La igualada que se cree con derecho a gobernar

Francia Márquez
Mara Viveros Vigoya

“Ojalá atendamos su invitación”, escribe Mara Viveros Vigoya, en la IX conferencia de CLACSO, pensando en la propuesta interseccional, situada, feminista y antirracista con la que Francia Márquez gobernará Colombia. Por primera vez será vicepresidenta una “igualada”, expresión discriminatoria que señala a quien se mueve como si tuviera derechos o privilegios que supuestamente no le corresponden.

Francia Márquez se convirtió en una de las candidatas más votadas, incluso por encima de políticos tradicionales. Fue nombrada como “el fenómeno político colombiano del momento”. La sorpresa que suscitó ese caudal de votación tuvo que ver con el hecho de que era una persona relativamente desconocida en la escena política tradicional, pero fundamentalmente fue causada por su trayectoria biográfica y propuesta política.

Francia Márquez es una mujer afrocolombiana, líder comunitaria del suroccidente de Colombia, madre soltera, hija y nieta de agricultores y mineros. Trabajó en la minería artesanal, la venta de hortalizas y el servicio doméstico antes de graduarse como abogada. Su labor como defensora medioambiental y representante de las víctimas del conflicto armado en el marco del Proceso de paz le ha valido varios premios nacionales e internacionales como el Premio Nacional a la defensa de los derechos humanos en Colombia en 2015 y el Premio Medioambiental Goldman en 2018, por su lucha en defensa del territorio y contra las actividades de minería ilegal en Cauca. Pese a estos reconocimientos, el establecimiento político, un ámbito tradicionalmente dominado por hombres blancos provenientes de las grandes capitales, ha desaprobado su osadía de pretender, en su calidad de mujer negra y de provincia, entrar en su juego político.

Francia Márquez irrumpió en ese escenario pisando fuerte, enraizada en su propia experiencia como víctima del conflicto armado, hablando claro y con el ánimo de disputarles a estos hombres la victoria en este juego, con cartas muy distintas a las que hasta ahora se habían empleado en él.

Su quehacer político se inscribe en la genealogía de las prácticas “amefricanas”.

Francia encarna el personaje de “la igualada”, una expresión colombiana (clasista, racista y sexista) utilizada para designar a una persona que se comporta como si perteneciera a una clase social más alta o que se toma derechos, privilegios o atribuciones que supuestamente no le corresponden. Caracterizarla con esta expresión es significativo. Da cuenta de la irritación que produce en la clase dirigente del país que una persona como ella se imagine y se asuma como alguien con el mismo derecho a gobernar que ha tenido esta clase, cuyo privilegio ha sido muy poco cuestionado.

Francia Márquez se ganó su lugar como fórmula vicepresidencial del Pacto Histórico, liderado por Gustavo Petro, sin hacer concesiones políticas; radicalizando el alcance del proyecto político de esta coalición electoral, haciendo propuestas en torno a valores y orientaciones políticas que no hacían parte del repertorio discusivo de los círculos de poder.

Nombremos tres de ellas: 1) la gobernanza colectiva recogida en la expresión “Soy porque somos”, un principio que enarbola la importancia de pensar y hacer “en juntanza”, como ella dice, a contrapelo de un ejercicio de gobierno centrado en el individuo, la meritocracia competitiva y la diferenciación. 2) La reasignación de la función del Estado y la economía como puntales del logro del ‘vivir sabroso’ ‒una noción proveniente de las comunidades afrodescendientes del Pacifico que promueve una relación más horizontal y orgánica con la naturaleza, el territorio, la comunidad, y las tradiciones propias. 3) La lucha por la dignidad, sintetizada en la frase “hasta que la dignidad se haga costumbre”, una dignidad que busca devolver a las y los “nadies”. “Aquellos que cuestan menos que las balas que los mata”, como dice Eduardo Galeano, y que encarnan esas vidas que no importan, dentro del modelo racial, patriarcal y social dominante.

Las propuestas de Márquez ‒si bien recogen las banderas de su lucha social y los problemas que enfrenta en su territorio la comunidad negra de la que ella proviene‒ han encontrado resonancia en grupos sociales muy diversos, como las mujeres, las personas lgbtiq+, les jóvenes, les artistes, los pueblos indígenas, campesinos, afrodescendientes, raizales y palenqueros. Grupos a cuyas distintas luchas siempre se refiere en sus discursos. Gran parte de su éxito político ha residido en su capacidad de utilizar toda la potencialidad de una apuesta interseccional. Porque ésta le permite moverse y generar conexiones, entre un pensamiento situado y anclado en realidades y demandas muy específicas, y un proyecto que responde a las inquietudes generales que plantea la profunda crisis socioeconómica, ecológica y del modo de existencia que enfrenta el Planeta.

El respaldo popular al proyecto político de Francia Márquez me permite hablar ahora del “giro antirracista” que se vive hoy en América latina.

Propuestas como la de Francia Márquez rompen con una lógica de competencia entre distintas luchas que no beneficia a ninguna y aportan lo que puede proporcionar un marco interseccional: una base política y un enfoque que posibilita superar la lógica de las “trincheras separadas” y enfrentar la desigualdad, sin fragmentarla.

El respaldo popular al proyecto político de Francia Márquez me permite hablar ahora del “giro antirracista” que se vive hoy en América latina, un momento en que el racismo empieza a ser percibido como una problemática relevante para la región. Esta reorientación, documentada por el proyecto LAPORA, surge a raíz de las deficiencias políticas del proyecto estatal del multiculturalismo, de su negligencia frente al racismo y de la exacerbación de las desigualdades sociales y la violencia ligadas al proyecto económico neoliberal.

Como ha sido reconocido por distintxs autores, el multiculturalismo no significó una transformación radical de la ideología del mestizaje. En él pervivió esa poderosa narrativa de la construcción nacional, que describió a las sociedades latinoamericanas como fundamentalmente mestizas y por lo tanto esencialmente antagónicas al racismo que podía caracterizar a otras sociedades o momentos históricos. La continuidad de esta narrativa propició cierta connivencia entre una ideología multiculturalista y un ordenamiento social racista que ha obstaculizado el reconocimiento social del racismo. Igualmente, ha sometido a quienes señalan su presencia en la sociedad a una deslegitimación académica, política y moral. Utilizar categorías o términos raciales en el discurso político ubica a quien lo hace como signatario de la existencia de las razas biológicas o como persona racista y resentida.

Al igual que muchxs investigadores, con quienes he trabajado desde hace más de diez años en distintos proyectos sobre raza, etnicidad y antirracismo, considero que usar categorías y conceptos raciales es importante en términos analíticos y útil en términos políticos.

Al mismo tiempo soy consciente de la necesidad de hacer un uso situado de estos conceptos, dando cuenta de las variaciones locales que han tenido en cada país y momento histórico. No sobra recordarlo, en América Latina el racismo no se percibe de la misma manera que en los Estados Unidos, el referente más cercano y contrastante con nuestro modo de percibir la raza. En América Latina el racismo no se ejerce en función de fronteras fijas entre grupos raciales ni de marcas ancestrales detectadas por el sistema institucional de la “gota de sangre”. Se practica en relación con la apariencia, la fisonomía, los gestos, la manera de hablar y el acento del individuo. Además, está profundamente ligado al clasismo ya que como tendencia general las personas y familias con mayores capitales (social, cultural, escolar, económico, simbólico, etc.) son de tez más ‘clara’ e inversamente, las de menores capitales son de tez más oscura’.

Las jerarquías raciales operan de distintas formas en cada país latinoamericano. En el caso colombiano, las relaciones de raza y región se superponen muy fuertemente y además cada región produce una forma propia de crear alteridades. Por eso, al mencionar las especificidades de las culturas regionales —la costeña, la paisa, la santandereana— se está haciendo alusión a categorías, nociones y jerarquías raciales sin nombrarlas.

Su propuestas rompen una lógica de competencia entre distintas luchas que no beneficia a ninguna y aportan la potencia del marco interseccional.

Por otra parte, aunque desde el año 2011 se aprobó una ley contra el racismo y la discriminación, Colombia, como los demás países latinoamericanos, se ha focalizado en la lucha contra la discriminación racial y en el racismo interpersonal sin enfrentar las desigualdades raciales estructurales e históricamente acumuladas. Si conectamos esta reflexión sobre los modos en que opera la raza en Colombia con los elementos que están en juego en la actual disputa electoral colombiana, se hace evidente la imbricación entre blanquidad, masculinidad y modernidad que caracteriza el proyecto político de las élites colombianas. Estas tres categorías convierten a la clase media urbana, masculina y mestiza (en su acepción blanqueada) en el único grupo social que puede hacer, con legitimidad, una propuesta política genuinamente democrática, capaz de superar los lastres asociados a una composición étnica y social heterogénea y a la masculinidad disfuncional que le corresponde.

La participación de Francia Márquez en la escena política electoral colombiana ha sacado a la luz un racismo y un clasismo sistémicos en Colombia, manifiestos en burlas, frases despectivas y amenazas. Muchas de estas expresiones provienen de las clases políticas tradicionales, de figuras públicas e incluso de ciertos académicos que, como en otros países, niegan la existencia del racismo. Su aproximación al racismo, desde el privilegio, les impide percibir que estas jerarquías pigmentocráticas son continuamente reproducidas y naturalizadas a través de la familia, la escuela, las instituciones políticas, el sistema de salud, las políticas públicas, los medios de comunicación y las redes sociales, entre otros.

Francia Márquez ha marcado un nuevo derrotero para el debate político cambiando la idea de que las decisiones nacionales deben provenir de quienes las piensan desde la capital del país, y de que los asuntos regionales son problemas periféricos, y no centrales a la política nacional.

Hasta ahora, el discurso político sobre lo que se denomina como “las regiones” en Colombia (es decir, las zonas racializadas negativamente) provenía de hombres blancos que hablaban de lo que sucedía en ellas de modo paternalista, condescendiente y racista. Este sesgo se asentaba en la convicción de poder hablar mejor que las propias comunidades sobre sus propios problemas, con base en sus mayores competencias académicas y técnicas.

Por el contrario, Francia Márquez ha resignificado a las comunidades racializadas, haciéndolas protagonistas de sus conocimientos y saberes, forjados en la experiencia vivida. De este modo, les ha otorgado lo que la epistemología elaborada por el feminismo negro nombra como el "privilegio epistémico". Es decir, el potencial que tienen los grupos dominados de tener un entendimiento del mundo menos distorsionado que el que tienen de él los grupos dominantes.

Francia Márquez no solo rompe con la manera convencional de interpretar lo político, es decir las relaciones de poder, autoridad y legitimidad, sino con el modo de hacer política. Su quehacer político se inscribe en la genealogía de las prácticas “amefricanas”, para nombrarlas con el vocabulario que nos legó el pensamiento de Lelia Gonzalez. Estas prácticas tienen la capacidad de volver audible la presencia efectiva, pero encubierta y silenciada, de esas y esos nadies, negados como sujetos con agencia política.

Francia Márquez ha transformado la política colombiana habitando y enarbolando, con orgullo y placer, las banderas de la amefricanidad, con sus epistemologías, historias, estéticas y formas de sociabilidad propias. Ha desarrollado un proceso pedagógico que ha puesto en evidencia la neurosis social que produce la constante negación de la ancestralidad amerindia y amefricana de la historia, cultura y subjetividad colombianas, y más ampliamente latinoamericanas.

Su propuesta ha buscado reparar y sanar esas distorsiones trayendo al presente memorias y prácticas sociales y culturales que se resisten a ser borradas. Y nos ha invitado a percibir esa “explosión creadora de este algo desconocido que representa vincularnos con nuestra amefricanidad, como un posible futuro emancipador. Ojalá atendamos su invitación.

Discurso de Mara Viveros Vigoya en el marco del Diálogo Magistral "Negritudes, afrolatinidades, racismos y resistencias" (junto a Rita Segato y Rosa Campoalegre) el 9 de junio en la 9ª Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales “Tramas de las desigualdades en América Latina y el Caribe – Saberes, luchas y transformaciones”, organizado por CLACSO en las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)

Fuente
https://www.revistaanfibia.com
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