¿Quién será traidor?

Traidor
Iñaki Egaña

«Cuando localices el lugar donde está enterrado tu hermano –escribió Arnau– yo, probablemente resultaré detenido, sin saber aún por cuánto tiempo, y lo que es peor, mucha gente me colgara el sambenito de ‘traidor’ o de ‘chivato’».

Me resulta tremenda la singularidad española en lo que se refiere a la falta de fisuras en sus cloacas. En las últimas décadas han sido centenares las operaciones encubiertas tramitadas desde su Estado profundo, miles los torturados, varias las ejecuciones extrajudiciales... Para gestionar tal cantidad de actividades, han sido decenas de miles los empleados implicados, agentes policiales, periodistas, jueces, políticos, funcionarios, chóferes, traductores, oficinistas, secretarias, telefonistas. Y, sin embargo, las filtraciones de las actividades paralelas han sido tan puntuales que apenas servirían para completar un artículo periodístico.

Apenas atisbo a recordar a aquel policía, Jesús García, que abrió la caja de pandora al relacionar los dos cadáveres guardados en Bussot con los de Josean Lasa y Joxi Zabala y que falleció de un infarto fulminante cuando estaba declarando en el juicio que se celebraba en la Audiencia Nacional. Recuerdo a Juan Alberto Perote, el antiguo director de los servicios secretos españoles, destapando algunos viejos papeles, por despecho a sus correligionarios y no, por cierto, por apego a los derechos humanos. Aquel guardia civil, José María Velázquez Soriano, o el policía Ángel López Carrillo, que denunciaron a sus superiores por actividades relacionadas con el terrorismo de Estado.

Son, sin embargo, las excepciones. Hace ya más de un tiempo, cuando el supuesto exagente del Cesid Francisco Arnau de la Nuez se dirigió a la familia de Naparra para asegurarle donde se encontraba el cuerpo de José Miguel, desaparecido en 1980, sus mayores escusas para fallar a citas previamente acordadas tenían que ver con un concepto inmaterial: la traición. «Cuando localices el lugar donde está enterrado tu hermano –escribió Arnau– yo, probablemente resultaré detenido, sin saber aún por cuánto tiempo, y lo que es peor, mucha gente me colgara el sambenito de ‘traidor’ o de ‘chivato’».

Al margen de las consideraciones sobre si la actitud de Arnau fue dirigida desde otras instancias, fue parte de un juego más amplio u obedeció a un interés personal del exagente, su argumento es de una lógica aplastante. Recordarán también cómo en el juicio contra el fallecido Rodríguez Galindo y sus secuaces por el secuestro de Lasa y Zabala, declaró un testigo protegido con la filiación 1964/S, cuyo nombre es fácil de rastrear (Pablo Codesido Gutiérrez). Codesido, militar adscrito al Cesid y según relató, fue violado y torturado para que no revelara datos sobre los GAL. El entonces ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, fue cuestionado sobre cómo gestionó la protección del agente que, años más tarde, en otro caso, fue condenado por revelación de secretos oficiales. La sombra de la memoria sobre los escasos disidentes internos es ilimitada.

No solo eso, sino que quienes denunciaron los hoy mal llamados «excesos policiales», como si fueran excepciones, también fueron perseguidos. Ildefonso Salazar, que había denunciado torturas, recibió una carta bomba en su domicilio de Orereta, en 1989 que mató a un joven cartero de 22 años, José Antonio Cardosa. En 1996, Luis Roldan reivindicó para el Ministerio de Interior español la acción criminal. En noviembre de 1985, los hermanos Olarra e Iñaki Olaetxea tenían un juicio contra la Guardia Civil por torturas. Contaban con los informes del médico forense Luis Moles. Unos días antes, una potente bomba estallaba en el coche del forense. La muerte es para los disidentes del otro lado de la trinchera. Ya lo dijo el excomisario José Manuel Villarejo, uno de los poceros de las cloacas: «Si este país fuera serio ya me habrían matado». Villarejo no ha cruzado líneas con el tema vasco. Ese es su seguro de vida.

Ante estas consecuencias, ¿quién está dispuesto desde terreno propio a cruzar la línea? ¿Quién de esas decenas de miles de funcionarios están maduros para abandonar su espacio de confort? ¿Quién de aquellos agentes, políticos, forenses, administrativos valoran sus criterios éticos por encima de su seguridad personal? ¿Quién está dispuesto a ser tachado durante el resto de su vida de traidor? La respuesta es sencilla. En una comunidad hispana cerrada y sustentada en valores predemocráticos, los predestinados, unos pocos. Los audaces, ninguno.

Estos días se está proyectando una película basada en el libro autobiográfico de Mohamedou Ould Salahi, un preso mauritano que pasó catorce años en la prisión de Guantánamo. Torturado durante setenta días y elegido como cabeza de turco para cargar las culpas del 11S, su historia ha llegado a las pantallas de la mano del director escocés Kevin McDonald con el título de “The Mauritanian”. La trama secundaria enfrenta a su abogada defensora con un fiscal militar, Benedict Cumberbatch en la ficción que representa al real coronel Stuart Couch. El objetivo del coronel era conseguir la culpabilidad de Salahi y condenarlo a muerte. Pero en la medida que Couch va profundizando en el sumario descubre que Salahi es inocente y que ha sido brutalmente torturado. La escena en la que el coronel comunica a su superior que abandona el caso es especialmente significativa. El general solo tiene un apelativo para Couch: traidor. El resto, tortura, inocencia, etc., no tiene valor.

Alguien que haya seguido la coyuntura política de los últimos años esperaba que el actual ministro de Interior, el tan recordado y citado por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, Fernando Grande-Marlaska, iba a impulsar la investigación de la muerte de Mikel Zabalza? A pesar de las evidencias, de las grabaciones, de los testimonios, de lo inverosímil de la todavía tesis oficial e incluso judicial, ¿suponían que Grande-Marlaska se iba a convertir en el primer traidor español del siglo XXI? El ministro ha hecho honor a su reputación. Y aunque forme parte de un gobierno al que la derecha escora en su discurso entre el socialismo y el comunismo, su actitud es la de un buen español. De esos que jamás cruzarán la línea.

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https://www.naiz.eus
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