Tres ratos con Lucio Urtubia

Lucio Urtubia
Aitor Balbás Ruiz

Fue un anarquista que hasta el final de su vida creyó en la revolución y no en la reforma, que apostó por la acción directa y no por la disputa institucional, que era capaz de apoyar campañas de proyectos políticos que no eran los suyos y que siempre estuvo dispuesto a colaborar activamente con causas de otras latitudes.

a primera vez que discutí de política con el albañil de Cascante fue hace muchos años. Era verano y nuestra visita a París estaba finalizando. Por la mañana habíamos descansado en el pequeño piso que unas camaradas italianas tenían en Rue Lesage. Recordando la cárcel y las palizas policiales compartidas durante el asalto a los cielos en la Génova de 2001. El apartamento estaba en una callejuela paralela a Rue Ramponneau, en pleno distrito XX insurreccional, donde según Los apaches de París resistió la última barricada de la Comuna. Atrás quedaban los paseos en bicicleta, varios centros sociales okupados, la acampada permanente de sinpapeles subsaharianos, y una visita al Louvre. También las incursiones a librerías feministas, autónomas, libertarias, trotskistas, y a algunas míticas del Barrio Latino, a la búsqueda de ideas para el nuevo espacio que habíamos abierto en Pamplona.

“Su retórica favorable a la propaganda por el hecho, el apoyo mutuo y la ética sin concesiones no me evitó la sensación de ser arrollado por esa mezcla de visceralidad y honestidad brutal”

Por la tarde fuimos a su casa de Rue des Cascades, que estaba muy cerca, al otro lado del parque de Belleville. No he olvidado la hospitalidad de Lucio ni aquella conversación desordenada, apasionada y vehemente en la que, en algún momento, tropezamos con el Che. Quisiera recordar que empezamos con aproximaciones razonablemente divergentes, pero me vienen a la memoria argumentos y miradas problematizadoras chocando frontalmente con la impugnación de Lucio que, aunque respetuosa, fue áspera y reincidente. Haberme pedaleado Cuba de punta a punta o tener frescos los Pasajes de la guerra revolucionaria cubana y el Diario en Bolivia no me sirvieron para escalonar una defensa dialéctica ordenada. Y aunque la velada transcurrió después por otros derroteros, cerré desasosegado la puerta de Louise Michel cuando nos despedimos. Él interpretaba que su desencuentro con el Che, cuando le propuso inundar Estados Unidos con dólares falsos, no fue casual. Y que lo que malogró la operación no fueron las diferencias organizativas y operacionales, sino los irreconciliables (y subyacentes) puntos de vista respecto al Poder y al Estado. Mi permeabilidad a su retórica favorable a la propaganda por el hecho, el apoyo mutuo, y la ética sin concesiones, no me evitó la sensación de ser arrollado por esa mezcla de visceralidad y honestidad brutal tan suya, de esas que raramente te encuentras.

Por ironías de la vida, aquella noche fuimos a cenar a Le vieux Belleville, donde actuaba Riton la manivelle, y uno de los momentos con los que más vibró la audiencia de la taberna fue cuando el organillero interpretó Hasta siempre comandante. De vuelta a casa, recuerdo la conversación bullendo en mi cabeza. Aunque, si Lucio no había sido condescendiente con los burócratas del aparato cenetista que, en el exilio de Toulouse, abandonaron a su suerte a Quico Sabaté y a la guerrilla urbana del interior en la larga noche de la dictadura franquista, ¿por qué iba a serlo con el Che? El paso del tiempo me ha acercado a su punto de partida. Aquella lectura intransigente de la fallida colaboración con los cubanos era su forma de explicar que su verdad, la revolución y la Idea, no se plegaban ante nadie, ni aunque fuera el Che. Y que no se bajaba del burro aunque tuviera setenta y tantos años.

La segunda vez que hablé con él fue años más tarde en La Hormiga Atómica de Pamplona, predecesora de Katakrak. Había buen ambiente en el colectivo, porque parecía que las trabajadoras domésticas migrantes, que habían celebrado varias asambleas bastante concurridas en el local, iban a montar, por fin, su propio sindicato. Una ecuatoriana y una peruana, cuadros comunistas en sus países de origen, tiraban del carro. Todo apuntaba a que nuestras hipótesis sobre la autoorganización de clase y el sindicalismo social, iban a dar un pequeño fruto. Lucio estaba contento y nos regaló alguna que otra flor. Sin duda, ayudaban los salarios precarios y las jornadas interminables de la empresa política, en la medida que encajaban con su manera de vivir la militancia: un compromiso profundo basado en una exacerbada cultura del trabajo.

“Su manera de vivir la militancia: un compromiso profundo basado en una exacerbada cultura del trabajo”

En algún momento, el debate sobre la construcción del contrapoder fue decayendo y derivó hacía las vías de financiación, legales e ilegales. Un compañero hacker explicó las incursiones de los hacklabs en sites y bases de datos de instituciones oficiales y privadas, pero no mostró gran interés por aquellos modestos ataques digitales vinculados a las campañas contra las infraestructuras nocivas que devastan el territorio. Y ya en el segundo tramo de la sesión, sus aportaciones fueron escorándose hacia la vigencia y necesidad de la expropiación. Ahora, según él, infinitamente más sencilla. ¿Cómo era posible que una parte importante de nuestro esfuerzo no estuviera orientado a expropiar a través de la red? Estábamos perdiendo el tiempo: el dinero que necesitábamos para todas las cosas que queríamos hacer lo tenían los bancos. Si volviera a nacer, afirmó tajantemente, sería pirata informático. También está vez Lucio tuvo cierta capacidad de perturbar a sus interlocutores. No es que hablara de cosas sorprendentes, pero en aquel momento, el ciclo de la lucha global por los comunes en la red, que habían abierto la red Indymedia y el activismo digital, estaba cerrándose. El capitalismo parasitario de la información estaba sentando las bases del internet 2.0, capturando la filosofía y el repertorio tecnopolítico del proyecto antagonista, y generando nuevas cuencas de extracción de riqueza, a la vez que mercantilizaba el código abierto colaborativo (en sentido amplio) neutralizando su potencia política.

En esta ocasión, mi lectura del debate, a posteriori, fue bastante literal, porque no admitía demasiado margen a la interpretación: recuperar parte de lo que roban los bancos es una tarea prioritaria, sí, pero también es una misión crecientemente complicada. Pudimos comprobarlo durante la legislatura pasada, cuando ni los ayuntamientos del cambio, ni la llamada nueva política, fueron capaces de imponer un sistema de tasas a las viviendas vacías en propiedad de las entidades bancarias.

La tercera vez que coincidimos fui un mero espectador. El pintor y escultor Juan Gorriti había quedado con él para explicarle la idea de un exposición en torno a su figura. Se suponía que dos compañeros de Katakrak iban a comisariarla y que iniciaría su andadura en nuestra sala de actos. Arte, pasión, anarquía, libertad, revolución, coherencia, espíritu libre, raíces, niñez, muerte... los conceptos, propuestas, explicaciones, aclaraciones, digresiones y divagaciones del artista durante aquellas dos horas fueron un torbellino abrumador. Y aunque después de aquella performance, no entraba en mis cálculos que volviera a sorprenderme, cuando el verano pasado, inaugurando sus cromlech en las Malloas, anunció que iba a pintar el cielo, ¡y se puso a ello!, volví a caer en la cuenta de que en esta vida hay pocas certezas. Lucio apenas habló, y creo que escuchó respetuosamente aquella propuesta caótica y apabullante porque estaba dispuesto a entenderse con alguien diferente, sin pedir nada a cambio. Si tuviera que acotar su receptividad de aquel día, diría que obedeció a una genuina falta de prejuicios y a su alegría de vivir.

“Lucio compartió su descomunal capital simbólico muchas veces, y cada vez que lo hizo, su sombra se agigantó”

Lucio compartió su descomunal capital simbólico muchas veces, y cada vez que lo hizo, su sombra se agigantó. Más aún, por contraste con las maneras izquierdistas, que convierten cualquier rincón del movimiento en oportunidad para el codazo por la hegemonía. De esto último, de apoyar las iniciativas solo cuando se ejerce el control político efectivo, tenemos a mano innumerables ejemplos. Sin ir más lejos, bien cerca de su pueblo, los mismos que reivindican al libertario ribero, mantienen dos plataformas contra el Polígono de tiro de las Bardenas, enfrentadas entre sí. Y los mismos que le aplaudían cuando él respaldaba su causa, nunca le acompañaron en un acto de apoyo a los presos de Action Directe, a cuyo programa político se sintió tan vinculado.

Él fue un anarquista que hasta el final de su vida creyó en la revolución y no en la reforma, que apostó por la acción directa y no por la disputa institucional, que era capaz de apoyar campañas de proyectos políticos que no eran los suyos o que, incluso, eran ideológicamente incompatibles con sus ideas, y que siempre estuvo dispuesto a colaborar activamente con causas ajenas de otras latitudes. Esas cuatro cualidades suyas (pasión revolucionaria, entusiasmo por la acción directa clandestina y preferentemente no violenta, solidaridad políticamente desinteresada hacia las causas ajenas, e internacionalismo activo) han decaído mucho por estas tierras en los últimos tiempos. De ahí que su figura brille con tanta fuerza.

Como solía decir, está casi todo por hacer.

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https://www.elsaltodiario.com
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