Perú: anatomía de la desafección

Juan Velasco Alvarado
Gerardo Rodríguez

El domingo 26 de enero se celebran en Perú elecciones legislativas para configurar un Parlamento de 130 escaños luego que el actual presidente, Marín Vizcarra, lo disolviera el 30 de septiembre de 2019 aplicando el artículo 134 de la Constitución.

La gente acudirá a votar pero no porque crea que la clase política actual, desacreditada por numerosos escándalos de corrupción, merezca una nueva oportunidad, sino porque el voto es obligatorio y no ejercerlo conlleva una multa.

La corrupción, aunque muchos lo ponen en duda, es un factor abrasivo capaz de disolver un partido o el propio entramado político de un país, cuando la ciudadanía mayoritariamente deja de interesarse por la vida pública y se repliega en la personal y privada.

Las encuestas y los sondeos de opinión indican que la democracia tiene poco apoyo popular, ya que los peruanos piensan que se estás en la vida pública más para medrar que para servir. Y a las pruebas se remiten, nada menos que 5 de los últimos 6 presidentes de la República están inmersos en procesos por corrupción y alguno por crímenes de lesa humanidad, como Fujimori. Así, el propio Albero Fujimori y Alejandro Toledo están en la cárcel, Ollanta Humala paso cerca de un año preso y está a la espera de juicios, Pedro Pablo Kuczynsky en arresto domiciliario y Alan García se suicidó en el mismo momento en que la policía se personaba en su domicilio para llevárselo detenido. Si estamos hablando de la cúspide del Estado, ya se imaginarán ustedes que los eslabones intermedios como congresistas, asesores, alcaldes e incluso algunas de las esposas de los expresidentes como Eliane Karp o Nadine Heredia, también tienen evidentes pruebas inculpatorias relacionadas con la corrupción por coimas sobre obra pública.

El resultado es la desafección política de buena parte de la población que observa estupefacta cómo aquellos que venían a salvar al pueblo con todo tipo de recetas, hoy intentan salvarse a sí mismos con la receta de siempre: ellos no sabían nada.

Recientemente estrenaron en Lima un documental, incluso en los cines más comerciales de la ciudad, cines situados en centros comerciales y enfocados a elementales películas de acción o de Disney las más de las veces, como los nuestros por cierto. Contemplaba admirado cómo se llenaba el cine con un largometraje documental y como, al final, la gente terminaba aplaudiendo tanto la factura como lo que se cuenta en él.

“La revolución y la tierra”, de Gonzalo Benavente, hace un somero recorrido por la historia del país hasta detenerse en la época de Juan Velasco Alvarado (1968-1975). No es de extrañar que la figura de Velasco, tan vilipendiada por la historia oficial posterior, se agigante hoy ante buena parte de la ciudadanía como ejemplo de gobernante honesto y rectamente intencionado que, con sus errores, impulsó una revolución nacional que transformó, en algunos casos para siempre, el Perú. Velasco llevó a cabo reformas de tal magnitud que bien pueden considerarse revolucionarias, fundamentalmente el cambio en los referentes culturales y en la detentación de la propiedad de la tierra, en un país eminentemente rural como el Perú de entonces.

Conocido fundamentalmente por implementar una Reforma Agraria que distribuyó la tierra de las grandes haciendas entre los campesinos que la trabajaban, torció para siempre el poder de la oligarquía terrateniente peruana y abrió puertas legales para que los campesinos, que vivían en un régimen de servidumbre, pudieran hacerse cargo de su vida y de su destino, y también de su trabajo a través de la formación de cooperativas para las que, tal vez, no estaban suficientemente formados. Quizás su mayor error. Existían las condiciones objetivas para la Reforma Agraria pero no las subjetivas. Al mismo tiempo llevó a la práctica otras medidas de gran calado: nacionalizó la banca, la minería en un país de exportaciones extractivas, la industria pesquera, tan importante en la economía peruana.

Pero Velasco no se quedó solo en el terreno económico, también su revolución supuso un salto educativo y cultural considerable al incluir el quechua como lengua oficial del país con el mismo rango del español, procediendo a sacar de las catacumbas las culturas ancestrales de la mayoría de los ciudadanos, iniciando a restitución de los derechos de los pueblos originarios e iniciando el largo camino que la ciudadanía tendría que recorrer hasta cicatrizar las brechas de un pasado de siglos.

Ese salto en la autoestima que revolucionó luego, por tortuosos caminos a la música y las artes, la gastronomía y la artesanía, hasta configurar la radiografía del Perú de hoy, tiene su origen en el gobierno revolucionario de Juan Velasco Alvarado al que un buen día de 1975, debilitado por las conspiraciones y devastado por la enfermedad, un Golpe de Estado devolvió a su casa de Chaclacayo.

Cinco años después del Golpe, la violencia política se desencadenó sobre  el país con la aparición de Sendero Luminoso, su guerra sin cuartel, y la respuesta del Estado. Al menos 70.000 personas perdieron la vida en actos de crueldad extrema, tanto por parte de la guerrilla maoísta como por los aparatos represivos del Estado peruano.

Frente al mar de Lima se alza el LUM (Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social), un museo que pretende testimoniar gráficamente la violencia política entre los años 1980 y 2000. El terrorismo de Sendero Luminoso y la igualmente terrorífica respuesta de la policía y el ejército regular ensangrentaron durante dos décadas el país. Una de las primeras acciones de Sendero, expuesta en las fotos del museo, fue la voladura la tumba de Velasco Alvarado. Tiene su lógica, sin su reforma Agraria, los campesinos habrían reforzado en masa las huestes de Sendero.

Así, Velasco desde la tumba sumaba un nuevo adversario más a la lista que forjó en vida: oligarquía, grandes corporaciones internacionales, medios de comunicación, la iglesia, la derecha de Acción Popular, la inclasificable izquierda del APRA, la CIA…y Sendero.

Con enemigos de tal tronío y tan distantes ideológicamente, con el panorama político-carcelario actual, la figura del general se agiganta.

Hoy Perú se debate entre la nada y la nada, entre la indiferencia y la inercia. El estigma que supone el rostro que exhibió Sendero Luminoso, la deriva del APRA desde sus años de gobierno, la trivialización de la política con la aparición en las listas para el Congreso de conocidas caras de la farándula televisiva o artística, sin más bagaje que una cara conocida, son algunos de los factores, aparte de la corrupción, que explican el desinterés ciudadano.

En todos estos años de gobiernos de izquierdas en América Latina, no apareció ninguna fuerza equiparable al Partido de los Trabajadores en Brasil, al Frente Amplio uruguayo, al Movimiento al Socialismo boliviano, al último peronismo argentino o a la Alianza País en Ecuador en la época de Correa. No hay un partido de izquierdas aglutinante que suponga una alternativa al neoliberalismo y provoque una corriente de simpatía e  ilusione al país.

Ese hueco apenas lo cubre hoy la nostalgia de un tiempo ido, como prueba “La Revolución y la Tierra”, desde entonces no hay asidero político posible. Son sus gentes hospitalarias, sufridas y trabajadoras, sus escritores, sus artistas, sus músicos, su rica gastronomía y su amplia y hermosa naturaleza, lo que seduce de Perú, no es poco pero falta la política de alturas.

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https://www.elpaiscanario.com
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