¿Para cuándo una huelga general de verdad?

Huelga
Aitor Balbás Ruiz

Para impugnar, con seriedad, las políticas de las élites neoliberales son necesarias tres circunstancias: izquierdas institucionales dispuestas a desobedecer, agendas políticas, sindicales y sociales continentales, y un contrapoder fuerte y no mediado por el teatro de la política. Sin la interacción de esos tres planos, la derrota está garantizada.

Las decisiones económicas importantes que afectan a cualquier región de nuestro continente no se toman en Pamplona. Ni en Vitoria ni en Madrid. Las decide la Troika, preferentemente a través del Banco Central Europeo. En los últimos años sólo un gobierno europeo ha osado desafiar las medidas de ajuste estructural. Fue en 2015 en Grecia, y la izquierda institucional helena que, en clave de país, se atrevió a echar aquel pulso acabó claudicando, a pesar del apoyo social mayoritario que había obtenido a través de un referéndum.

Para impugnar, con seriedad, las políticas de las élites neoliberales europeas son necesarias tres condiciones. En primer lugar, que haya izquierdas institucionales dispuestas a desobedecer. En segunda instancia, que haya organizaciones y agendas políticas, sindicales y sociales continentales cuyos fantasmas vuelvan a recorrer Europa. Y, por último, que exista un contrapoder fuerte y no mediado por el teatro de la política. Sin la interacción de esos tres planos, la derrota está garantizada. Y el fascismo sigue avanzando.

Respecto a lo primero, la desobediencia institucional brilló por su ausencia cuando Geroa Bai y EH Bildu capitanearon las dos principales instituciones navarras entre 2015 y 2019. La posibilidad de desafiar la regla de gasto nunca estuvo encima de la mesa, ni siquiera en la forma poco arriesgada de la declaración política o del gesto simbólico. A día de hoy, la socialdemocracia consiste justo en eso: asumir las políticas neoliberales emitidas desde Bruselas y participar de la representación sin impugnar el modelo. En el caso del consistorio pamplonés, el alcalde de EH Bildu llegó, incluso, a celebrar la elevada calificación que le otorgaban las agencias de rating a la máxima institución municipal navarra, esas mismas que poco antes habían alfombrado el camino para destrozar la economía griega.

La mayoría de los agentes que han convocado la reciente huelga general en Navarra, con LAB a la cabeza, se plegaron a la agenda de esa izquierda institucional que había descartado desobedecer a la Troika.

Durante dicha legislatura, la mayoría de los agentes que han convocado la reciente huelga general en Navarra, con LAB a la cabeza, se plegaron a la agenda de esa izquierda institucional que había descartado desobedecer a la Troika. Hubo excepciones puntuales por parte de ELA y de algunos colectivos sociales, pero la estrategia general fue la de replegarse para dar tiempo a que la labor de los compañeros y compañeras del frente institucional diera sus frutos. Se disciplinaron las correas de transmisión y se arrinconaron las voces críticas. Se demandó la paciencia que, tras el fiasco electoral de 2019, esos mismos organismos han convertido en prisa.

Respecto a la dimensión internacional e internacionalista, cada movilización que deja de incorporar el marco continental, es un clavo en el ataúd para los escenarios emancipadores. Más aún cuando vemos que el fascismo cabalga desatado por distintas provincias europeas alimentando proyectos soberanistas racistas y xenófobos. Por su parte, la (re)constitución de nuevas institucionalidades de contrapoder autónomo se encuentra, en Euskal Herria, en fases embrionarias.

Y en estas, una huelga general en Euskal Herria.

Respecto a Navarra, el seguimiento en los polígonos industriales fue entre pequeño y mínimo; el transporte público urbano, el privado interurbano y los camiones de la logística circularon con normalidad; el comercio estuvo abierto de forma mayoritaria (¡una tercera parte de las tiendas del Casco Viejo de Pamplona con las persianas levantadas!); la administración funcionó sin mayores contratiempos; las PYMEs a pleno rendimiento; y solo tuvo un eco amplio en los centros educativos cuya lengua vehicular es el euskera. Podrá decirse que en el noroeste fue un éxito, pero en esas comarcas sólo vive el 10% de la población de la comunidad foral. Podrá decirse, también, que tuvo un seguimiento desigual en los distintos sectores, pero ese tipo de aproximaciones ambiguas suelen emplearse a modo de cortinas de humo. Porque lo cierto es que no se consiguió detener, ni siquiera parcial o simbólicamente, la cadena de valor capitalista. No se interrumpieron la producción de plusvalía, la venta de fuerza de trabajo, ni la reproducción feminizada de la vida. No consiguió interpelar al grueso de los segmentos precarizados y proletarizados, aunque seguramente cubrió el expediente de otros objetivos políticos. En este sentido, todo apunta a que las elecciones de la CAV han sido determinantes.

La huelga sólo movilizó a quienes previamente compartían la inmensa mayoría del programa, a quienes ya estaban de acuerdo. O sea, a una minoría que es grande, pero que es minoría al fin y al cabo.

Hubo manifestaciones muy concurridas, cierto, pero inferiores a las de la huelga feminista del ocho de marzo del año pasado. Y también fueron menores que las de la huelga unitaria de 2012 con CCOO y UGT. Atendiendo al impacto global de la jornada, es decir, a la suma de las movilizaciones en la calle y de los paros en los centros de trabajo, esta huelga general ha estado por debajo de las convocadas en jornadas diferentes, pero contiguas, de ELA y LAB por un lado, y de CCOO y UGT por otro. Se situaría, eso sí, por encima de las huelgas que la izquierda abertzale impulsaba en solitario en épocas pasadas. Pero sólo por encima de ese tipo de huelgas generales organizadas por motivos exclusivamente políticos y no laborales.

Es cierto que la jornada consolidó la dimensión social de huelgas generales anteriores. Sin embargo, su concepción y desarrollo respondieron a la misma lógica que ha conducido a vías muertas en el pasado. Sólo movilizó a quienes estaban previamente de acuerdo y, tácticamente, a pesar de los relatos triunfalistas, su menor capacidad de convocatoria respecto a la anterior huelga del 8M, supone un paso atrás. No es verdad que se haya acumulado potencia política, al contrario, ha ensanchado más que difuminado las fisuras sociales, sindicales y políticas previas.

Con una apelación muy codificada y rígida, le ha faltado la transversalidad que le sobró a la huelga feminista que se dirigía a todas las mujeres, con independencia de adscripciones identitarias y con un anclaje de clase nítido, poniendo el conflicto de la economía de los cuidados en el centro. Por último, y en lo que se refiere al campo de la ruptura (libertario, autónomo, anticapitalista, comunista), se ha ha subordinado, una vez más, a la agenda del sindicalismo liderado por la aristocracia obrera vasca y basado en la colaboración de clases. Y con ello, ha debilitado sus propias hipótesis y sus marcos de acción sociales, sindicales y políticos.

En todo caso, es sorprendente la falta de autocrítica de los organismos convocantes. Todo recuerda un poco a esa pareja de mus que, yendo de contramano, corta el descarte sin pares ni juego y que, en el desastre posterior del recuento, te explica que llevaba treinta, para a continuación detallar las bondades de su estrategia. Y da un poco igual que le cuentes que es una mala jugada... lo hagas en salacenco, en código morse o con sombras chinas. Llevas muchos años diciéndoselo, pero sabes que volverá a hacerlo. Porque, por encima de todo y más allá del resultado, el problema es que lo único que realmente le divierte es jugar a su juego. Por eso nunca ha sido buena jugando en equipo.

Y otro patxaran sin hielo, por favor.

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https://www.elsaltodiario.com
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