Breve resumen del internacionalismo (V de X)

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Iñaki Gil de San Vicente

Nota: por razones de calendario detenemos aquí la serie, que volverá en octubre de 2021

Para comprender el gran salto hacia adelante en la historia de la solidaridad entre las clases y pueblos explotados que supuso la III Internacional o Internacional Comunista, tenemos que partir de al menos tres hechos consecutivos integrados en un proceso: uno, el hundimiento de la II Internacional en agosto de 1914 al traicionar su estrategia contra la guerra, y la declaración de Lenin de noviembre de ese año de que había que crear la III Internacional, declaración que reflejaba la existencia núcleos internacionalistas que iban desde el centro-izquierda, pacifistas radicales, etc., hasta el bolchevismo, pasando por sectores reducidos de la socialdemocracia alemana, entre los que destacaban Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y otros. Existían por tanto posibilidades para avanzar en una nueva Internacional, pero las condiciones eran extremadamente difíciles. Aun así, en septiembre de 1915 se reunieron casi cuarenta representantes de once países en la llamada Conferencia de Zimmerwald, Suiza.

Dos, el creciente malestar en las masas trabajadoras y los ejércitos desde verano de 1916 porque se estaban hundiendo todas las promesas triunfalistas de sus burguesías realizadas hacía dos años. Empezaban a surgir por tanto las condiciones para avanzar más allá de lo debatido en Zimmerwald. El malestar se agudizó desde febrero de 1917 con la primera fase de la revolución rusa, y definitivamente desde octubre de ese año cuando triunfó la revolución bolchevique. La necesidad de una III Internacional se hizo urgente dada la incapacidad de la Segunda para acabar la guerra precisamente cuando se multiplicaba el malestar popular contra ella, y se endurecía el fanatismo procapitalista de sus partidos, como se vio en Rusia con el comportamiento de los mencheviques en el gobierno desde febrero de 1917.

Y tres, desde enero de 1918 la urgencia de una nueva Internacional aumentaba día a día y no sólo por la situación crítica de Rusia, sino sobre todo por la situación crítica en Europa. Desde mediados de la década de 1870 Marx y Engels pensaban que la revolución empezaría en Oriente, sobre todo en Rusia, antes que en Occidente. Desde 1902 Lenin aceptaba abiertamente esta «profecía» preparando a su partido para ella. Los bolcheviques asumían que la supervivencia de la revolución rusa dependía de la posterior revolución en Occidente. La oleada de luchas europea reiniciada desde primavera de 1918 confirmaba esta tesis, sobre todo cuando el imperialismo invadió la URSS para aplastar la revolución. Había que resistir en Rusia e impulsar la revolución socialista internacional. El prestigio bolchevique venía tanto por su victoria como por su acierto histórico al aplicar creativamente el marxismo “occidental” a las duras condiciones rusas.

Para ello, varios partidos comunistas llamaron a fundar la III Internacional en enero de 1919. En la convocatoria analizaban con un rigor extremo los riesgos mortales de la crisis, el criminal papel de la II Internacional y la urgencia de relanzar la revolución mundial desde y para la perspectiva comunista: toma del poder por el proletariado mediante la insurrección, destrucción del Estado burgués, desarrollar la democracia consejista proletaria, armar al pueblo para asegurar la recuperación a manos del proletariado de las fuerzas productivas, etc. La fundación y primer congreso, tuvo lugar en marzo de ese año con una cualitativa asistencia de fuerzas revolucionarias que lograron romper el férreo bloqueo que sufría la URSS, atacada también internamente: varios delegados murieron en el intento. Fue un Congreso de combate de supervivencia en un marco tal de precariedad de medios, de prioridad de vencer a la contrarrevolución, que la realización de muchas tareas aprobadas fue pospuesta para el II Congreso.

Para verano de 1920, cuando el II Congreso, la burguesía había contraatacado mediante el terror, el soborno y la reforma, a lo bruto o dosificándolos, en los países en los que veía en peligro su dominación. Además, y por lo general, la lucha obrera internacional estaba muy poco organizada y formada teóricamente si la comparamos con la rusa, lo que explicaba en parte la implantación de la socialdemocracia y otros reformismos que se valían del cansancio psicosomático de amplias franjas obreras y populares provocado por la guerra. Establecer una tajante diferencia entre la II y la III internacionales en todas las cuestiones, era imprescindible. El II Congreso estudió las nuevas formas burguesas de explotación, opresión y dominación fundamentales en aquel contexto, y elaboró propuestas tácticas adaptables y mejorables en cada país, dentro de la estrategia comunista general aprobada en el I Congreso y refrendada internacionalmente. Fue un avance gigantesco ante el que el capital sólo podía oponer, en último caso, el fascismo.

El III Congreso celebrado en junio de 1921 también tuvo que responder a nuevos retos, siendo uno muy importante su rápido crecimiento en una coyuntura de relativa estabilización del poder capitalista debido ahora a la recuperación económica de un continente destruido por la guerra, además del efecto de las represiones y del papel de la socialdemocracia, como hemos visto arriba. Las pequeñas mejoras logradas ocultaban tres cosas muy graves: la vida era peor que antes de la guerra, la explotación era más dura, y se habían defraudado las esperanzas creadas en 1917-19. Aunque las decisiones del II Congreso se llevaban a la práctica, aún era mucha la distancia entre la conciencia obrera organizada y la capacidad burguesa y reformista para manipular a las franjas obreras y populares agotadas mentalmente por el sufrimiento de la guerra. También, pero a escala infinitamente más pequeña, se mantuvieron debates en ese tiempo con la corriente que se denominaría comunismo de los consejos, cuyos representantes más conocidos eran Pannekoek, Gorter y otros.

Por esto, el III Congreso debatió líneas de intervención para ampliar la presencia comunista en el movimiento obrero y sindical, en los derechos de la mujer trabajadora, en las movilizaciones de la juventud, en la educación, en las cooperativas, en la vida societaria, etc. A esta línea se le llamó El Frente Único que debía coordinar en las bases populares de las áreas de lucha a las fuerzas revolucionarias de distinta orientación, y a las fuerzas revolucionarias blandas y reformistas duras que, pese a serlo, ayudaban con sus acciones a debilitar a la burguesía, demostrando cómo el frente único de los trabajadores podía avanzar al socialismo. Como es lógico, la II Internacional, consciente de que el frente único debilitaba su dominio sobre la clase proletaria, lo boicoteó todo lo que pudo. La apertura del III Congreso a Oriente, a Asia, fue un gran acierto y a la vez, aumentó la inquietud del imperialismo europeo y de la II Internacional por el avance comunista en esa decisiva región del mundo para los beneficios del capital.

El IV Congreso se celebró a finales de 1922. Mostró la capacidad de la Internacional Comunista para plantar cara al imperialismo en prácticamente todos los problemas del mundo. Aunque uno de los puntos más importantes a debate fue la situación de la lucha de clases en los principales Estados europeos, pero también en EEUU y Japón. En ellos se sentía la amenaza de que la II Internacional rompiera la unidad sindical expulsando a los comunistas de los sindicatos de masas por ella controlados, no por ello se prestó menos atención a otras cuestiones. La escisión sindical era un peligro grave para el movimiento obrero y un regalo para la burguesía, que la Internacional Comunista intentaba evitar a cualquier precio. Pero la unidad sindical, en aquel contexto, iba unida a otras movilizaciones como la lucha en el campo, la situación de la juventud y del sistema educativo, la lucha de la mujer, etc., problemáticas en las que el sindicalismo también estaba presente.

También era importante el debate sobre la situación del capitalismo y el papel que podría jugar el fascismo, un movimiento contrarrevolucionario de masas que, si bien entonces sólo había llegado al poder en Italia en ese año, sí mostraba ya su enorme fuerza criminal en varios Estados y sobre todo en sectores de la alta burguesía mundial. La atención prestada a Oriente, a la lucha anticolonial y a las movilizaciones de las masas negras, etc., indica la perspectiva mundial y a la vez algo que ahora nos parece obvio: la unión entre fascismo y racismo. Adelantándose al momento, el IV Congreso advirtió de que se estaban sentado las bases para otra guerra mundial próxima cuyo primer estallido fue en 1931-37 en Asia, el segundo en 1936 en el Estado español y el definitivo en 1939. En este marco, el IV Congreso denunció la versión burguesa de los derechos humanos entonces dominante.

Si nos fijamos, la periodicidad de los tres primeros congresos fue anual, variando unas semanas, pero siempre en verano de 1919, 1920 y 1921. El IV Congreso se retrasó cuatro meses sobre esta periodicidad –diciembre de 1922– no por razones técnicas o políticas, sino para hacerlo coincidir con el quinto aniversario de la revolución bolchevique, como muestra de que el movimiento comunista internacional estaba recuperándose de las derrotas y altibajos sufridos, también en la URSS sobre todo venciendo en la guerra contrarrevolucionaria, los debates crecientes desde 1920 sobre la burocratización, la sublevación de Kronstadt a comienzo de 1921, el fin del «comunismo de guerra» y la terrible crisis socioeconómica que llevó a los debates sobre la NEP, etc.

La Internacional Comunista daba mucha importancia a que sus congresos fueran anuales porque la lucha de clases mundial, cada vez más aguda y compleja, así lo exigía. Sin embargo, esta sabia planificación se empezó a alargar con el V Congreso, que se celebró en junio-julio de 1924, retraso que no suscitó mayores interrogantes en aquel tiempo, aunque sí anunciaba en silencio una posterior ruptura de la periodicidad clásica sostenida hasta entonces, tan necesaria y efectiva. Para los partidos comunistas, la URSS aparecía cada vez más como una conquista que se agrandaba día a día, sobre todo después del aplastamiento de la revolución alemana de 1923, tan esperanzadora en sus inicios. La derrota cayó como agua helada y creó en la URSS una sensación de cerco mucho mayor que el de 1918-19.

Fue en esta coyuntura en la que el término «bolchevización» tomó fuerza para marzo de 1924, meses antes del V Congreso, denominado desde entonces con ese nombre. En efecto, en aquel clima de cerco contra la URSS y de creciente persecución de los partidos comunistas a pesar de su tendencia al fortalecimiento, la bolchevización era vista como el aprendizaje de las capacidades del partido soviético desechando lo malo. Así expuesto en verano de 1924, cuando las tensiones dentro del PCUS no habían alcanzado el nivel posterior, este proyecto incluso tenía cuestiones buenas como era la insistencia del V Congreso en la política militar de los partidos comunistas, algo que se demostraría vital en los años siguientes. Sin embargo, para primavera de 1925 ya se había impuesto el culto a Lenin muerto en enero de 1924, y la bolchevización empezaba a significar la aceptación sin crítica del dogma que se estaba elaborando a marchas forzadas en todos los sentidos. Más tarde y una vez que Stalin fue elevado en vida a un pedestal más alto que el de Lenin, se abandonó el término «bolchevización» porque teórica, histórica y políticamente hacía aflorar demasiadas verdades muy peligrosas para la burocracia: por citar una, la excomunión de Rosa Luxemburg desde 1924, represión post morten contra quien había sido nombrada con honores en el I Congreso.

El VI Congreso se realizó en verano de 1928, cuatro años después, rompiéndose así la periodicidad escrupulosamente mantenida hasta entonces en situaciones muchos más duras y difíciles que la de 1919-24. El retraso es ya significativo en sí porque muestra la definitiva supeditación del proceso revolucionario mundial a las necesidades rusas. Entre 1924 y 1928 el imperialismo vivía lo mejor de los «felices veinte» apareciendo el primer consumismo de masas con sus terribles efectos alienadores, bienestar falso que estallaría con la crisis de 1929 facilitando el auge del fascismo. Pero también la lucha de clases y de liberación nacional crecía por el mundo. Mientras tanto, la IC retrasaba cuatro años el siguiente congreso.

En Nuestramérica, las izquierdas tenían que vencer múltiples obstáculos para asentarse no sólo por las represiones sino también por el dogmatismo mecanicista de la IC, como se comprobaría con el aislamiento de Mariategui que desarrolló sus tesis en aquellos años. En los EEUU crecía la izquierda obrera. En Gran Bretaña la tremenda huelga de 1926 zarandeó al imperio. En China se gestaba la revolución derrotada en 1927; en la India crecía el malestar por la opresión británica. En Sudáfrica avanzaba la sindicación obrera desde 1924. En el Estado español se instauró una dictadura desde 1923…, y aunque el IV Congreso había indicado que se avecinaba otra guerra mundial, la IC no estimó necesario realizar otro congreso hasta verano de 1928, en el que, por sorpresa, cambió ciento ochenta grados la línea general de intervención a escala mundial, abandonando el frente único e implantando la línea de clase contra clase, consistente en rechazar toda alianza con otras izquierdas y con el reformismo allí donde éste apoyase la lucha.

Bien pronto se empezaron a sentir los efectos negativos de este viraje espectacular porque la crisis de 1929 endureció la brutalidad burguesa y los comunistas se vieron en la disyuntiva de quedarse solos en las luchas debido a la consigna de clase contra clase, que impedía todo pacto o alianza para reforzar el movimiento, o incumplir la consigna de Moscú y aplicar disimuladamente el frente único contra la burguesía, aglutinando fuerzas anticapitalistas. El ascenso del nazismo desde ese 1929 y sobre todo desde 1932-33, por no extendernos al aumento generalizado de las fuerzas reaccionarias en muchos países, mostró lo suicida de la consigna clase contra clase. Aun así, Moscú espero ocho años para convocar el VII Congreso en verano de 1935.

Durante los ocho primeros años de la devastadora segunda Gran Depresión capitalista, la IC no estimó necesario realizar ningún Congreso. Y cuando lo hizo, fue porque las derrotas eran tan aplastantes que no podía seguir como si nada sucediera. Pero la solución no fue sino otro giro de ciento ochenta grados para atarse de pies y manos en la alianza con la supuesta burguesía nacional, democrática y antifascista: era el Frente Popular. Los partidos y organizaciones comunistas educados en la consigna clase contra clase, ven de pronto, tras ocho años, que deben rebajar sus principios aceptando los de una burguesía que se frotaba las manos de contento. El frente populismo ha sido un fracaso siempre, y su nombre ha quedado tan desprestigiado que desde 1973 con su terrible derrota en Chile y la masacre posterior, recibe nombres diferentes con idéntico contenido: frente amplio, acuerdo nacional, defensa de la democracia, revolución ciudadana, etc., tan ambiguos e imprecisos que la burguesía «democrática» los usa cuando le conviene mientras prepara el zarpazo, sea mortal con la ayuda del imperialismo, o autoritario con la ayuda de la socialdemocracia.

El VII Congreso fue el último porque Moscú disolvió la Internacional Comunista en mayo de 1943. Alemania estaba perdiendo la guerra y la URSS quería pactar con los aliados el reparto de la victoria. La IC era un obstáculo porque infundía miedo creciente en el imperialismo, y había que tranquilizarle. En 1947, cuando se hacía más visible un ataque total del imperialismo a la URSS, Moscú creó la Kominform, simple oficina de información controlada por Moscú, que sería a su vez cerrada por Jrushchov en 1956.

En su primera fase, 1919-24, las aportaciones de la IC son impresionantes incluso para luchar contra el capitalismo actual, cuestión que no podemos desarrollar aquí. En su segunda fase, 1924-28, la IC pasa a ser algo así como la «oficina de exteriores» de la URSS, pero a pesar de sus grandes errores en Gran Bretaña, China, Nuestramérica…, de la consigna de clase contra clase, etc., su sola existencia animaba y ayudaba a los pueblos del mundo, asustaba al imperialismo y mostraba de algún modo que podía existir un orden social alternativo al capitalista. En su tercera y última fase, 1935-43, fue un instrumento de la URSS para negociar con facciones burguesas «democráticas» y con el imperialismo. Para entonces diversas izquierdas ya debatían la necesidad de crear organizaciones internacionalistas, una de ellas fue la IV Internacional fundada en 1938, proliferación a analizaremos desde octubre de 2021.

EUSKAL HERRIA 4 de junio de 2021

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