La hija del doctor Muruetagoiena (I)

Tamara Muruetagoiena
Jonathan Martínez

El 25 de marzo, casi diez días de detención incomunicada después, Esteban Muruetagoiena pasa a disposición judicial en Madrid y sale a la calle sin cargos. El abogado Álvaro Reizabal lo encuentra desorientado. Durante el viaje de vuelta a Donostia, el doctor manifiesta un comportamiento errático y dice frases inconexas.

Tamara me preguntó si conocía la historia de su padre. Yo le dije que sí pero nunca hasta hoy había indagado en los pormenores. He escrito su nombre alguna vez entre otros nombres de víctimas olvidadas. Esteban Muruetagoiena. El médico de Oiartzun que murió después de nueve días en manos de la Guardia Civil. Ahora que intento recomponer los fragmentos del relato, los testimonios se difuminan y las fechas se confunden en los documentos oficiales. Juraría que nadie ha puesto orden aún a toda la cadena de sucesos y temo deslizar alguna información imprecisa. Pero esta es la historia que le debo a Tamara.

Todo empieza con un coche robado. La tarde del 6 de febrero de 1978, dos hombres armados abordan al conductor de un Seat 131 en Egia. «No te va a pasar nada», le dicen, y dirigen el vehículo hasta el alto de Aldakonea. Allí apean al dueño del turismo con la instrucción de que no notifique el robo hasta las diez de la noche. El vehículo reaparece a las nueve menos diez frente al cuartel de la Benemérita de Herrera. Hay un hombre al volante. Dos hombres descubren sus gabardinas y las metralletas comienzan a escupir ráfagas contra la fachada. Cuando el automóvil se da a la fuga, la Guardia Civil responde con una salva de disparos. A las once de la noche, en la carretera de San Marcos de Errenteria, aparece un Seat 131 molido a balazos y salpicado de sangre.

Aquella misma tarde, el médico titular de Oiartzun se encuentra en una sala de cines de Donostia. Se llama Esteban Muruetagoiena. Su esposa se llama Elixabete Hormaza y es estudiante de enfermería. Su hija se llama Tamara y tiene cuatro años. La madre y la niña se encuentran en su domicilio de Aldapa Bekoa cuando suena el timbre. En la puerta, un hombre empuña una metralleta. En el vehículo hay un hombre cubierto de sangre. El tercer hombre, el conductor, sabe que esa es la casa del doctor y reclama atención médica. La madre esconde a la hija bajo la cama en medio del pánico y telefonea al doctor José Miguel Yetano. En su viaje de regreso al hogar, Esteban Muruetagoiena queda atrapado en un purgatorio de retenes policiales que taponan la carretera y ralentizan el tráfico. Ni siquiera imagina lo que va a encontrar cuando llegue a casa.

El auto judicial pone nombre a los miembros del comando. Eugenio Sein debió de ser quien condujo el vehículo hasta Oiartzun antes de abandonarlo en Errenteria. Ángel María Lete debió de ser quien hizo guardia durante la estancia en el domicilio del doctor Muruetagoiena. Tomás Linaza debió de ser quien convaleció de las heridas más profundas. Lete y Linaza toman a la madre y la hija como rehenes mientras el doctor Muruetagoiena acude a su consulta para fingir normalidad. Planean reponerse de los disparos antes de franquear la frontera. Pero el 9 de febrero irrumpe un incómodo contratiempo. Hacía diez años que no caía una nevada tan espesa. Los puertos de montaña están cerrados. Los dos miembros de ETA permanecen en la casa durante diecisiete días.

El paso del comando por Oiartzun cae en el olvido hasta que las pesquisas judiciales reconstruyen los hechos. El 7 de marzo de 1979, la Audiencia Nacional dicta un auto de procesamiento contra Esteban Muruetagoiena por un presunto delito de encubrimiento y colaboración con banda armada. Por fortuna, el doctor consigue despejar las dudas de los magistrados y demuestra su inocencia. En una misiva del 2 de julio de 1979, el letrado Joaquín Ruiz-Giménez felicita a Muruetagoiena porque la Audiencia Nacional ha anulado el procesamiento. Sin embargo, añade unas palabras que ahora resultan premonitorias. «No tengo la absoluta seguridad de que ya no te vayan a molestar más».

El tiempo gira y la vida cambia. Elixabete Hormaza se establece en Madrid junto a la niña Tamara y el doctor Muruetagoiena permanece en su consulta de Oiartzun. Hay otra circunstancia que ha cambiado. El 4 de diciembre de 1978, en plena campaña por el referéndum de la Constitución española, el gobierno de UCD ha dado vía libre a una ley antiterrorista que resquebraja los principios constitucionales y permite hasta diez días de detención incomunicada sin asistencia jurídica. En la práctica, la medida va a convertirse en un agujero negro de derechos humanos.

El 15 de marzo de 1982, dos jóvenes disparan en Errenteria contra un cabo de la Guardia Civil llamado Modesto Martín. Se levantan controles policiales. Las Unidades Antiterroristas Rurales cruzan una tanqueta en el alto de Miracruz y registran los vehículos que circulan hacia Donostia. De madrugada y con la ley antiterrorista en la mano, se multiplican en Errenteria y Oiartzun las detenciones de personas inocentes. Dicen los periódicos que se han llevado a tres de los hermanos Ibarguren. Dicen que han arrestado a Arantxa Zapirain. Pero no dicen nada de Esteban Muruetagoiena. Después de dos días de ausencia en la consulta, los vecinos acuden a su domicilio junto al alcalde. Así descubren que el doctor lleva desde el martes retenido en la Comandancia de la Guardia Civil del Antiguo. No saben aún que han detenido a Elixabete Hormaza en Madrid o que el lunes 22 van a arrestar también al doctor José Miguel Yetano.

El 25 de marzo, casi diez días de detención incomunicada después, Esteban Muruetagoiena pasa a disposición judicial en Madrid y sale a la calle sin cargos. El abogado Álvaro Reizabal lo encuentra desorientado. Durante el viaje de vuelta a Donostia, el doctor manifiesta un comportamiento errático y dice frases inconexas. Solo quiere regresar cuanto antes a Oiartzun. Su madre, una siciliana llamada Vittoria Scola, se desplaza desde Ondarroa para hacerle compañía mientras se recupera del impacto psicológico. Pasa un día. Pasan dos días. Al tercer día, el domingo 28 de marzo, Esteban Muruetagoiena y Vittoria Scola conversan hasta las dos de la madrugada. Él se siente exhausto. Se acuesta y le pide a su madre que no lo despierte hasta las once de la mañana. No despertará jamás.

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https://www.naiz.eus/
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