Kasilda, el fuego que nunca se extingue

Kasilda
Koldo Durreit

Me gusta elegir los recuerdos, mirar al infinito y convertirlo en espejo por un momento para dejar que la memoria recupere esos instantes que marcaron nuestras vidas. Encontrar palabras, situaciones, rostros, pasos, ecos, … que quizá se los llevó el tiempo pero que sabemos nos acompañarán siempre, hasta que nosotros mismos nos convirtamos en los recuerdos que otros elegirán para revivirlos frente a sus espejos. La nostalgia que da sentido a nuestra existencia, alimenta y permite seguir adelante, y nos interpela en forma de esperanza de que aún creamos que otro mundo es posible. Encontrar en ese espejo los ecos de las luchas que se convirtieron en eternas porque así como se las heredaremos a los que vengan, también nos las heredaron los que estuvieron antes que nosotros. Y porqué no los gritos y los silencios que tuvieron su propia historia y fueron creando conciencia. Al fin y al cabo todo forma parte de lo que somos, de lo que nos enorgullece de nosotros mismos o de aquello que preferimos olvidar, de lo que aún nos produce miedo y de lo que crea una sonrisa en nuestros rostros cada vez que llega a nuestra mente.

Hoy voy a elegir una fría mañana en Miarritze, un cielo azul inmenso con un sol radiante que no es capaz ni siquiera de templar los huesos y me obliga a caminar apresurado en este paseo hasta el Viejo Puerto mientras el eco de las olas rompiendo contra las rocas hace compás con mis pasos. No hay nadie que me acompañe, o quizá una compañera que tampoco le teme al frío y siente al igual que yo la necesidad de llenar sus pulmones del aire y del salitre de nuestro Cantábrico. También voy a elegir encontrarte, Casilda, sentada en uno de los bancos de piedra que dominan la costa, mirando el horizonte y buscando tus propias respuestas a tantas preguntas que esperan ser resueltas. Apenas nos saludamos, justo ese par de besos que hemos adquirido de entre las costumbres de nuestros compatriotas de Iparralde, o darse la mano, fría como la Enbata que sopla en nuestras costas, pero que no es capaz de engañarnos y aún podemos sentir el calor de tu cuerpo solidario y libertario. Nospreguntas cómo estamos, si no tememos salir a la calle en estos tiempos de GAL y colaboración francesa. Sólo respondemos con una sonrisa y nos unimos a observar el horizonte. ¿Cómo decir que no es seguro que mañana podamos reunirnos de nuevo en este paseo a la orilla del mar, cómo olvidar que es posible que un mercenario acabe con nuestras vidas en cualquier instante, o que un uniformado de azul nos arranque de nuestra gente y nos envíe a la tortura y a la cárcel al otro lado de esa infame frontera que divide nuestra tierra? ¿Acaso no era igual en otros tiempos, acaso no dudabas tú también, Casilda, si volverías a ver a tus compañeros cuando salían de tu casa- refugio de Lorient, de Miarritze o de cualquier otro sitio cuando iban apertrechados para combatir al fascismo y al nazismo? Y cuándo no regresaban, ¿cómo recordar a los caídos? Solamente apurando el paso, solamente reforzando la lucha y el compromiso, haciendo que su sufrimiento se convirtiera en las batallas y las victorias del futuro. Mientras disfrutamos el silencio y el estar juntos te miro y logro ver que de tus labios se escapa una sonrisa. ¿En qué piensas, amiga?, pero no me atrevo a preguntar. ¿Quizá el eco de las olas te ha recordado algún amor de juventud, y tenerlo de vuelta ha estremecido tu piel? ¿O acaso piensas en aquella experiencia irrepetible de Aragón cuando los anarquistas conseguisteis construir el nuevo mundo, la colectivización del campo, del trabajo y de las relaciones humanas? ¿Será que de nuevo recorres las calles de Egia lanzando panfletos que llaman a la huelga revolucionaria de las trabajadoras para exigir a la patronal condiciones dignas? ¿O será que el ruido de las rocas golpeadas por las olas te recuerda a la voz de Félix cuando te susurraba su amor y su convencimiento de que era posible construir el paraíso en la tierra? No me digas que estás recordando la cara de la pudorosamente hipócrita sociedad donostiarra cuando practicabas nudismo en la playa de Zurriola y escandalizabas las buenas costumbres, obligando a santiguarse a curas y meapilas que poco después serían los principales apoyos de la sublevación fascista.

Como siempre, la sonrisa dura poco, demasiado poco. Ya nos hemos acostumbrado a escudriñar el horizonte con mirada seria. Cada momento de ternura y de alegría está acompañado de golpes y derrotas, de pedazos de piel que han ido quedando enganchados en zarzas y rocas, en alambres de espino y en paredes ametralladas, en mazmorras y frentes de combate, pedazos de piel que ni siquiera sabemos si son nuestros o de los que hicieron esa parte del camino con nosotros algún día. Son las heridas que la vida ha reservado para aquellos que, como tú, Casilda, decidieron darlo todo aún sabiendo que podía ser una tarea imposible. Quién hubiera pensado que además de combatir a los fascistas tuvieseis que hacerles frente también a los que no entienden que no se puede encerrar a los trabajadores en jerarquías. ¿Estás recordando la Barcelona revolucionaria y por eso tu serio semblante? Lamentar ahora toda la energía perdida en luchas banderizas, en discusiones ideológicas fuera de todo lugar que lo único que consiguieron fue debilitarnos, crear desconfianzas y también llevar a la muerte a tantos compañeros y compañeras esenciales. O la primera huida a Iparralde tras la caída de Irún, ver a toda aquella gente que corría de un lado a otro sin saber hacia dónde ir en las calles de Hendaia, la misma gente y la misma desesperación que encontraste después en la Catalunya norte cuando ya la derrota era un hecho y solo quedaba poner distancia con las represalias fascistas. La traición de las democracias que trataron a los refugiados y combatientes republicanos como a bestias, encerrándolos en campos de concentración en Argeles y Gurs. Y de nuevo a la lucha, para no permitir que el nazismo se adueñara de Europa, volver a la clandestinidad y a contener el aliento en cada salida, en cada movimiento. Intentar reagrupar a los camaradas dispersos, ofrecerles apoyo, crear las redes que resistieran la ocupación y prepararan la caída del fascismo. ¿Cuántos de los guerrilleros que combatieron en Irati pasaron por tu casa de Miarritze, cuántos hubieran deseado estar en tu casa-refugio aún cuando toda la maquinaria de guerra nazi caía sobre ellos y los diezmaba? Tu casa-refugio para soñadores, para trasgresores de todas las leyes que nos encierran y nos oprimen, tu casa-refugio sin puertas, pues aunque existieran físicamente siempre quedaban abiertas por si alguien necesitaba un refugio. Tu casa- refugio desordenada donde cualquiera llegaba y se instalaba y nadie preguntaba, pues la confianza ya era parte del compromiso y del respeto. Tu casa que también fue refugio y escuela para las nuevas generaciones de luchadores vascos que alzaban la voz ante el abandono de la lucha por parte de los que ya se sintieron vencidos. Aquellos jóvenes que no quisieron resignarse y prendieron de nuevo el fuego de la resistencia vasca y os hicieron soñar a ti y a Félix que la derrota siempre es temporal, porque llegan nuevos revolucionarios que recogen las viejas banderas y esperanzas. Algunas nubes se dibujan en este cielo azul de invierno, parecen alzarse del mar para escondernos el horizonte, como si quisieran que no seamos capaces de ver los peligros que vienen. Tu mirada se hace grave, intentas romper las nubes con tus ojos y alzas tu boina de los oídos, como si quisieras escuchar ese ruido que se acerca, cada vez más presente. ¿Qué buscas, Casilda, quizá una escuadra de aviones norteamericanos como los que llegaron de improviso aquel 27 de marzo de 1944 para bombardear el aeropuerto de Parma que usaban los nazis para adiestrar a sus pilotos? Unos bombarderos que no se limitaron a atacar a los nazis y destruyeron Miarritze y Angelu lanzando 45 toneladas de bombas contra la población civil de un pueblo ocupado que no era su enemigo, dejando casi 150 muertos y otros tantos cientos de heridos. Solo puedo coincidir contigo en la absurdidad de la guerra, ¿porqué necesitaron hacer semejante masacre, o simplemente querían medir la capacidad destructiva de sus armas para futuros ataques a poblaciones indefensas? Las guerras las pagan los pueblos, y como tú siempre decías, siempre las pagan más las mujeres y los niños. ¿Qué diferencia a los muertos por los bombardeos fascistas de Gernika, Durango o Legutiano o Londres de los muertos en los bombardeos aliados en Miarritze y Angelu, en Hirosima y Nagasaki, en Vietnan o Managua, en Libia, Irak o Palestina? Nada, nada los diferencia, todos son daños colaterales para el poder establecido o que quiere imponerse en cada tiempo. Es el poder que busca que prevalezcan sus razones, borrar de nuestras mentes la ilusión de otra vida diferente, donde los sentimientos se impongan. Porque como tú decías, “son precisamente los sentimientos o los sentimentalismos los que mueven al mundo. Los que siguen los movimientos cerebrales, esos, van cometiendo cantidad de desacatos -muchos, muchos- y esperemos que al final cometan el definitivo”.

Bueno, amiga, ya tenemos que irnos, y aquí nadie ama las despedidas, así que te devolvemos los dos besos que nos prestaste y seguiremos nuestro camino. Hoy tampoco me ha extrañado que no nos invitaras a tu casa a tomar un café y seguir allí el debate, seguramente alguien habrá encontrado refugio entre tus paredes y tus libros y revistas diseminadas por todos lados, y no vamos a ser tan indiscretos para preguntarlo. Así nos separamos, sin más protocolos que no sea esa discreta mirada tuya a la mochila que la compañera carga a la espalda. ¿Será que imaginas la dinamita que Marc Legasse dice que cada vasco carga en el morral? Aunque creo que el escritor anarquista se equivocó, o quizá no supimos leerlo correctamente, porque la dinamita más poderosa que carga el vasco no va en la mochila, sino en el corazón. En corazones como el tuyo, Casilda, que fue tan humilde como consciente y luchador. Me dicen que quieren conmemorar el 31 aniversario de tu siembra, pero yo prefiero recordar tu vida, tu mirada viva y consecuente, tu espíritu indomable y libertario, prefiero recordarte por los momentos que compartimos y por toda una vida de compromiso y coherencia. Hasta siempre Casilda, el fuego que nunca se extingue.

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