Y después de la pandemia, ¿qué?

Pandemia 1918
Koldo Durreit

Aún nos encontramos en medio de la pandemia, como podría decirse, en el ojo del huracán. La prioridad es sin duda seguir combatiéndola y la experiencia ha mostrado que las medidas de confinamiento y la realización de test masivos entre la población son determinantes. Evitar el colapso de los servicios sanitarios una prioridad y cortar la cadena de contagio mediante la identificación de los contaminados asintomáticos una estrategia que se ha mostrado como la más efectiva.

Y sin embargo, el hecho de aún no tener ni de lejos resuelto el problema que el mundo enfrenta no está siendo obstáculo para que algunos ya empiecen a mirar al día después, al cómo el mundo que conocemos hará frente en un futuro cercano a una situación insólita tanto en lo social como en lo económico y  lo político y cómo las sociedades se deberán reorganizar en vista a la devastadora experiencia que esta pandemia supone para todos los países y comunidades. Pero el tan escuchado en estos tiempos “nada será igual” es necesario que sea matizado, pues depende mucho de los intereses y perspectivas que cada quien defienda para determinar dónde cambiará o se incidirá para que se produzca ese cambio. No es lo mismo un pretendido cambio visto desde los intereses de la patronal, del neoliberalismo a ultranza,  los bancos e instituciones financieras, los propios Estados o los defensores de las privatizaciones,  que ver el cambio que se avizora desde la perspectiva de los pueblos, de las trabajadoras, de las mujeres y los niños, de los eternos marginados o desde los países del mal llamado Tercer Mundo. 

El politólogo Bertrand Badie, profesor en Sciences Po Paris y en el Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales (CERI), avisa que “no hay que tener una visión exclusivamente pesimista sobre los efectos de esta crisis. Creo que todo dependerá de la manera en que el miedo actual evolucione y de cómo ese miedo sea gestionado políticamente. Si el miedo desaparece rápidamente, se corre el riesgo de que volvamos a comenzar con el viejo sistema. Si el miedo perdura, tal vez esto nos conduzca hacia las transformaciones que necesitamos. Sin embargo, desde ahora, se plantea el gran problema de la gestión política del miedo. ¿Quién se hará cargo?”. Es precisamente la incógnita de quien ha de gestionar el “después” y en base a qué principios y objetivos que el mundo tomará uno u otro rumbo.

Hay quienes ven ese futuro de la manera más sombría, determinado por un crecimiento imparable de la extrema derecha que llegaría incluso a los gobiernos de varios países y determinaría las políticas por un reforzamiento del Estado Nación, acarreando un brutal ataque a los derechos y libertades de la ciudadanía  y de las naciones sin Estado en base a un discurso securitario y uniformizador, con características racistas y xenofóbicas, una vuelta a las fronteras cerradas a cal y canto sobre todo a la inmigración  que llega del sur y  unas políticas económicas que no se diferenciarían casi nada de las de sus padrinos neoliberales, sostenidas en la privatización de los servicios una vez que el Estado, lo público, los haya de nuevo recuperado de la situación de shock que seguramente acarreará la pandemia y un nepotismo descarado en la redistribución de la riqueza que seguiría siendo a todas luces desigual y especulativa. 

Una salida a la situación post pandemia dirigida desde el neo liberalismo no sería muy diferente a la de la extrema derecha, sus objetivos son al fin y al cabo comunes. Incluso el neo liberalismo podría valerse de la extrema derecha para la implantación de sociedades con los derechos civiles bajo mínimos, restringidos en base a un discurso exacerbado de necesidad de seguridad y de restricciones a derechos adquiridos, bajo la premisa de la necesidad de la recuperación económica y de la estabilización. Hoy muchos de los dirigentes más neo liberales, caso de Alemania, Francia e, incluso, EEUU están planteando o llevando a efecto nacionalizaciones de empresas anteriormente privatizadas por ellos mismos. Pero no podemos llevarnos a engaño, estas nacionalizaciones no se deben a que sus dogmas neoliberales hayan sido apartados, sino en el recurso eterno a socializar las pérdidas y  después privatizar las ganancias que los ha inspirado desde siempre. Hoy recurren de nuevo al Estado, a lo público, para correr en auxilio de sus socios y promotores de las grandes compañías amenazadas en sus plusvalías (que no en su pervivencia), pero tarde o temprano  regresarán a su lógica, que no es otra sino la privatización de la vida misma, tal y como lo vemos ahora con los sectores de la sanidad y del resguardo de los adultos mayores. No en vano, los males que aquejan a los servicios de sanidad son obra de los neo liberales, y aunque ningún fracaso tenga quien lo reivindique nunca, nadie mejor que ellos ha sabido llevarnos a esta situación límite que se muestra más dolorosa aún pues se perpetró enmascarada en un discurso que colocaba a lo privado muy por encima de lo público en cuanto a efectividad y resultados y ahora se demuestra completamente falso.

El keynesianismo mostraría otra cara, la amable que la socialdemocracia ha intentado siempre tener pero que tantas veces ha quedado desfigurada en la práctica y que casi siempre  es tan difícil de diferenciar del liberalismo económico más irracional. Aun así, la socialdemocracia es consciente que si el Estado y lo que con él conlleva, es decir lo público, se sacrifica en su totalidad como mecanismo desde el que redistribuir una parte, sea grande o pequeña, de la riqueza a la parte más desposeída de la población, si se le deja sin servicios mínimos, la sociedad que de ahí va a surgir será siempre altamente explosiva, pudiendo convertirse en un verdadero dolor de cabeza para cualquier dirigente. No por humanismo, pues se ha demostrado hasta la saciedad que los socialdemócratas pueden ser tan represivos e intolerantes como los “conservadores”, sino por simple utilidad política, económica y social, el keynesianismo intentaría que las grandes masas siguieran contando con los recursos y los servicios básicos mínimos para poder subsistir (seguir consumiendo), primero para lograr la asimilación e identificación de la población con un sistema que pareciera que nos beneficia a todos aunque el verdadero objetivo sea seguir manteniendo la desigualdad, ahora de manera suave y enmascarada. Y lo harían con un discurso engañoso, colocando el interés de las mayorías más vulnerables como paralelo al interés de los pudientes, con el surgimiento de un interés general que nos interpelara a todos, haciendo abstracción una y otra vez que esos intereses son demasiadas veces antagónicos, irresolubles en una sociedad donde el poder, en cualquiera de sus vertientes, seguiría en las mismas manos de siempre, amortizado y resguardado en torno a instituciones que sirvieran a su apuntalamiento. 

En el Estado español la socialdemocracia está hoy haciendo una importante apuesta en este sentido. La coalición PSOE-Podemos está gestionando la crisis de la pandemia a duras penas y se enfrenta a la realidad de un sistema que les guste o no, ellos mismos han contribuido a crear. Todas las carencias del sistema público de salud pueden ser achacadas a los recortes de los gobiernos del PP. Pero para que se hayan producido se necesitó el concurso de una u otra manera de los entonces partidos de oposición, quienes no supieron o no quisieron hacer frente a lo que se hacía, y no se apoyó lo suficiente a las mareas blancas que denunciaban la situación. Por lo tanto, al menos una de las partes de la socialdemocracia que gobierna en Madrid es corresponsable de este desmantelamiento y aunque ahora se eche las manos a la cabeza y jure y perjure que se debe reforzar, la práctica nos dirá con el tiempo si su convencimiento es sincero o un mero argumento político más en estas horas de tragedia.

El keynesianismo español interpela en estos momentos a la sociedad y ante la gravedad de la situación recupera del pasado procesos que muchos pueblos como el nuestro recuerdan como altamente negativos tanto en lo económico como apuntaladores de una reforma que necesitaba desmarcarse del franquismo sin salir de él realmente. Nos referimos a los Pactos de la Moncloa que tan en boca de los gobernantes están en los últimos días. Pero todavía recordamos que esos pactos supusieron en la práctica la domesticación del sindicalismo de clase en aras de pacificar a la clase obrera, tan combativa en esos momentos, en aras de garantizar a la patronal la tranquilidad necesaria para producir  su plusvalía y orientar su actividad a lo ordenado por el capitalismo europeo en momentos de la integración del Estado en la Unión Europea. En cuanto a lo nacional, para Euskal Herria esos pactos solo supusieron más complicidades nativas para el diseño de políticas represivas contra la disidencia y el aumento de la persecución contra la izquierda abertzale. 

No en vano, el gobierno PSOE-Podemos ha demostrado en la aplicación del Estado de Alarma su fácil recurso a la centralización administrativa, sustrayendo al Gobierno vasco desde un primer momento la dirección de Osakidetza y la Ertzaintza, naves bandera del PNV en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV). Y lo mismo se puede decir del creciente lenguaje y práctica militaristas que este gobierno viene aplicado, donde se inunda con gran despliegue publicitario las calles y pueblos de Euskal Herria de militares en realización de tareas que nuestros profesionales y voluntarios de Protección Civil realizan desde siempre con la humildad del anonimato y en peores condiciones materiales. Quieren hacer ver la necesidad de un ejército que es extraño a nuestro país, cuestionado por nuestra ciudadanía y agresivo en sus métodos y formas con el sentir de los ciudadanos vascos y vascas. Pero éste blanqueo no es creíble aquí  y solo consiguen que se exterioricen cada vez con mayor fuerza los sentimientos del rechazo que generan. 

Unos nuevos Pactos de la Moncloa que por simple lógica política reunirían de nuevo a la socialdemocracia española con la derecha (incluida y de muy buena gana la derecha del Partido Nacionalista Vasco), que es en definitiva a quien se está emplazando para el “día después”, donde la monarquía se reivindicará de nuevo como propiciadora y garante a pesar del creciente rechazo que tiene entre la población de todo el Estado por sus escándalos de corrupción recurrentes y su inutilidad manifiesta como institución válida para momentos de emergencia. Y por simple lógica, el independentismo en todas sus variantes quedaría excluido. Primero por propia decisión, pues nadie que sea independentista  puede prestarse a una maniobra semejante que solo busca perpetuar un sistema en decadencia e inválido para las aspiraciones de los pueblos sin Estado, de ninguneo a las necesidades de las clases trabajadoras y a sus derechos,  que además nos retrotraiga a pactos para el único beneficio de los poderosos de siempre y para apuntalar instituciones, como la monarquía, que solo han demostrado estar siempre contra los derechos de los pueblos. Pero también la social democracia quiere conseguir con esos pactos darle un vuelco a su situación de minoría parlamentaria para seguir gobernando de la mano de la derecha, así sea asumiendo una buena parte de su programa. Queda ver en este proceso el más que seguro conflicto interno que ha de surgir dentro del ejecutivo por su misma composición actual.

El “día después” en Euskal Herria ya nos lo muestra cada día el PNV mucho antes que llegue incluso.  Desde antes que se desatara lo más duro de la pandemia el partido jeltzale hizo su apuesta por la “salvación” económica por encima de la salud de la ciudadanía. Y tuvo su precedente con el caso Zaldibar, donde quedó al descubierto su nula apuesta por las condiciones de vida y de salud de miles y miles de vascos y vascas hasta el punto de perder la humanidad con la tragedia de los dos trabajadores desaparecidos aún y todas las pegas y el desinterés mostrado. 

Una apuesta por salvar lo económico antes que lo humano que se ha demostrado en su papel de vocero de una patronal ligada muy estrechamente a los intereses de sus miembros más destacados. Un sector económico que se ha convertido en altamente parasitario y corporativista de las instituciones vascas que gobierna el PNV (y el concurso del PSE, dato a no olvidar), transformado en una suerte de corruptas puertas giratorias donde reciclar dirigentes y lacayos serviles para que sigan disfrutando de posiciones privilegiadas.

Un PNV arrogante y prepotente con “los de casa” pero sumiso hasta la nausea cuando las órdenes llegan de Madrid y se demuestra en su nula capacidad de resistencia ante la aplicación de un articulo 155 encubierto que le arrebata de un plumazo dos de sus naves bandera como son Osakidetza y la Ertzaintza, y que ha utilizado recurrentemente estos años para mostrar el espejismo del Oasis Vasco que ahora, en medio de una crisis de salud sin parangón en nuestro país se cae de un solo soplo a cuenta de su incapacidad, su egoísmo de clase y el nulo respeto a los derechos de salud y bienestar de los vascos y las vascas. Para el PNV el “día después” debe ser igual al “día antes” y su objetivo y estrategia van en ese camino.

Niegan desde el gobierno vasco que la salud pública haya sufrido los recortes que se han dado en otros lugares del Estado. La realidad demuestra que existen 3,3 camas de hospital en la CAV por cada 1000 habitantes, muy lejos de las 5,08 que existen en la media europea. Quizá el recorte no haya sido tan espectacular como en otros lugares pero sí su manifiesta falta de inversión a pesar del aumento del PIB y donde ese presupuesto en salud no aumenta de manera correlativa sino que al contrario va descendiendo.  Incluso en lo local la orientación del PNV de favorecer lo económico, entendido por supuesto como la defensa de sus intereses corporativos y los de sus socios y patrocinadores, queda demostrado en ciudades como Donostia donde se destinan 4 millones de euros “de inversión” a construir una estatua en la isla de Santa Clara y se define como “gasto ” destinar 300,000  euros a la atención primaria a personas sin hogar en momentos como estos. Lo que muestra de manera clara la orientación ideológica que el PNV imprime a sus actos. Y si vamos a los fondos que se están destinando a superar los efectos de la pandemia nos corroboran esta apreciación, donde el plan de rescate se centra en un volumen exageradamente desigual en la prioridad absoluta de los jeltzales de salvaguardar el tejido productivo mostrando su supeditación y convergencia con los intereses de la patronal, mientras que las ayudas sociales son casi nulas.

Con semejante panorama el reto que se le plantea a la izquierda abertzale es inmenso. Nuestro “día después” como pueblo ha de tener muy en cuenta la división territorial que nos han impuesto. El regreso de los Estados Nación a sus fronteras nos aleja de la parte norte de Euskal Herria hasta el punto de no poder siquiera conocer los datos de personas afectadas o muertas por la pandemia. El jacobinismo francés resurge y anula de un plumazo los lazos que entre nuestros herrialdes se venían construyendo. Seguramente una vez pasada la emergencia se puedan recuperar, pero siempre quedará manifiesta la tendencia y el recurso que estos dos estados hacen del centralismo como modo de subsistencia y tendremos que tenerlo en cuenta para saber enfrentarlo.

Hacer de la política un encuentro donde estemos todos y todas que aspiramos no solo a superar la situación que la pandemia nos deje, sino dispuestos a aprender de lo sucedido para evitar que nunca más nos agarre en tan malas condiciones si se diera la desgracia de llegar de nuevo. De ser capaces de llegar a acuerdos para hacer de nuestra sociedad  algo mejor que lo que tenemos. Y ser capaces de hacer valer nuestras diferencias en propuestas que sean en beneficio de nuestras gentes, priorizando  siempre al más necesitado. 

Hoy más que nunca la izquierda abertzale deberá estar atenta a los procesos económicos que se producen en nuestra tierra, analizarlos y ser capaz de ofrecer alternativas válidas a la situación que seguramente se nos va presentar. Tener en cuenta y contrarrestar los procesos de privatización de los servicios públicos que se han dado y los que seguramente se intentarán en un futuro cercano. Ver hasta qué punto la deslocalización ha afectado a nuestro entorno económico y que es un factor que hoy muestra la incapacidad que tenemos hasta para producir elementos básicos destinados a la salud pública y la protección de los profesionales de ese servicio. La segura caída del sector turístico por el efecto de la pandemia. Un sector que va a afectar en  gran medida a la economía del Estado español pues siempre ha sido uno de sus pilares, pero que también tendrá sus efectos en EH más si tenemos en cuenta la orientación expansiva que se le estaba dando desde el gobierno vasco en los últimos años y que va claramente en detrimento de los habitantes por los aumentos en los costos de los servicios y de los alquileres.

También el sindicalismo vasco debe tener claro su rol de vanguardia en la defensa de los intereses de la clase trabajadora cuando sin duda la patronal querrá hacer caer una vez más sobre ella el peso de la crisis como lo ha hecho siempre. Un papel que deberá sobrepasar lo sindical para contagiar a toda la sociedad de la necesidad de activar todas las solidaridades, en todos los sectores de la vida de nuestro país. En una palabra construir poder popular desde abajo, aprovechando muchas de las iniciativas solidarias que han surgido en estas semanas de encierro y pandemia. 

En lo político marcar el rumbo hacia la consecución de nuestras necesidades como pueblo, ahora más identificadas que nunca por una tragedia que nos está marcando a todos y todas y deja en el aire hasta qué punto las instituciones que tenemos no responden a los retos planteados. Unas instituciones que por su sesgo partidista, el interés particular de unos pocos y su dependencia y falta de soberanía nos impiden poder tomar nuestras propias decisiones, las que necesita la mayoría de la sociedad vasca, no para ser insolidarios con nadie, sino para hacerlas más eficientes para superar los retos e, incluso, para ser solidarios con los que nunca dejamos de serlo, los pueblos y los trabajadores de los dos Estados y de todo el mundo. Un “día después” desde donde nos encaminemos hacia la República Vasca.

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