No somos como los chinos

Urkullu Asco
Lander Garro

Era una simple gripe, aunque un poco más violenta y contagiosa. Los chinos eran unos exagerados, y era de esperar, porque son una dictadura, e imponían sobre la población medidas que coartaban los derechos humanos. Nosotros, democracias consolidadas, no podíamos hacer nada así, de modo que nos quedamos mirando las noticias y riéndonos de los asiáticos que, como siempre, estaban metidos en problemas. Cuando preguntábamos, sacaban pecho: nuestra sanidad está preparada. Pues vale.

Y mira tú por donde, de un día para otro, las democracias escrupulosas con los derechos, acabaron “cediendo” e imponiendo medidas muy parecidas a la asiáticas. Ojo, he dicho parecidas, no he dicho iguales. Luego os explico esto.

De modo que ya tenemos confinamiento y prohibición de salir a tomar el aire. En un abrir y cerrar de ojos, todo lo que de bueno tiene la vida nos ha sido negado: pasear, estar con los amigos, estar con nuestros padres y madres, beber una cerveza, ir al cine, al teatro, al monte, a la playa, visitar un librería o una biblioteca... vicios y perversiones del pueblo.

Hemos construido la cárcel más grande imaginable, y nos hemos convertido en nuestros propios carceleros, hasta el punto de insultar y delatar al vecino que, harto de tanto encierro, cede a la tentación y se va a dar un paseo o a echar un pitillo debajo de casa. ¡Criminales!, les decimos, y aplaudimos a la policía que, como no podía ser de otra manera, actúa contra la población con la brutalidad adquirida en los últimos años, a sopapos y empujones, a multas, detenciones y amenazas. ¿Y todo esto por qué? Pues porque no somos como la dictadura china que, mira tú por donde, sin transmitir violencia, estaba pertrechada con medios inimaginables por estos lares: tenía mascarillas, respiradores, camas y medicinas como para exportar.

De hecho, estas democracias occidentales que presumen defender los derechos de los ciudadanos, se han atrevido a algo que no hizo China: a obedecer a los poderes económicos que obligan a las autoridades a continuar con la actividad económica, sabiendo que toda la gente que asiste a sus trabajos va a ser contaminada en mayor o en menor medida. Es decir, se plantea, claramente, que una parte de la población, aquella que no pertenece a lo mundano, como las cervezas o el cine, son gente sacrificable, gente que se puede mandar, literalmente, al matadero. Una política criminal e infame por parte de aquellos que, en comparación con china, decían defender los derechos de las personas.

Todos los gobiernos occidentales han obrado igual. Todos. Porque no son la dictadura del pueblo, son la dictadura del capital, esa misma que obliga a los trabajadores a trabajar mientras elimina de las calles a los paseantes a sopapos y a patadas. El problema es que tarde o temprano acabarán cediendo, porque el número de contagios es escandaloso, y lo harán como los italianos, obligados, tarde y mal. Mientras tanto los muertos son gente que, simplemente, ha tenido “la mala suerte” de contagiarse, cuando nuestros gobernantes saben de sobra que son carne de cañón.

En esto tampoco somos diferentes los vascos, que tenemos a nuestro Bolsonaro, nuestro Johnson o nuestro Macron particular, ese que con cara de cemento aparece en los medios a defender lo indefendible, a quedar como un mísero criminal para la historia. Se llama Urkullu, y no os preocupéis por él: la historia lo juzgará, y el se reirá de todos en un sillón de Endesa o Iberdrola, en una de esas fábricas que él ayudó a seguir funcionando mientras la gente se su pueblo agonizaba en hospitales carentes de todos los medios, sin mascarillas, sin camas y sin respiradores.

Nosotros no somos como los chinos, decían, como si no lo supiéramos. No son como los chinos, son como ratas.

*Copiado del muro de facebook de Lander Garro

Fuente
https://www.facebook.com/
Categoría
Etiquetas