41 años buscando a Naparra

Eneko Etxeberría Elvira Megías
Ter García

Eneko Etxeberria sigue buscando los restos de su hermano, José Miguel Etxeberria, 'Naparra'. Lleva tres años y medio esperando que las autoridades francesas autoricen una segunda excavación en Mont-de-Marsan, donde un antiguo miembro del Cesid afirmó que enterraron el cadáver del militante de los Comandos Autónomos Anticapitalistas. El documental 'Historia de un volante' retrata su búsqueda.

Eneko Etxeberria sigue mirando hacia Mont-de-Marsan, una localidad de apenas 30.000 habitantes en el departamento francés de Landas, a unos 200 kilómetros de Pamplona. Aún mantiene la esperanza de que los restos de su hermano, José Miguel Etxeberria, yazcan allí. En el caserío familiar permanece, encima de la chimenea, el volante del Simca que conducía su hermano antes de ser víctima de su desaparición forzada.  “Cuando apareció su coche, lo llevamos al desguace y a mi padre se le ocurrió eso, llevárselo, porque era una cosa que había estado en sus manos”, explica a El Salto. Ese volante da título al documental realizado por Iban Toledo e Iñaki Alforja, en cines desde el pasado 19 de noviembre y preseleccionada para el Premio Feroz Arrebato de No Ficción.

La historia de José Miguel Etxeberria, Naparra, es una más de víctimas del terrorismo de Estado, aunque aún no se hayan esclarecido las circunstancias de su muerte. En el aire rondan distintas teorías sobre quién terminó con su vida. Versiones oficialistas que culpan de su muerte a ETA, otras que miran hacia miembros de su propia organización —los Comandos Autónomos Anticapitalistas— y la que más convence a la familia: la guerra sucia que en los años de la transición acabó con la vida de tantas personas aún sin contabilizar,

“Hay quien quiere crear un relato del conflicto en blanco y negro, con buenos y malos, pero a mi me gusta imaginármelo como un puzle”, explica Iñaki Alforja, uno de los autores del documental Historia de un volante. Construir piezas de ese puzle fue lo que le llevó a dedicar cuatro años de trabajo a relatar la historia de Naparra y la búsqueda que desde hace 41 años lleva su familia para poder enterrar sus restos.

Iban Toledo e Iñaki Alforja, realizadores del documental 'Historia de un volante'. Elvira Megías

Naparra no contaba aún 20 años cuando comenzó su militancia política, primero en ETAm, pero pronto dejó la organización para pasar a los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Miembros del grupo terrorista independentista entrevistados en el documental señalan como, desde la propia organización, fue dirigido hacia los comandos, más afines a su ideología. “Sabíamos que podía estar en algo porque, en aquella época, recién muerto Franco, quién no lo estaba”, recuerda su hermano, Eneko Etxeberría. Fue el 3 de diciembre de 1978, dos días antes del referéndum, cuando se dieron cuenta de hasta qué punto la militancia marcaba su vida.

“Era fiesta en Navarra, mi hermano estaba en casa, con fiebre, y recibimos una llamada en casa porque había habido una detención en Alsasua, nos avisó un familiar del detenido. Mi hermano se fue de casa”, cuenta Eneko. Esa misma tarde, llegó a su vivienda un grupo de policías buscando a su hermano para detenerle. “Así supimos claramente que mi hermano estaba militando en un grupo”, continúa Eneko.

Naparra, que contaba entonces 20, había pasado al otro lado de la frontera, a Hendaya, donde entonces se refugiaban decenas de personas que participaban en ETA y en grupos de todo tipo que se ayudaban entre sí para soportar lo mejor posible el estar lejos de sus hogares. Durante dos años, José Miguel hizo vida allí. De vez en cuando su familia iba a visitarle. “Él nos avisaba para hacer las visitas; comíamos juntos, paseábamos… Pasábamos el día”. En esos dos años, a veces no pudieron verle durante varios meses, pero a la familia siempre le llegaba algún tipo de información sobre él que les dejaba tranquilos a través de los familiares de otros refugiados. Hasta el 11 de junio de 1980.

José Miguel Etxeberria salió de su casa en Lapurdi, supuestamente para acudir a una cita en Ziburu. A las 14.30h iba conduciendo su vehículo por la carretera Bayona-San Juan de Luz, y hay quien afirma que, a las 16h estaba en un bar llamado Consolation, en San Juan de la Luz, con otra persona. Nunca más se volvió a saber de él.

Eneko Etxeberría en los cines Golem, en Madrid, una de las salas en las que se puede ver el documental 'Historia de un volante'. Elvira Megías

“Yo entonces tenía 16 años”, explica su hermano. “El abogado de mi hermano nos comunicó que no sabían donde estaba, que sus compañeros no sabían su paradero y, en un principio, pensamos que estaba detenido en el Palacio de Justicia de Bayona”. Casualmente allí estaba retenido un joven, también llamado José Miguel, al que sacaron de su celda para que reconocieran. Le vieron esposado, de espaldas, y le llamaron. Se giró, pero no era Naparra. Fue entonces cuando les saltaron las alarmas. El coche de José Miguel tampoco aparecía.

La familia de Naparra denunció su desaparición el 17 de junio ante el Juzgado de Bayona  y, un día después, se encontró su coche en una ubicación en la que ya antes habían buscado sin encontrar nada. La policía francesa ni siquiera buscó huellas en el vehículo y ordenaron a la familia que lo mandaran al desguace. Antes de hacerlo, se quedaron con el volante. Ese lugar donde fue encontrado el coche de Naparra, lo último que se ha sabido de él, fue el escenario en el que Joseba Zabalza hizo la fotografía en la que aparecen Celestina Álvarez, su madre, y Eneko Etxeberria que aparece como imagen de cartel de Historia de un volante. Había comenzado una búsqueda que hoy, 41 después, continúa.

“Yo tengo ahora 58 años y me he pasado 42 de ellos buscándolo; solo espero que mi hijo no tenga que seguir buscándole”

“Hay que matizar: no desapareció, lo hicieron desaparecer”, subraya Eneko, su hermano. “Yo tengo ahora 58 años y me he pasado 42 de ellos buscándolo; solo espero que mi hijo no tenga que seguir buscándole”, continúa.

Cuatro días después de denunciar la desaparición de Naparra, el 22 de junio de 1980, el diario Deia recibió una llamada telefónica. “Reivindicamos el secuestro de Naparra en Ciboure, Francia. Está en España. Tras los últimos asesinatos de ETA, su suerte está echada. El Batallón Vasco Español es la única solución. Arriba la unidad de España. Batallón Vasco Español, comando Esteban Beldarrain”, afirmaba una voz. Un par de semanas después volvieron a llamar para anunciar el asesinato de Naparra y afirmando que su cuerpo estaba enterrado en la localidad francesa de San Juan de Luz. En siguientes llamadas dijeron que el cadáver había sido desenterrado y trasladado por la policía francesa.

La investigación de la desaparición de Naparra fue asumida por la justicia francesa. El 27 de junio, diez días después de la denuncia, la Fiscalía del país vecino reclamó al Tribunal de Gran Instancia de Bayona que abriera una investigación judicial por un supuesto delito de detención ilegal y secuestro, pero toda la investigación se enfocó a que la desaparición de Naparra respondía a un “ajuste de cuentas” dentro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas y, dos años después, archivaron la causa. “Apenas se hizo nada, fue una investigación bastante superficial, solo con uno de los hilos conductores como si hubiera sido un ajuste de cuentas entre compañeros”, explica Eneko. Eso a pesar de que el Batallón Vasco Español había reivindicado primero el secuestro, diez días antes de la apertura de la investigación, y después su asesinato. Pero esto no fue investigado por la justicia francesa. En 1982 archivaron la investigación.

Y años después, el caso llegó a la Audiencia Nacional. “En 1999, cuando el caso iba a cumplir 20 años, para que no prescribiera, presentamos una querella por detención ilegal y secuestro”, relata Eneko. La querella fue admitida a trámite y se abrieron las diligencias previas 245/1999 por parte del Juzgado Central de Instrucción número 2 de la Audiencia Nacional. La familia de Naparra solicitó varias actuaciones, entre ellas que testificaran Manuel Ballesteros —jefe de Policía en Donosti que después relevó a Roberto Conesa al frente de la Brigada de Información y, más tarde, se puso al frente de la policía antiterrorista—, Carlos Sáenz de Santamaría —designado en 1980 como delegado especial del Gobierno con sede en el País Vasco para la dirección y planeamiento de la lucha antiterrorista— y Antonio González Pacheco, conocido como ‘Billy el Niño’.

Son nombres conocidos en la ‘guerra sucia’ contra ETA. “Nosotros sabíamos que, a no ser que alguien que hubiera estado en las cloacas del Estado, por conciencia o por dinero, aportase alguna información, eso iba a estar ahí en vía muerta”. Pero el juzgado decidió no llamarles a declarar y, en 2004, archivó la investigación argumentando que era una “supuesta desaparición”.  

—¿Por qué se negó Moreno a tomar declaración a Ballesteros, Billy El Niño? —preguntamos a Eneko—.
—Pues eso no lo sabemos, pero incluso cuando ya en el auto de cierre provisional en 2004 el magistrado decía que no había ni indicios de que pudiera haber sido una desaparición y menos por motivos terroristas —responde Eneko.

El magistrado del Juzgado Central de Instrucción número 2 de la Audiencia Nacional era entonces —y sigue siendo— Ismael Moreno. El nombre del magistrado se hizo popular hace pocos años a raíz del caso Titiriteros, de cuya instrucción fue responsable. El magistrado había sido, antes de acceder a la carrera judicial, inspector de policía entre los años 1974 y 1983. Entre los casos que investigó desde la Audiencia Nacional están el de los vuelos de la CIA a Guantánamo en 2014 —que archivó—, el de los ataques a símbolos antifascistas y nacionalistas en Navarra llevados a cabo por Falange y Tradición —que también archivó y el Supremo ordenó reabrir— o contra los mediadores internacionales que participaron en el proceso de disolución de ETA.

El caso Naparra quedó olvidado en los juzgados. Hasta 2015. En ese año, el periodista vasco Iñaki Errazkin tuvo un encuentro con alguien que decía tener información sobre lo que había pasado con Naparra.

El ex agente le escribió un manuscrito en el que se detallaba el paradero de Naparra, una zona boscosa cerca de la localidad francesa de Mont-de-Marsan

“Errazkin estaba en Sao Paulo por otros temas con este hombre haciéndole una entrevista, y le escribió el manuscrito”, explica Eneko. La persona a la que el periodista había entrevistado era Ramón Francisco Arnau de la Nuez, alias ‘Araña’, quien decía ser ex agente del Centro Superior de Información de la Defensa  (CESID) —actual Centro Nacional de Inteligencia (CNI)—. El ex agente le escribió un manuscrito en el que se detallaba el paradero de Naparra, una zona boscosa cerca de la localidad francesa de Mont-de-Marsan. El caso fue reabierto en la Audiencia Nacional y el magistrado Isamel Moreno llamó a declarar tanto al periodista como al forense Paco Etxeberria, que realizó un informe sobre estos datos que resultó en dos posibles localizaciones para el cadáver.

“En 2016 presentamos una solicitud para que se hiciera una rogatoria solicitando a Francia la excavación en esos dos puntos, pero, con sus trabajos previos, la Gendarmería y las autoridades francesas determinaron que se iba a realizar solo en lo que Paco llamó la ‘opción b’”. El 4 de abril de 2017 se realizó la excavación en el lugar, esa ‘opción b’ marcada por Paco Etxeberria. “Se hicieron labores durante un día, mañana y tarde. No apareció nada”, recuerda Eneko.

La familia de Naparra no cejó en su empeño. Había otra opción que no había sido explorada. “De 2017 a 2018 presentamos recursos porque la Fiscalía y el juez de la Audiencia Nacional pensaban cerrar de nuevo el caso, pero conseguimos que la Sala Segunda de lo Penal de la Audiencia Nacional obligase a Moreno a admitir una segunda comisión rogatoria para buscar en el segundo sitio”.

A día de hoy, tres años y medio después, siguen esperando la respuesta de las autoridades francesas. “Antes tardaron siete meses, de octubre a abril que se llevó a cabo la excavación, y ahora llevamos tres años y medio, con la diferencia de que, entre tanto, Celes se murió, esperando”, lamenta Eneko.

“Seguimos esperando para poder hacer la segunda excavación. Aquí lo que hay es poca voluntad política de sacar a la luz casos que sean de violencia de Estado, mira como andan con el tema Zabalza o el de los Sanfermines del 78”, continúa Eneko. “Pero estamos en una época en la que, han pasado 80 años, y ¿cuántos miles de desaparecidos hay de la guerra civil en fosas comunes? Las cuestiones de Estado son cuestiones de Estado, los gobiernos pasan pero los Estados permanecen, y muchas veces son un muro contra el que pegarse. Siento mucha impotencia, pero, llegados a este punto, no vamos a tirar la toalla, no le vamos a dejar este marrón a mi hijo”, concluye Eneko.

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https://www.elsaltodiario.com/
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