La psiquis en medio de esta guerra

Ana Cristina Bracho
Ana Cristina Bracho

Los voceros de la estrategia que busca defenestrar al chavismo del poder han dejado claramente establecido que su estrategia es maximizar el dolor, dejar al país sin luz, agua, alimentos o gas, hasta que la situación sea sencillamente insostenible.

Hay algunas posturas que una mantiene toda su vida. Recorrer las calles de Caen, todavía con sus hoyuelos de tiros y ser evacuada un par de veces porque cincuenta años después podía explotar una mina, me causaron la seguridad que las guerras no terminan jamás.

Quizás las guerras de nuestra historia pueden haber terminado porque las primeras fueron con flechas y las últimas con insignificantes armas de fuego y a caballo. Nuestras guerras ocupaban un par de kilómetros durante algunas horas y luego había todo un país que tenía que esperar días o meses para enterarse. A lo mejor esto es una gran mentira porque si acabaron aquellas batallas, la guerra no terminó nunca.

Ondeó ciertamente la bandera o se escribió en la Constitución la palabra federal pero nunca llegamos al oasis de ser un país tomado como igual por nuestros antiguos dominadores, o, integrado por tierras y hombres libres.

Ahora pasa una cosa espantosa y es que se normaliza la idea de la guerra. Con frases terribles como decir que la distancia entre la guerra y la paz es un número: el 187; que la democracia depende de la guerra y que es mejor que vengan a hacerla de una vez. Esto al tiempo que algunas cosas que vivimos ya son tan impactantes como una guerra. Por ejemplo, la parálisis de las ciudades en el marco de la ausencia del suministro eléctrico.

En ese marco, el caos se apodera de todos, algunas leyes fundamentales se pierden, y, como pienso ocurre en todas las guerras, la humanidad muestra su mejor y su peor rostro. Podemos pasar la vida escribiendo si queremos conservar los relatos de la nobleza y el mismo tiempo llevarnos narrar las miserias. Sin embargo, lo que me parece fundamental es que ninguno está, ni vive, como antes de estos hechos.

¿Estamos empezando a sufrir alteraciones psicológicas masivamente? ¿Es esto un cuadro de neurosis de la guerra? ¿Qué significan esas pequeñas cosas que nos contamos?

Esa mañana llegando a la oficina una compañera me contaba que se despierta de noche a ver si todavía hay luz. Que sufre pesadillas con que se vaya el agua, que tiene crisis de angustia y que aunque lo intenta no logra recuperar su rutina.

Algunos libros y páginas web hablan de esto, de la neurosis de la guerra, como la enfermedad mental que causan estas situaciones extremadamente traumáticas. Otros como Víctor Tausk critican esas ideas y descartan que la guerra cause locura porque consideran que la guerra sólo proporciona el escenario donde la neurosis se vale del contenido de una producción mental, trastornada y preexistente.

Con estas ideas en mente, viendo que poco importa si la psicosis era previa o generada por la guerra, parece que los psicólogos están contestes en afirmar que estos conflictos generan en la población inusuales cuadros de melancolía y paranoia que no deben minimizarse. Por ello, que debemos entender la dimensión psicológica del difícil contexto en el que estamos y responder a ello, buscando una manera de manejar el Estado que dé consuelo y seguridad; una dimensión jurídica de todo esto y sobretodo el acompañamiento a la población.

Originalmente no quería escribir un artículo de este corte, quería invitarlos a ver lo que nos ocurre como nos los enseñó Aquiles Nazoa porque creo como él que la vida, sean cuales sean nuestras circunstancias, hay que verla con “humor y amor” pero cambié de idea porque siento que todos necesitamos decirlo: en el plan de dejarnos sin país también avanzan en la intención de robarnos la normalidad y esto lo logran, entre otras cosas, dejándonos heridos profunda pero discretamente, para que no podamos seguir parándonos.

Fuente
http://portalalba.org
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