El Estado alemán se ha unido a Israel en la Corte Internacional de Justicia para defender a los genocidas sionistas, calificando la acusación de genocidio realizada por Suáfrica como «instrumentalización política». En esta medida subyace el espíritu supremacista que mezcla judaísmo y sionismo.
Aunque las relaciones diplomáticas y económicas entre Sudáfrica y el régimen sionista de Israel siguen avanzando, teniendo en cuenta que Israel fue el único Estado que mantuvo relaciones oficiales completas con el antiguo régimen de apartheid en Sudáfrica, Pretoria se aferra al mínimo de su legado de lucha antirracista y anticolonialista. Esto se refleja en la presentación de la demanda ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) contra Israel por el genocidio en la Franja de Gaza.
El régimen sionista, como era de esperar, respondió con falacias, descontextualización y manipulación, presentando formas incompatibles con el contenido en un marco autista de posverdad. En un momento crucial de la historia, el Estado alemán decidió unirse a Israel en la CIJ para defender el sionismo y a los genocidas sionistas, calificando la acusación de genocidio realizada por Sudáfrica como «instrumentalización política».
Apoyo alemán absoluto a Israel ¿Por culpa o por rigor?
Los criminales nazis que mataron a millones de judíos, así como a comunistas, gitanos, rusos, polacos, etc., en los campos de concentración no eran árabes ni palestinos. Sin embargo, el espíritu chauvinista, euro-supremacista y racista arraigado en la supraestructura alemana no acepta ver al palestino o al árabe moreno tal como es, sino como el ego germánico desea para su propia «paz interna».
El «antisemitismo» fue una proyección subjetiva que surgió en tierras de habla alemana en el siglo XIX. Un orientalista llamado Moritz Steinschneider acuñó el término al hablar de «prejuicios antisemitas» del orientalista Ernest Renan. Pero la aplicación social y política del término fue obra de Wilhelm Marr, quien creó en 1879 la Liga Antisemita para que el «judaísmo» no prevaleciera sobre el «germanismo».
De hecho, el término «semitismo» es una proyección de un entendimiento mecánico bíblico de la historia, incompatible y superado por las ciencias de la historia y la arqueología, ya que no se encontraron rasgos de «Sem» o «Cem». Pero la mentalidad eurocentrista insiste en dar seriedad a conceptos equivocados pensando que la producción germánica es una señal de garantía, como si fuera un automóvil alemán, a pesar de las obras rigurosas de lingüistas, historiadores y arqueólogos desde la década de 1950 que demuestran la falsedad del término «semita» y afirman que existen lenguas y pueblos afroasiáticos, y no «semitas».
Sin embargo, el Estado alemán, que se inspira en el famoso rigor alemán cuando le conviene, decidió en 2018 crear un departamento en el Ministerio del Interior llamado «Oficina del Comisionado del Gobierno Federal para la Vida Judía en Alemania y la Lucha contra el Antisemitismo».
¿Entonces, por qué?
Porque el chauvinismo y el racismo intrínsecos en el establishment alemán se reflejaron en una actitud antipalestinista que mezcla arbitrariamente judaísmo y sionismo, que considera irreversible su valoración de «quién es la víctima». Aunque la ausencia de la narrativa del pueblo nativo palestino en Alemania y Occidente facilitó la tarea del régimen sionista israelí de secuestrar el judaísmo y presentarse como la víctima, las nuevas generaciones de palestinos expatriados y personas conscientes en el mundo están eliminando la ambigüedad y la confusión entre sionista y judío.
La actitud del establishment alemán después de la Segunda Guerra Mundial no es una superación de la época nazi, ni es simplemente un sentimiento de gran culpa por las atrocidades del Tercer Reich.
Es una exportación del «problema judío alemán» y capitalización del mismo. Es una exportación que consiste en mantener a los judíos fuera de Alemania y en manos de un movimiento colonialista, aunque esto conlleva la limpieza étnica de un pueblo nativo como el pueblo palestino. Los judíos serán bienvenidos en Alemania cuando sean huéspedes o cuando no se involucren en causas sociales locales. Esto es uno de los objetivos del movimiento sionista, explicado por su fundador Theodor Herzl de la siguiente manera: «Los judíos se alejan como amigos respetados, y cuando algunos vuelvan más tarde, se les recibirá y tratará, en los países civilizados, con la benevolencia que dispensan a otros extranjeros. Esta emigración no es una huida, sino una marcha ordenada bajo la supervisión de la opinión pública. El movimiento no se ha de iniciar solo con medios estrictamente legales, sino que ha de ser realizada con la amistosa colaboración de los Gobiernos interesados, que resultarán beneficiados».
La derrota del régimen nazi tenía que llevar al nacimiento de una Alemania esencialmente diferente. Es cierto que la división del país lo transformó en dos entidades satélites de la URSS y EEUU hasta la caída del Muro de Berlín o la absorción de la República Democrática Alemana (antigua Alemania del Este) por la República Federal de Alemania (Alemania del Oeste). Sin embargo, la República Federal de Alemania, que se presentó como heredera y representante única del pueblo alemán, optó por apoyar al sionismo y al Estado de Israel, y aceptó los dictámenes sionistas de pagar indemnizaciones por el Holocausto al Estado/régimen israelí, no a los individuos que sufrieron la tragedia cometida por los nazis, reconociendo implícitamente que es la continuidad del régimen nazi. No queda otra explicación: ni una entidad ni un individuo asume la culpa de otro, a menos que se identifique con aquel.
Las indemnizaciones, el apoyo económico y político al régimen sionista de Israel, y la posición inequívoca a favor del genocidio israelí en la Franja de Gaza son la continuidad de una afinidad antigua entre el establishment alemán y el establishment israelí. En 1933 se firmó el «acuerdo de la transferencia» entre el Tercer Reich y el movimiento sionista para romper el boicot judío a los productos alemanes en Reino Unido y Estados Unidos. Los alemanes judíos ricos fueron recibidos sin problemas en EEUU y Reino Unido, pero los alemanes judíos pobres no interesaban a nadie; los judíos pobres luchaban contra el nazismo en las filas comunistas o terminaban en los campos de concentración.
Los alemanes judíos de clases media y media alta fueron una «inversión nazi-sionista». Los nazis tramaron la idea de la «transferencia» y los sionistas la llevaron a cabo con ellos: los bienes alemanes se vendían y, a medida que se concretaban esas ventas, se generaba dinero. En este complejo acuerdo, un judío en Alemania tomaba sus posesiones y activos domésticos y los depositaba en un banco especial llamado Paltreu. Se estableció otro banco, el Banco Anglo-Palestino, ubicado en Palestina, donde se ingresaba el dinero del banco alemán. La Organización Sionista vendía los bienes nazis en todo Oriente Medio y especialmente en Palestina.
Los ingresos generados por estas ventas se dirigían al Banco Anglo-Palestino, y este banco proporcionaba el dinero para que los judíos sortearan las restricciones de moneda impuestas por los británicos y pudieran emigrar. En el proceso, los nazis lograron revitalizar su economía y romper el boicot, ya que no se podía boicotear los bienes mientras se transfería a un judío vendiendo esos bienes. Se desarrolló la infraestructura del futuro Estado de Israel.
Jugar en tiempo extra
La retórica alemana de condenar el racismo y los genocidios, y de pedir disculpas por los genocidios cometidos por el colonialismo alemán en África, resultó espuria. El colonialismo alemán cometió el primer genocidio del siglo XX en Namibia contra los pueblos herero y nama. Namibia ganó su independencia en 1990, pero Alemania no reconoció el genocidio hasta 2021, y firmó un acuerdo de «reconciliación» con el Gobierno namibio que prevé pagar casi mil millones de euros al país africano para «proyectos de desarrollo», es decir, una inversión para que las empresas alemanas abran más mercado y saquen más beneficio. Las protestas multitudinarias del pueblo namibio obligaron a su Ejecutivo a reconsiderar el acuerdo, sujeto a nuevas negociaciones.
Aunque no esperan gran cosa del sistema de «Justicia internacional», los pueblos que sufrieron y sufren la actitud colonialista no están callados y la narrativa sionista se comprueba cada vez más falsa. El presente y la historia están condenando al régimen sionista de Israel y, por supuesto, a todos sus aliados. Se espera que el pueblo alemán aprenda esta vez la lección más rápidamente, antes de que sea demasiado tarde.