zombis, pero me parece una buena analogía para nuestro modo de vivir. Las sociedades modernas no están construidas según las necesidades de las personas, sino según las necesidades del capital. La forma en la que construimos ciudades, la forma en la que consumimos y en la que trabajamos, todo está al servicio del capital. En ese sentido, somos como zombis, no somos dueños de nuestros deseos y de nuestras decisiones.

Lo que cuentas se parece más a los zombis de Juego de Tronos, que obedecen a un rey congelado, que a los zombis de Walking Dead, que van a lo suyo.
No lo había pensado [se ríe]. Pero creo que sería erróneo pensar en el capitalismo como si fuera dirigido por un rey oscuro. Más que a personas, obedecemos a las leyes de acumulación del capital. 

Si estiramos esta metáfora de los zombis, nos encontramos con lo que llamas “monstruos políticos”. ¿Cuál es la vinculación entre este mundo de zombis y los monstruos políticos?
La idea viene de una frase de Gramsci en la que decía que después de las revoluciones fracasadas llega el momento de los monstruos políticos. En general pintan el neofascismo o la ultraderecha trumpiana o bolsonarista como si fuese lo contrario de la sociedad liberal, y en absoluto comparto eso. Yo diría que el fascismo, en muchos aspectos, es una radicalización del liberalismo económico. La crisis de la democracia no nace ahora con el auge de la ultraderecha, comienza con la misma configuración de la democracia liberal, que postula unos derechos y unas relaciones de igualdad en lo político, pero al mismo tiempo defiende unas condiciones de desigualdad social y económica tremenda.

En ese sentido, la democracia liberal en algún momento se tiene que decidir entre los derechos políticos de las personas o la propiedad privada. Dicho de otra forma, el liberalismo tiene que elegir acercarse a posiciones socialistas para defender la democracia o asumir las posiciones de Pinochet para defender la propiedad. El neoliberalismo ha optado por la segunda vía. En este sentido, los monstruos políticos de hoy son una expresión de esa contradicción de la democracia liberal.

Parece que estos monstruos políticos están surgiendo a un mayor ritmo que antes. ¿Qué está pasando?
Esto es porque el capitalismo está llegando a sus límites. El sociólogo alemán Klaus Dörre habla de una “crisis de tenaza”. Por un lado, el capitalismo tiene cada vez más problemas para generar ganancias a través de procesos productivos. Y eso hace que haya mucho capital que alimenta burbujas especulativas en la vivienda, en la bolsa, en las tierras agrícolas o en las materias primas. Pero el rentismo tiene un grave problema: no genera riqueza a la sociedad. Simplemente, se redistribuye. Lo que el casero gana especulando con la vivienda, los inquilinos lo pierden. Y de esta forma se agudizan globalmente los conflictos, muchas veces muy violentos, por la distribución de la riqueza.

Por otro lado, está la crisis ecológica. El capitalismo está llegando a los límites planetarios, ya hemos superado seis de los nueve límites ecológicos globales. Es decir, el capitalismo devora las bases materiales de su existencia.

La “crisis de tenaza” se podría resumir de la siguiente manera: el capitalismo debería entrar en un nuevo ciclo de crecimiento para estabilizarse. Pero no puede porque ha alcanzado los límites físicos de su expansión. Y frente a esta crisis, la ultraderecha defiende la solución violenta: cuando los recursos tienden a escasear, los conquistamos con políticas agresivas, nacionalistas y supremacistas.

Todo esto profundiza la lucha del uno contra el otro. El auge del racismo tiene que ver con eso. Te das cuenta de que la distribución es cada vez más cuestionada, el bienestar está cuestionado y entonces levantas muros para no tener que compartir con otros. Este es el aspecto lógico del racismo. También las guerras geopolíticas se explican en buena medida por esto. Antes, cuando funcionaba un capitalismo productivo, la cooperación entre los poderes económicos era viable. Ahora, cada vez vemos cómo los poderes económicos entran en competencia y también en guerras geopolíticas. Y el otro aspecto de esa crisis de tenaza es la crisis climática: el capitalismo ha llegado a límites de escala planetaria.

Sabemos que hay un tope en ese modelo socioeconómico y eso también genera una sensación de crisis. Todos sentimos que algo se está acercando o que hay un peligro de colapso de esas sociedades occidentales y de su forma de vivir. Los monstruos autoritarios no son una forma de resolver los problemas, pero sí de proteger los derechos, entre comillas, de los privilegiados.

Los monstruos políticos de los años 20 y 30 aparecieron como reacción a un fuerte movimiento obrero. Ahora resurgen los monstruos políticos, pero no hay fuertes movimientos contestatarios por ningún lado.
Quizás esa primera interpretación es demasiado simplista. Deberíamos interpretar el fascismo como una radicalización de lógicas liberales. La ideología dominante en la sociedad actual se basa en la competencia, el fascismo es la prolongación lógica de esa mentalidad. Cuando entras en una crisis puedes asumir prácticas solidarias, de inclusión de todos y todas, o puedes recurrir a la lógica de exclusión para salvar a los que están adentro.

Si nos fijamos en los movimientos contestatarios, las propuestas alternativas no se construyen meramente con el discurso o a través de los partidos políticos, sino desde la práctica diaria. Es un mito que la clase obrera surja en el siglo XIX gracias a los gloriosos partidos de vanguardia. El historiador E.P. Thompson lo ha mostrado muy bien en su historia de la clase obrera inglesa: lo primero que hubo eran los tejidos sociales de solidaridad entre los obreros. Las propuestas políticas son expresiones de estas prácticas de autoorganización y mutualismo. Y ahí radica el gran problema: el neoliberalismo ha destruido muchos de esos tejidos sociales solidarios y de apoyo mutuo. Ahora toca reconstruirlos. En Alemania, en el campo sindical, en el movimiento de inquilinos y de acogida a inmigrantes ha habido algunas experiencias importantes en este sentido.

Hablas en el libro de que estamos en un momento bisagra.
Es evidente que el modelo dominante ya no sirve. La democracia liberal funcionaba cuando el Estado de bienestar funcionaba, cuando existía cierto orden imperial y cuando existía un cierto modelo productivo y determinadas tasas de crecimiento. Y ahora vemos que, por varias razones, esto ya no es posible. Entramos en una crisis que se expresa de múltiples formas. La desigualdad es cada vez más abismal, la competencia militar renace con fuerza, se multiplican las guerras... Frente a todo esto es claro que hay que elegir. La cuestión es si optamos por la vía de la exclusión y las guerras imperiales o optamos por vías solidarias y de inclusión.

Frente a esta crisis de la democracia liberal se está dibujando una salida autoritaria de extrema derecha y neoliberal. La otra parece que está bastante desdibujada. 
No creo que esté muy desdibujada. Los valores de la Revolución Francesa siguen vigentes: la libertad, la hermandad y la igualdad, tres promesas incumplidas. Igual de vigente que la famosa frase de Marx según la que hay que “echar por tierra todas las relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciado”.

La izquierda siempre ha buscado nuevas alianzas más allá de las de clase. Si defiendes el derecho universal de todas las personas a la emancipación, tienes que ser también feminista y antirracista. 

Diría que está bastante claro lo qué es un proceso de liberación social y tampoco es difícil esbozar medidas a corto y medio plazo para acercarse a estos objetivos. 

El gran problema de la izquierda es que la correlación de fuerzas en el capitalismo contemporáneo es tan desfavorable que ni las demandas más básicas se pueden materializar. Una tesis importante de mi libro es que deberíamos considerar superado el debate entre reforma y revolución. Esta afirmación posiblemente sorprenderá pero lo que quiero decir es lo siguiente: no existe reformismo sin un movimiento antagónico sólido. Si no hay amenaza de una ruptura radical, los de arriba nunca estarán dispuestos a ceder en el campo de las reformas. Al mismo tiempo las revoluciones necesitan de propuestas de transformación concretas. Cualquier revolución tiene que plantear cuáles son las modificaciones en la sociedad y en el Estado para llegar a una sociedad más igualitaria. Por consiguiente, ambos elementos se necesitan. El reformismo está muerto, pero la vía revolucionaria como tal también. Lo único que funciona es la combinación entre ambas. Una de las grandes lecturas del siglo XX es que ha habido avances de emancipación cuando diferentes conceptos de lucha se apoyaban mutuamente. No es Malcolm X o Luther King, sino la confluencia de ambos lo que ha dado fuerza y poder al movimiento afroamericano. 

Comentabas que la propuesta de izquierdas está clara, sin embargo prácticamente ningún partido de izquierda apuesta por un modelo distinto al de mercado. ¿Cuál debería ser el programa económico de un partido de izquierdas?
El debate entre mercado y planificación estatal me parece un poco fetichizado. En el capitalismo, la planificación no solo existe sino que es muy poderosa. Ningún Estado socialista logró un nivel de planificación como Ikea o Amazon. Por otro lado, los mercados tampoco son todos iguales. Un mercado de pequeños productores locales evidentemente no tiene nada que ver con los grandes mercados globales contra los que luchamos.

El reto principal para una política económica de izquierdas es enfrentar el poder de los grandes patrimonios y su afán de mercantilizar todas las esferas de la vida. ¿Cómo lo hacemos? Primero, fortaleciendo la propiedad común en sus diferentes expresiones: municipal, pública, comunal, estatal y cooperativa. Y segundo, redistribuyendo la riqueza con una fiscalización mucho mayor de altos patrimonios e ingresos. También construyendo un fuerte sector público que garantice una seguridad social básica en cuestión de vivienda, salud, educación, alimentación, cultura y transporte público para todas las personas, e impulsando una revolución feminista de los cuidados que construya una estructura pública no-mercantil de los cuidados y redistribuya el trabajo de los cuidados entre mujeres y hombres. Por último, se necesita una planificación democrática dirigida a garantizar la sostenibilidad ecológica de nuestro modo de producción y de vida.

Las propuestas más avanzadas vinculadas con la transición ecológica han encontrado una fuerte oposición, a veces también popular. ¿Hasta qué punto la democracia tal como la conocemos es una vía efectiva para la transición ecológica? ¿Es una amenaza real el ecofascismo?
No creo que las élites vayan a impulsar un modelo ecológico, que cuestionaría su propio poder económico y hasta ahora nunca ha habido un fascismo sin apoyo de las élites. El problema es el contrario. La alternativa es verdad que genera muchísimos problemas. Lo vemos en las elecciones, donde las demandas ecológicas se convierten en un peso, un obstáculo para un éxito electoral. Más allá de las empresas, también mucha gente en la población se opone a la transformación ecológica porque no quiere cambiar su modo de consumo. Defienden por ejemplo sus viajes a Mallorca el fin de semana. 

¿Qué se puede hacer frente a esto? Hay que insistir en la verdad, diría yo. El metabolismo capitalista destruye las bases de una sociedad medianamente moderna y compleja. La mega-crisis ecológica a la que nos acercamos no llevaría a la desaparición de la vida en el planeta y probablemente ni siquiera de toda la humanidad. Pero sí llevaría a la muerte de miles de millones de personas y a muchísimas guerras por unos recursos cada vez más escasos. 

En este sentido hay que plantear una política ecológica de clase. Los costes del cambio climático, la crisis alimentaria, los desastres naturales, los pagarán las clases populares.  Todo esto no es un tema abstracto “de la naturaleza”. Amenaza la vida de los pobres. Y no solamente en el sur global. Si hay inundaciones y desaparecen calles enteras, los que perderán su vivienda son los pobres. Los ricos se comprarán otra casa. La crisis ecológica va a ser de clases. 

Comentabas que incluir temas ecológicos en los programas políticos pueden restar votos, pero se podría decir lo mismo sobre algunas cuestiones feministas, LGTB+ o de derechos de los migrantes. ¿Cómo se lidia desde un partido de izquierdas para mantener los principios sin volverse irrelevantes?
Debemos construir alianzas desde la diversidad. Hay muchísimas propuestas que compartimos porque tenemos intereses comunes: vida digna, vivienda, derechos individuales y colectivos, democracia, buenos servicios públicos, más solidaridad e igualdad… Entre el antirracismo, el feminismo, los movimientos queer y el sindicalismo hay muchísima agenda compartida. Hay que impulsar activamente esas alianzas. En Alemania, por ejemplo, desde Die Linke forjamos la cooperación entre el movimiento climático y sindicalismo para fortalecer las luchas laborales en el transporte público.

¿Hay peligro de que los partidos de izquierdas asuman discursos mayoritarios, conservadores y discriminatorios, como el anti trans, anti inmigración o anti feminista?
Hay sectores de la izquierda que plantean precisamente eso. En Alemania tenemos el fenómeno de Sahra Wagenknecht, que acaba de salir de Die Linke. Su nuevo partido busca unir demandas sociales para trabajadores alemanes con un discurso anti feminista y anti migración y unas propuestas económicas socialdemócratas. A mi modo de ver se trata de nuevas propuestas de derecha. Si la solidaridad se limita a una nacionalidad, ya no es solidaridad.

Te respondería entonces que el peligro existe, pero porque parte de la izquierda ha perdido el norte, no porque el norte ya no esté claro. Gente como Wagenknecht piensa que es una vía fácil de ganar votos. Para ello abandonan lo fundamental de cualquier proyecto de izquierdas. Para nosotros, la igualdad y la solidaridad son obligatoriamente universales.

Fuente
https://www.elsaltodiario.com/
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