El pueblo palestino nos dijo hace casi 20 años qué podemos hacer para frenar el genocidio y el apartheid al que le somete el Estado de Israel: cortarles el grifo de la propaganda y el dinero, su único dios verdadero.
La impotencia nos tiene paralizadas mientras vemos en streaming las atrocidades que está cometiendo el Estado de Israel contra el pueblo palestino. Después de 75 años de ocupación de sus tierras y casas y de expulsión, la sociedad civil palestina organizada nos pidió el 9 de julio de 2005 que hiciéramos algo que sí podíamos hacer: boicotear a Israel hasta que cumpla los derechos humanos o -por lo menos- los mandatos de las Naciones Unidas que le han puesto ahí.
Apelando a la dignidad de las personas, organizaciones y movimientos que no tenemos injerencia en la política internacional y a las que llenar las calles de gritos y movilizaciones se nos queda corto frente a la crueldad de Israel y la complicidad de la comunidad internacional -especialmente de occidente- el pueblo palestino nos propone la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS).
¿Qué es el BDS?
Es una herramienta de lucha de quienes no tienen otro poder que el de la organización colectiva y el consumo (no me vengas con el voto, anda). Es una medida de presión económica y política que se ha utilizado históricamente para luchar contra quienes tienen tanto poder que cuentan con la complicidad de gobiernos e instituciones internacionales. Como Israel. Como Sudáfrica hasta 1994, cuando la campaña de boicot y aislamiento al régimen supremacista defendida por el Movimiento Anti Apartheid (AMM) consiguió, después de 35o años, que los derechos humanos prevalecieran sobre el colonialismo y los delirios de la superioridad étnica.
¿En qué consiste?
La campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) supone impulsar el boicot a todos los productos provenientes de Israel, a todas las compañías internacionales que colaboran con el régimen de apartheid y el genocidio del pueblo palestino y la petición de sanciones internacionales por el continuo incumplimiento de los derechos humanos y la comisión de crímenes contra la humanidad.
Vamos, que se trata de no alimentar la máquina genocida que es el Estado de Israel, ni la máquina de propaganda que es la cultura oficial israelí, ni la máquina de mirar a otro lado que es la comunidad internacional cuando se trata de Israel.
¿Cómo empezó y a quién se le ocurrió?
En 2004, mientras se estaba construyendo el muro de Cisjordania que desobedece la legalidad internacional, un grupo de profesorado universitario y personal académico hizo un llamamiento a sus colegas en todo el mundo para que rompieran relaciones y colaboraciones con las universidades israelíes hasta que estas dejaran de ser cómplices de la ocupación y el apartheid. Un año después, 172 organizaciones de la sociedad civil palestina publican el ‘Llamamiento de la sociedad civil palestina al Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel hasta que cumpla con la ley internacional y los principios universales de los derechos humanos’.
La sociedad internacional organizada, que ya había entendido que Israel no tenía ninguna intención de cumplir con las resoluciones de Naciones Unidas, ni con los mandatos de la Corte Penal Internacional, ni de reconocer más autoridades que las del personaje mitológico que los señaló como “el pueblo elegido”, entendió la oportunidad que suponía esta propuesta. Que cumple, además, con la condición fundamental de cualquier acción que pretenda apoyar a un pueblo sin caer en el colonialismo (que se nos da tan bien en occidente): que es una petición explícita del pueblo oprimido.
¿De verdad sirve para algo?
Pues mira, a Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, le quita el sueño -y no se lo quita bombardear a propósito la única planta de oncología infantil que seguía en pie en Gaza- así que claro que sirve.
Si el boicot es masivo y prolongado, la economía israelí se verá afectada y puede que empiecen a importarles menos las promesas de dios y se preocupen más de quedar bien con sus “clientes” del mercado internacional.
Además, las campañas de boicot han conseguido que empresas transnacionales se hayan ido de Israel, como en los casos de Orange, Veolia o Airbnb que se ha comprometido a no alquilar casas usurpadas a la población palestina (sí, los colonos israelíes echan a la gente palestina de sus casas, las ocupan y luego hacen lo que les da la gana con ellas, como ponerlas en Airbnb).
¿Y a quién hay que boicotear?
La campaña BDS plantea boicotear todos los productos (también culturales) “made in Israel”. Para identificar los productos boicoteables en el consumo directo, lo mejor es fijarse en las etiquetas de los productos; si pone “fabricado en Israel”, boicot. Las empresas registradas en Israel tienen el código de barras 729, así que también es una referencia. Habría que prestar especial atención a las frutas, verduras y pipas, pues Israel es un gran productor y exportador. Hay que fijarse especialmente en los dátiles, pues prácticamente todos los de la variedad “medjoul” son israelíes.
En las páginas y redes de las organizaciones de BDS pueden encontrarse listados detallados, pero algunas empresas destacan por su responsabilidad en la política de apartheid y colonización, como Eden Springs, que vende el agua robada a la población del Golán; Medicamentos Genéricos Teva, que vende a la población de Gaza medicinas para curarse de los bombardeos de su Gobierno; Cosméticos Premier, que roba sus materias primas en la Cisjordania ocupada, o Epilady, que fabrica -además de maquinitas para arrancarte los pelos- sistemas ópticos para el Ejercito israelí.
Además de la producción industrial, Israel es una fábrica de propaganda que utiliza la cultura pop y la “intelectualidad” para tratar de contar su cuento increíble al mundo. Por eso se pide el boicot a la producción intelectual y cultural “made in Israel”. Las universidades israelíes son cómplices intencionales e imprescindibles del régimen israelí a través de la generación de tecnología para la ejecución del genocidio pero también de la construcción de un relato que legitime intelectualmente el plan genocida. La producción cultural ha construido un marco de victimismo, supremacismo e islamofobia, pintado de rosa y arcoíris, en la que te hacen creer que es un país lleno de gente inocente que es -por fin- feliz, y donde no hay bullying, ni LGTBIQfobia, ni machismo, pero sí hay cárceles para menores de 14 años, siempre que sean de Palestina. Si produce cultura y no critica abiertamente el apartheid y el genocidio, boicot.
También se pide el boicot a las empresas transnacionales que apoyan, financian o encubren las violaciones del derecho internacional por parte de Israel, haciendo negocios con su Gobierno o -incluso- operando en los territorios usurpados ilegalmente a la población palestina.
¿Hay alguna propuesta concreta después del 7 de octubre?
Para tener resultados, las campañas de solidaridad internacional tienen que ser sostenidas en el tiempo o masivas, por eso desde el movimiento BDS se propone que, como respuesta a la ofensiva genocida desarrollada por Israel desde el 7 de octubre, el boicot se focalice en tres marcas internacionales: Puma, Hewlett Packard (HP) y Carrefour.
¿Por qué Puma? Porque es el principal patrocinador de la Asociación Israelí de Futbol (IFA) que integra equipos de los asentamientos ilegales de los territorios ocupados al pueblo palestino y porque tienen sucursales en los asentamientos. De momento, el Liverpool ha rechazado firmar un acuerdo con ellos. Así que Puma, fuera.
¿Por qué Hewlett Packard (HP)? Porque vende material informático imprescindible para la política de apartheid, y porque su tecnología está presente en los puestos de control (checkpoints) por los que debe pasar la población palestina cada día para ser humillada, reprimida y agredida en su vida cotidiana. HP, fuera.
¿Por qué Carrefour? Pues porque ha firmado un acuerdo con dos franquicias israelíes que operan en los asentamientos ilegales de los territorios ocupados al pueblo palestino. Y porque le están regalando comida a las tropas israelíes para que coman sus productos Bio después de asesinar a población civil inocente atrapada en el campo de concentración más grande de la historia. Carrefour, fuera. (También les regala comida McDonald´s, pero la franquicia israelí, no la empresa global. No pasa nada por boicotearles un poco, también.)
¿Y en casa? La solidaridad internacional, como todas las luchas dignas, tiene que tener un marco global pero también una mirada local, así que -más cerquita- pues tenemos a Construcciones y Auxiliar de Ferrocarriles (CAF), con sede en Beasain (Gipuzkoa), adjudicataria del proyecto de tren que une la parte occidental de Jerusalén con asentamientos ilegales en territorio palestino, beneficiándose del apartheid y siendo cómplice de un proyecto de colonización declarado ilegal por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Desde el 7 de octubre, han pedido a su plantilla en Israel que teletrabaje. A estos, poco boicot podemos hacer, pero podemos no votar a quienes les adjudiquen contratos.
Lo de votar hay que pensárselo, también, porque hay que señalar sin dudarlo al Ayuntamiento de Madrid, que concedió la Medalla de Honor municipal a Israel el 30 de octubre bajo el mandato del nefasto José Luis Martínez-Almeida del PP; pero en 2017 el estado genocida (ya lo era entonces, caris) recibía la Llave de Oro de la ciudad y se la entregaba la entonces alcaldesa Manuela Carmena. Como para pagar multas está Madrid.
¿Y qué culpa tiene la pobre gente de Israel?
Pues la misma que la “pobre gente de Alemania” entre 1933 y 1945. Pero con internet, redes sociales y todo un planeta saliendo a la calle a gritar que paren el genocidio. Los “colonos” israelíes son gente que inocentemente va a las casas de la población palestina y les dice que se tienen que ir, que la casa es suya, que se lo ha dicho un ser mitológico y luego se ríen cuando su Gobierno bombardea y asesina a la gente que vivía allí cuando ellos llegaron.
Las personas y organizaciones israelíes que están en contra del genocidio viven bajo presión constante, por parte de su Gobierno y del Ejército, pero también de sus vecinos. Boicotear la cultura producida en Israel es ponerles un espejo que les haga ver las consecuencias de creer que las únicas opresiones, las únicas violencias, son las que te atraviesan a ti. Y que las violencias vividas te dan derecho a todo. Y que tu vida vale más que otras.
¿Pero esto no es antisemitismo?
No, es antisionismo. El BDS no tiene nada contra el pueblo judío, ni pone en cuestión el genocidio que vivieron, ni le pretende quitar el derecho a la verdad, la justicia, la reparación y la garantía de no repetición. Sino lo contrario.
El BDS está en contra del proyecto supremacista y genocida de quienes se consideran “el pueblo elegido” y creen que tienen derecho a expulsar de sus casas y de sus tierras a quienes ya estaban allí, saltándose todas las resoluciones de Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y hasta las Convenciones de Ginebra, que se crearon precisamente tras las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial.
Así que sí, puedes hacer algo desde el sofá: boicot a Israel. Y pedir la inmediata expulsión de Eurovisión de Israel, que les encanta tapar la sangre con purpurina.