Golpe blando

Manifestante cubano
Iñaki Egaña

La independencia y soberanía de Cuba están en juego. Una vez más, el origen del asalto se encuentra en las tapaderas que usa el Departamento de Estado de su gigante vecino imperialista.

Atrás quedaron las imágenes de Allende defendiendo su posición en el Palacio de la Moneda frente a los golpistas liderados por Pinochet con el respaldo de Washington. Atrás, asimismo, el bombardeo de Panamá para echar a un aliado que se había convertido en inoportuno, como fue Noriega. Hoy, las asonadas promovidas por el Tío Sam y Occidente tienen otra jactancia. Son actividades asimétricas, fuera de catálogos como el de Curzio Malaparte, pero tan perfectamente diseñadas como cualquier otro golpe de estado, de corte exclusivamente bélico, por entendernos.

El golpe de Estado en Bolivia contra el Gobierno de Evo Morales, en noviembre de 2019, nos dio algunas de las pautas de lo que es un movimiento renovador de técnicas antiguas. También el que ocurrió meses antes, en abril de ese año, contra el Gobierno de Venezuela, esta vez liderado por un hoy evaporado Juan Guaidó que entonces se autoproclamó presidente. En Bolivia, Trump estuvo detrás, alentando la insurrección. En Venezuela, la Unión Europea y nuevamente Trump, intentaron voltear al régimen.

No son, sin embargo, novedades en la renovación de las técnicas golpistas. Las llamadas revueltas de los colores, también en el siglo XXI, fueron levantamientos civiles con Washington y Bruselas en las bambalinas, promovidas para desestabilizar a gobiernos en Serbia, Ucrania, Rusia, Bielorrusia y Georgia. Supusieron una modificación táctica de la intervención externa a través del magnicidio, invasión o golpe de Estado. El paradigma de estas revueltas fue la Revolución Naranja de Ucrania (2004), donde los insurgentes no aceptaron los resultados electorales que dieron ganador a Víktor Yanukóvich, y perdedor al hombre de Washington, Víktor Yúshchenko. La CIA y la Trilateral financiaron estos movimientos, en especial George Soros.

El golpe de Estado en Honduras en 2009 dio por concluida la táctica de la Revolución de los Colores, haciendo Washington una excepción. Pero Honduras fue también anomalía. Continuaron los «golpes blandos». El proceso es sencillo: a través de la creación de matrices de opinión, se traslada la imagen de la ingobernabilidad y rechazo mayoritario al gobierno. La idea del estado fallido. Cuando el proceso fermenta, las manifestaciones civiles, pacificas en la mayoría de los casos, promueven el cambio.

En los casos que tuvo éxito, en particular en Ucrania, la penetración neoliberal fue vertiginosa, provocando corrupción, desencanto y, en algunos casos, la paralización en la democratización de las viejas estructuras. En 2014 se volvieron a repetir en Ucrania movilizaciones para desestabilizar al Gobierno y apoyar su acercamiento a la Unión Europea y a la OTAN, lo que provocó una fractura y guerra abierta. La llamada Primavera Árabe, con matices, formó parte de esta táctica innovadora. El inicio de las primaveras árabes fue apoyado por EEUU.

En la cercanía, la Unión Europea, en particular Alemania, redujo a Grecia a un protectorado, como ha señalado recientemente Serge Halimi, a través de una serie de medidas encaminadas a recortar el gasto social para pagar una deuda que el propio Fondo Monetario Internacional declaró insostenible. Los bancos europeos, los mismos que habían sido rescatados por sus estados, aplastaron la restitución popular para reducir a cenizas las esperanzas del pueblo griego. Hoy, finalizando 2021, los gastos militares griegos son récord en la Unión Europa, en un medio pauperizado. ¿No había contención del gasto en 2015 para Syriza?

Dentro de esta estrategia de golpes blandos, La Habana ha conocido la última de las intentonas, sin cerrar, por cierto. El 11 de julio pasado fue el primer experimento, y el 15 de noviembre, el día en que Cuba retornaba a la normalidad tras superar los picos más dramáticos de la pandemia, el segundo. Como decía Carlos Fazio, el objetivo de estos dos intentos era notorio: «intentar provocar un estallido social en la isla, que derive en el derrocamiento del gobierno constitucional y legítimo de Miguel Díaz-Canel, la destrucción de la revolución socialista cubana y la restauración de un capitalismo neocolonial mafioso en clave neoliberal».

En esta ocasión, sin embargo, los supuestos «estallidos sociales» únicamente se han producido en los medios de comunicación aliados de Washington y Bruselas. La desestabilización, caos y violencia que promovían los agentes reclutados por el Pentágono han fracasado y, sin embargo, nos han hecho creer lo contrario. Trump fundó una sociedad paralela a través de las redes sociales, inexistente en la realidad, que ha dejado poso en la contrarrevolución. No ha habido revuelta de colores en Cuba.

Desde los tiempos de Eisenhower y Kennedy, Cuba ha sufrido el embate de un bloqueo que, a la postre, tiene el mismo rango que un intervencionismo sistemático en la política de la isla. La intrusión fue económica y acarreó asimismo elementos de una agresión abierta con decenas de intentos de magnicidios, guerra química contra el ganado, introducción del dengue hemorrágico... Terrorismo al que ahora se añade el continuado por Biden.

Las razones de las agresiones tienen que ver con lo que representa Cuba, tanto como modelo social como de desarrollo político interno. En las antípodas de lo que proponen las democracias sostenidas por los monopolios económicos internacionales y validadas por los gobiernos morroi europeos. Cuba contribuyó al fin del apartheid en Sudáfrica, a la independencia de Namibia y Angola, desplegó cooperantes tras las desgracias naturales como en Haití. Desde 1963, Cuba ha desplegado más de 400.000 profesionales de la medicina en 164 países del planeta, entre ellos dos cercanos, Portugal e Italia. Al día de hoy y pese al bloqueo, ha vacunado a su población mayor de dos años contra la covid-19.

La independencia y soberanía de Cuba están en juego. Una vez más, el origen del asalto se encuentra en las tapaderas que usa el Departamento de Estado de su gigante vecino imperialista, alentando a lacayos y siervos a continuar su andanada.

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https://www.naiz.eus/
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