Como a José Bergamín y a tantos otros, llegar a Euskal Herria y hacer piña con su movimiento de liberación tenía un coste. El de la represión. Alfonso y Eva lo conocían de sobra. Y mantuvieron el tipo.
Han pasado ya dos meses desde que nos dejó Alfonso, Alfonso Sastre, que parecen una eternidad. Zygmunt Bauman nos habló de la sociedad líquida, que hace añeja en unas horas cualquier circunstancia o ausencia reciente. Como ya señaló el filósofo polaco, los autores de "El manifiesto comunista", el que daba comienzo con la frase icónica de «un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo», citaban a una sociedad sólida, suspendida, que había que licuar para avanzar en la revolución. Hoy, sin embargo, nos encontramos en el otro extremo, la modernidad líquida.
Por eso, las generaciones de quienes nos encontramos a medio camino entre aquella sociedad estancada, prieta y grisácea que fue la del franquismo, y la que nos azota con su velocidad en estos tiempos de nihilismo, la de los algoritmos que eligen nuestro menú y nuestros reflejos culturales, estamos un tanto desubicadas. Sirva de excusa para recordar a Alfonso, sin las prisas de un obituario, sin la necesidad de gestionar las cenizas sobre las ascuas.
A estas alturas de la vida, el pasado se convierte en una serie limitada de flashes que recorren como recuerdos cinematográficos las grietas del presente. Y no sé por qué razón, y espero que nadie pueda reconocérmelo de una manera química, cada vez que me llega la esencia visual de Alfonso, aparece aquella imagen de su semblante, adherido junto a una ventana de un autobús policial, conducido en detención hacia la comisaría de Baiona.
Eran las navidades de 1976, y Alfonso, que estaba exiliado en Burdeos, había llegado hasta Baiona para presentar "Testimonios de lucha y resistencia" de su compañera Eva Forest, presa en Yeserías. Sastre se solidarizó con los refugiados y se encerró con ellos en huelga de hambre. Peio Ospital, Eñaut Etxamendi, Telesforo Monzón, Juanjo Etxabe, los hermanos Koko y Jacques Abeberry, Ximun Aran, Patxi Noblia... Gigantes de una época hoy difusa. Y en la foto de Daniel Vélez, entre un fundador como Julen Madariaga y un sacerdote resistente contra el nazismo y activo defensor de los huidos como era Piarres Larzabal, un entonces desconocido, para nosotros, Alfonso. Que, por cierto, de la comisaría fue expulsado hasta la frontera francesa con Italia. Para que digan luego de la falta de cooperación entre las policías a ambos lados de la muga.
De su activismo y solidaridad con la causa vasca, de su ideología comunista y del compromiso en Madrid con los «tenebrosos etarras», como los llamó aquel políglota y escritor de utopías que fue Federico Krutwig, estábamos al tanto. Al comienzo, encerrados en nuestra capsula de singularidad que nos hacía creernos el centro del universo revolucionario desde que, en el Proceso de Burgos, la grey juvenil de Europa incendiara las embajadas españolas y, sobre todo, desde que un grupo de aficionados vascos en edad temprana acabara con la vida del presidente Carrero de manera pintoresca sembrando la admiración de los guerrilleros planetarios, desdeñamos la otra cara de la moneda de Alfonso. La literaria. Leer era cosa de intelectuales. Y nosotros queríamos tumbar de una vez por todas al dictador.
Hasta que nos dimos cuenta de que ambas cosas, activismo y poesía, plastikolaris (nuevamente Krutwig) y teatro podían cruzarse hacia el mismo objetivo. Madriz con z ejercía también rechazo, hasta que Alfonso, junto con una pléyade de compañeras y compañeros –debería haber escrito camaradas– nos demostraron lo autistas que somos los vascos, al menos los de mi entorno natural. Sastre lo describió en uno de sus trabajos: "Nuevo discurso de las armas y las letras".
Más de medio centenar de madrileños sufrieron cárcel y torturas por haber apoyado la causa vasca. De Madrid, con d. En setiembre falleció, asimismo, junto a nuestro Alfonso, otra compañera, Jimena Alonso, también madrileña, feminista que en 1981 fue encarcelada por ayudar a un comando de ETA. Escribió Sastre sobre aquella capital: «Entonces, en Madrid no éramos mucho más de media docena quienes nos movíamos muy activamente en el corazón de aquel horno y andábamos, bajo el imperio de la censura, con nuestra obra rota, visitantes forzosos y frecuentes de los siniestros despachos de la Policía y de las celdas de las cárceles».
Cuando Eva y Alfonso, junto a sus hijos Juan, Pablo y Eva, se asentaron en Hondarribia, su casa se convirtió en un centro de conspiraciones, culturales y políticas. Al poco, incluso, la Policía allanó su domicilio para poner las cartas boca arriba. Como a José Bergamín y a tantos otros, llegar a Euskal Herria y hacer piña con su movimiento de liberación tenía un coste. El de la represión. Alfonso y Eva lo conocían de sobra. Y mantuvieron el tipo.
La nueva editorial que daría luz a los trabajos, muchos de ellos inéditos de Alfonso, cubrió el flanco más desconocido del autor. Mientras, elaboró sus columnas en "Egin", dictando aquella querella cuando los torturadores mataron al pequeño Joxe, precisamente en una comisaría de Madriz, en los tiempos bárbaros. Una denuncia que coló en el diario gubernamental llamado "El País" con el título de "La columna infame".
Alfonso Sastre no dejó espacio a la espera, y opinó y desgranó, subió y bajó, sin un pedestal que le hiciera de apoyo: «Siempre he escrito sin saber para quién, suponiendo la posibilidad de que alguien llegara a leer lo que yo escribía. El silencio me ha acompañado siempre y no por eso yo he dejado de escribir».
Esa actitud le marginó en vida y le alejó de los escenarios públicos. Incluso cuando una de sus obras en circulación se escenificaba en un teatro donostiarra, los malvados vestidos de periodistas le transmutaron una frase para decir que Alfonso ponía en boca de Sancho Panza un gora a ETA. Para mantenerlo en un rincón y que no contaminara a la elite cultural española, tan cercana al poder de los ricos, como gustaba definir. Un apestado en versión moderna. Para nosotros, en cambio, con su txapela calada, barba permanente, cejas pobladas, anteojos espaciosos y mirada burlona, uno de los nuestros.