Naparra, 40 años de búsqueda

José Miguel Etxeberria, Naparra
Xabier Letona / Josune Gorriti

Se han cumplido cuatro décadas, desde que el 11 de junio de 1980 desapareciera en Euskal Herria Norte José Miguel Etxeberria, 'Naparra'. Desde entonces, la familia ha efectuado miles de intentos para aclarar el asunto, recuperar el cuerpo y —a través del duelo— cerrar un capítulo atroz de sus vidas. Sin embargo, no ha sido posible y la herida duele todavía.

José Miguel Etxeberria Alvarez vivía en Euskal Herria Norte desde diciembre de 1978 como refugiado, al igual que cientos de ciudadanos vascos por aquel entonces. Cuando desapareció, formaba parte de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, si bien anteriormente fue también miembro de ETA. Durante esos años se vivía la Transición del franquismo a la Democracia en la totalidad del Estado y con especial intensidad en Euskal Herria Sur. Con muchos motivos de por medio, la sociedad vasca parecía el crisol de todas las luchas, entre otros ejemplos, por la acción de varios grupos armados y la represión del Estado, a través de grupos parapoliciales.

Etxeberria nació en Iruñea, el 14 de abril de 1958. Su padre era natural de Alegia (Gipuzkoa) y su madre de Iruñea, él era el mediano de tres hermanos, dos chicos y una chica. Estudio en el Colegio de los Jesuítas de Iruñea y comenzó a edad temprana con las cuestiones políticas, como era frecuente entonces. Intervino en los grupos especiales de los polimilis pertenecientes a ETA Político Militar desde donde pasó a ETA Militar- los milis- en primer lugar para incorporarse después a los Comandos Autónomos.

Los Comandos Atónomos surgieron hacia 1976-1977, a la sombra del caldeado ambiente obrero y con los mismos objetivos de las dos ETA: independencia y socialismo. No obstante, su organización, forma de pensar y prácticas eran diferentes: sin aceptar la jerarquía militar, su forma de coordinarse eran los comandos autónomos, tenían como base las asambleas de trabajadores y el eje principal de su actividad era el anticapitalismo. El anarquismo y otros movimientos autónomos de Europa les influyeron en gran medida.

Etxeberria se unió a la lucha armada en esa ebullición revolucionaria de la Transición. Inmerso en ese ambiente, todavía residiendo en Iruñea, hizo una aportación en una publicación de ETAm, con el alias de Bakunin, describió lo que acontecía esos años en el movimiento autónomo de Italia. Como consecuencia, recuerda Kike Zurutuza, miembro de los Comandos Autónomos y refugiado por aquella época en Euskal Herria Norte, que se le acercaron dos conocidos de los milis para comentarle lo siguiente: “Oye, Naparra ha escrito tal y cual y creemos que más que con nosotros, debería estar con vosotros”. Como cuenta Zurutuza, en aquella época, “todavía los refugiados convivían en la calle o en los pisos de Euskal Herria Norte, hasta que las relaciones entre las diferentes organizaciones armadas se avinagraron. Por eso se me acercaron estas dos personas”.

“Tuve mi primera cita con Naparra en agosto de 1978 y, a partir de entonces, se unió a nosotros”. En agosto de 1978 huyó a Iparralde ante las detenciones de varios miembros de los autónomos por parte de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Durante los meses previos a su desaparición llegó incluso a escribir documentos de los autónomos.

El topo Escaleras
En la época en la que Naparra estuvo en Iparralde, los autónomos denunciaron que había un topo entre ellos: el vecino de Rentería, Julio Cabezas Centeno, Escaleras, también conocido como Mikel. Lo denunciaron como topo por varias razones, entre otras, siempre en palabras de los autónomos, porque no argumentó razones claras para refugiarse, varias de las cosas que él dijo no eran verdad y al parecer, lo vieron en la Comisaría de Policías de Donostia charlando de forma amistosa con un policía.

Los autónomos convocaron a Escaleras a una reunión de petición de cuentas en Iparralde, poniéndole en un aprieto. Él no aceptó las acusaciones. En esa reunión debió participar Naparra y parece ser que se enfrentó de forma dura a Escaleras. Por lo que se ha conocido, los autónomos barajaron también matar a Escaleras, pero este les hizo saber que había informado sobre la reunión y que si le ocurría algo, “caerían todos”. Le dejaron abandonar la reunión.

Unos meses después, cuando ya eran públicamente conocidas las acusaciones de topo, metieron a Escaleras en la cárcel de Soria en la que tenían reunidos a los presos de las organizaciones armadas vascas, probablemente, con la intención de saber qué se estaba cociendo entre los presos. Lo apalearon en varias ocasiones. Aparecieron publicadas en el semanal de información general Ere, fundado en 1979, acusaciones contra Escaleras y, por lo visto, el texto lo había escrito Naparra.

A comienzos de la década de los años 90, aparecieron nuevas informaciones complementarias sobre Escaleras. Una persona que había pasado por un proceso de desintoxicación confesó que Escaleras le había mencionado cómo participó en el atentado registrado en el hostal Hendayais de Iparralde, en marzo de 1984, junto al mercenario Jean Pierre Chérid. Toda esta información y también en general la relación de Escaleras con el GAL y las cloacas del Estado, se recoge en el libro Intxaurrondo: la trama verde del periodista Pepe Rei, publicado en 1997.

Teresa Rilo, esposa de Chérid y prima de Escaleras dio a conocer más datos sobre Escaleras en el libro “Chérid, un sicario en las cloacas del Estado”, publicado en 2019. Según cuenta Rilo, después del problema con los autónomos, él recurrió a ella y la mujer lo cobijó en Galicia. En palabras de Rilo, su primó conoció aquí a Chérid, quien trabajaba para las cloacas del Estado y comenzó a trabajar con él en el GAL. Chérid murió en 1984 en Biarritz, al estallarle un explosivo que manipulaba en un vehículo. Según cuenta su viuda, lo mató el mismo GAL para quitar de en medio al mercenario. Escaleras también está muerto.

Confesión del BVE
Ante todos esos datos, entre otros de la trayectoria de Escaleras, hace mucho que se da por bueno que el Batallón Vasco Español (BVE) raptó e hizo desaparecer a Naparra. Si desapareció el 11 de junio, el 22 de junio el grupo parapolicial español reivindicó el secuestro de Naparra a través de una llamada efectuada al periódico Deia. En otra llamada realizada al mismo periódico Deia, el 4 de julio, BVE comunicaba que mataron a Naparra el 30 de junio y que estaba enterrado en el paraje de nombre Txantako, de Donibane Lohitzune (San Juan de Luz).

En el primer momento, se extendieron varias versiones. De acuerdo al documento que publicaron los comandos autónomos el mismo mes de julio, lo mataron los milis: el día que desapareció tenía previsto reunirse con uno de ellos, para tratar de unos asuntos sobre armas. Empujados por el ambiente de disputa que existía entre las organizaciones, lo mataron y lo hicieron desaparecer. Para los Autónomos, no tenía sentido que BVE se enfrentara a Naparra, teniendo en cuenta que en esa época había en Euskal Herria Norte refugiados mucho más conocidos que él. No obstante, este argumento es válido también para la versión de los milis, y estos pensaban también que no tenía sentido que desapareciera un refugiado como él, habiendo tantas personas importantes en Iparralde. Por eso, creían que pudo haber una disputa entre los autónomos y que ellos lo mataron.

En la década de los 80 se registró un ambiente de gran tensión entre los autónomos, ETA y Herri Batasuna, en general con todo el Movimiento de Liberación Nacional Vasca, término que se empleaba para las organizaciones que recogían las ramas más poderosas de la Izquierda Abertzale. La cima de esta tensión fue cuando los autónomos mataron al senador del PSE Enrique Casas o cuando, en 1987, mataron a dos personas en un atendado de kale borroka con un cóctel molotov contra la sede del PSE de Portugalete. En ambos casos, HB secundó las huelgas generales que se convocaron en Hegoalde (Euskal Herria Sur) para rechazar los atentados.

Como consecuencia, la familia de Naparra vivió situaciones duras en varios entornos de la izquierda abertzale. Sin embargo, la familia supo de boca de los dirigentes de ETAm que los milis no tuvieron nada que ver con su desaparición.

La tragedia de la desaparición
Las familias de los desaparecidos no descansan hasta la aparición del cuerpo. Nunca. Sin esa paz, murieron Patxi y Celes, los padres de Naparra. Sigue buscando su hermano Eneko, siempre buscando: ahora el resquicio judicial, después la prensa, lo siguiente, la camiseta del hermano, o el homenaje anual en el caserío de Lizartza; ahora en el Parlamento y después el Foro de las Víctimas, en los trabajos de búsqueda en Mont-de-Marsan o en la sede de Ginebra de la ONU… Documento aquí, documento allí, siempre registrando. 40 años después de su desaparición, si el asunto de Naparra sigue vivo es sobretodo por el empeño de la familia. El duelo, a la expectativa, la verdad, la justicia y el dolor son el acicate y el vértice de este triángulo de búsqueda incesante. No pueden rendirse, tal y como la familia ha recordado en repetidas ocasiones: “Olvidar a José Miguel, supondría hacerlo desaparecer por segunda vez”.

Como señala la ONU, aunque Naparra desapareciese por razones políticas y sea una víctima, la declaración de Ginebra llegó antes de la de Gasteiz e Iruñea. Mientras, Madrid tiene suficiente tarea ocultando los trabajos de sus verdugos en las cloacas. Cuando no hay interés de investigar, pueden pasar fácilmente 40 y también 400 años. Ahí están también todavía sin esclarecer, los casos de los desaparecidos Eduardo Bergaretxe Pertur, Popo Larre y Tomás Hernández. Y sus familias también siempre pendientes, esperando.

La memoria ayuda a mitigar el vació que no llena la investigación, esa herramienta que trae destellos del pasado para satisfacer nuestro presente. Iñaki Alforja e Iban Toledo preparan para el próximo invierno el documental “Historia de un volante”, que deja en el aire si Oier, hijo de Eneko, tomará el testigo y la carga de su padre. Y el libro periodístico del escritor iruindarra Jon Alonso —tras obtener la Beca Tena en 2017— que se prevé publicar en otoño. Alonso, además, fue compañero y amigo de la infancia de Naparra, también compartió clase en el colegio y, durante 10 o 12 años, los juegos en la calle. Luego la vida les llevó por diferentes caminos y, 40 años después, su amigo lo recuerda: “ETA terminó, pero las víctimas se han quedado allí, y yo quería tratar el caso de una víctima que no ha recibido reconocimientos, sacar a la luz el tema, no olvidarlo, recordarlo”. O que no quede “en el pantano del olvido”, como dice el cantante de Lekunberri Gorka Urbizu.

Y en los giros de la memoria, bailan las mismas preguntas: ¿Dónde lo tenéis? ¿Aparecerá? Eneko y su familia viven en esos signos de interrogación, ahora otra vez mirando hacia Mont-de-Marsan, y como en estas cuatro últimas décadas, condenados a la esperanza.

 

CRONOLOGÍA
El 11 de junio de 1980. Desaparece José Miguel Etxeberria. Su coche aparece en Ziburu.

El 22 del mismo mes, el Batallón Vasco Español (BVE) reivindica el rapto y el asesinato, a través de un llamada al periódico Deia.

El 4 de julio, a través de otra llamada, al mismo periódico, el BVE comunica que mató a Napararra el 30 de junio y que está enterrado en el término de Txantako de Donibane Lohitzune (San Juan de Luz).

1982. Francia cierra el caso.

1999. La familia interpone una querella en la Audiencia Nacional de España, antes de la prescripción del asunto. El juez Ismael Moreno la admite.

2004. El mismo juez cierra el caso, con un auto que hirió completamente a la familia, pues con su descripción, incluso ponía en duda la desaparición.

2006. Muere Patxi Alvarez, padre de Naparra, tras 26 años de buscando a su hijo.

2008. La Dirección del Gobierno Vasco para la Atención de las Víctimas de Terrorismo se pone en contacto con la familia para recabar datos sobre José Miguel, pues estaba elaborando un documento sobre víctimas de las fuerzas parapoliciales. Es el primer contacto institucional en 28 años.

2014. El Grupo de Trabajo de Desapariciones Forzosas de la ONU se encarga del asunto, reconociendo a Naparra como víctima.

2015. La familia presenta el asunto en el Parlamento de Navarra, en el contexto de la ley de reparación y reconocimiento de las víctimas de la policía y la extrema derecha.

Diciembre de 2015. El abogado de la familia, Iñigo Iruin, recibe una llamada del periodista Iñaki Errazkin en la que le cuenta que el ex agente del CESID Ramón Francisco Arnau le informó sobre el lugar de enterramiento de Naparra. En Mont-de-Marsan ( Landas-Francia).

Febrero de 2017. El Gobierno de Navarra, el Parlamento de Navarra y la Federación Navarra de Municipios y Concejos rinden un homenaje institucional a las víctimas de la extrema derecha. Allí estuvieron también los familiares de Naparra.

Abril de 2017. La Gendarmería francesa, a petición de la Audiencia Nacional, realiza una búsqueda de cinco horas en Mont-de-Marsan, en uno de los dos puntos indicados por el médico forense Paco Etxeberria. No se halla nada.

Mayo de 2018. Después de que el juez Moreno cerrara el caso, la familia gana el recurso y el juez envía una nueva solicitud a las autoridades de Francia para que vuelvan a investigar en un punto no registrado en 2017. Ahora la familia está pendiente de este paso.

Noviembre de 2018. Muere Celes Alvarez, madre de Naparra, tras dedicar 38 años a buscar a su hijo.

2019. El Gobierno Vasco solicita a la Cátedra de la Unesco Derechos Civiles y Poderes Públicos de la Universidad del País Vasco, UPV, dirigida por Jon Mirena Landa que elabore el documento de la desaparición de Naparra.

Febrero de 2020. Eneko Etxeberria y Jon Mirena Landa, acuden el 12 y el 14 de febrero respectivamente, a la sede del Grupo de Trabajo de Desapariciones Forzosas de la ONU, sita en Ginebra, para exponer las incidencias del caso.

*Escrito para Argia por Xabier Letona. Traducción para Hordago/El Salto por Josune Gorriti

Fuente
https://www.elsaltodiario.com/ https://www.argia.eus/
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