Minga indígena llega a Bogotá para nuevas jornadas de protestas

Minga indígena llega a Bogotá
Telesur

Los representantes de pueblos originarios se solidarizarán con los Embera y conmemorarán un año del Paro Nacional.

La caravana humanitaria por la defensa de la vida, conocida como Minga indígena, tras avanzar por diferentes ciudades de Colombia, llega este miércoles a Bogotá, la capital, en una nueva jornada de protestas.

En el marco de sus protestas, el movimiento rechazará y denunciará la violencia sistemática que se está viviendo en el país, con la vulnerabilidad derechos humanos, las afectaciones a los páramos, la desaparición de jóvenes durante el estallido social y el reclutamiento forzado de jóvenes y menores de edad en los territorios indígenas.

La caravana había partido el pasado domingo 24 de abril, desde la ciudad de Popayán y busca también como propósito obtener la declaratoria de emergencia humanitaria para la comunidad Embera que cumplió siete meses en el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera de la capital colombiana.

La columna está compuesta por un millar de indígenas acompañados de representantes de comunidades afrocolombianas y estudiantes de universidades públicas del suroccidente de Colombia, quienes harán presencia en la Universidad Pedagógica  y posteriormente se trasladarán a la localidad de Teusaquillo para acompañar a las más de cien familias que permanecen en dicho espacio de la ciudad.

De acuerdo al Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) se trata de una "acción legítima, caminando la palabra, para declararnos en emergencia humanitaria por toda la situación de violencia que viene bañando con sangre nuestros territorios indígenas, afros, campesinos...".

"...  y ahora los territorios de la ciudad con la persecución militar y política que tienen los jóvenes que han participado en estas grandes manifestaciones en los últimos tiempos”, remató.

Según adelantó el CRIC, la segunda parte de la agenda de la minga indígena en la capital consistirá en plantear a los ciudadanos una propuesta de paz integral a implementar a partir del próximo Gobierno, que iniciará labores desde el próximo agosto.

Otra de las demandas de la Minga indígena está relacionada con la prohibición del llamado "fracking", una movilización en la cual participaron las 139 autoridades indígenas de los 11 pueblos que hacen parte del CRIC:

“Los pueblos indígenas se unen a este llamado por la vida, en defensa de los derechos ambientales, sociales y culturales de las comunidades, por eso caminarán por las principales calles de Popayán, conscientes de que es necesario la unidad entre distintos para salvar al planeta”.

Las comunidades aseguraron que el uso del "fracking" afecta directamente la integridad social, cultural, económica y territorial de todo un país, por lo tanto, buscan a través de esta marcha llamar a las organizaciones sociales, ambientalistas, defensores de los derechos humanos a la unidad, pero sobre todo, “al Gobierno nacional para que derogue esta ley, que como se ha visto en otros países, genera unos daños ambientales severos y una afectación directa a la madre tierra”.


Paro Nacional en Colombia 2021: "Seguimos dispuestos a dejar la vida por una causa justa"

Hace un año estalló una de las manifestaciones más grandes de la historia de Colombia. El pueblo marchó por las calles de las diferentes ciudades para demostrar su descontento con el Gobierno de Iván Duque. Sputnik habló con un participante de Cali, población en la que más hechos violentos se presentaron.

El 28 de abril de 2021 el pueblo colombiano dijo no más, organizó su rabia y salió a protestar a las calles de las principales ciudades para demostrarle al Gobierno Nacional su descontento con las políticas sociales y económicas en medio de la pandemia.

Ese día comenzó la que ha sido, a la fecha, una de las movilizaciones más grandes en la historia del país, una necesidad de cambio que se ha hecho imparable y que fue reprimida con violencia, con balas, golpes y amenazas. Una juventud cansada de la pobreza de muchos, de los desaparecidos, de las muertes inexplicables y de un Estado ausente, condescendiente con la clase política de siempre.

Hace un año, el país despertó y las inconformidades acumuladas llevaron a que las calles terminaran en campos de batalla, en policías disparando a mansalva y jóvenes defendiéndose con escudos de hojalata, con pedazos de madera, con su propia humanidad como protección del otro. Cali, la capital del Valle del Cauca (occidente del país), pasó de ser la sucursal del cielo, como se le conoce, para ser la sucursal de la protesta, de la lucha y el aguante. Una ciudad fuera de control.

Por eso, en esta oportunidad, no será la voz del periodista la que relate esta historia, sino la de un estudiante de enfermería, un adolescente que vivió horas duras, horas de miedo, horas de terror, pero que hoy en día resalta que, de poder devolver el tiempo, haría lo mismo, saldría a las calles para mostrar su disgusto con una clase dirigente que a él y a muchos otros —sino a todos— los tiene en el olvido. Por su seguridad, Andrés, que en realidad no es Andrés, pidió que le cambiara su nombre. Fue su condición para contar lo que pasó ese 28 de abril de 2021.

El 28 de abril de 2021 en primera persona

"Días antes supe de las marchas y ya tenía claro que iba a participar. De una manera pacífica, claro. Al mediodía salí de mi casa y me fui para Meléndez, al sur de Cali, porque de ahí partía una movilización. Además, estaba programada una olla comunitaria y presentaciones culturales. Sin embargo, cuando al atardecer, la Policía, que hasta entonces hizo un acompañamiento silencioso, se descontroló. No sé si fue una orden para despejar las vías, pero empezaron los gases lacrimógenos, los enfrentamientos con compañeros de la Primera Línea y las balas de goma.

La gente empezó a destruir las estaciones del Mío [sistema de transporte masivo de la ciudad] para tomar elementos para defenderse. Es que lo que más dio rabia fue que el ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía) inició con la violencia de la nada, no hubo un detonante que justifique el comportamiento. Y yo, al ver a los heridos, empecé a atenderlos. A quienes les estalló un proyectil en la cara, a los que, por los golpes, tenían hematomas en la cabeza o laceraciones, incluso a los que no podían respirar.

Claro, imaginate vos, un estudiante de enfermería atendiendo a la gente en el suelo. Eso sí que molestó a los del ESMAD. Y me golpearon, me dispararon. De hecho, un policía me apuntó directo y de no ser por un amigo de la Primera Línea, que se interpuso con su escudo de lata, no estaría contando la historia. Fue algo de segundos: el tipo apuntándome y yo petrificado, sin reaccionar. Estoy vivo de milagro. Vaya uno a saber si esa arma tenía balas de goma o balas reales. De todo se vio ese día, hasta civiles tiroteando a mansalva. Y con armas de verdad.

Recuerdo que después de eso me acerqué a un jóven al que a punta de golpes le fracturaron la tibia y el peroné. El dolor debió ser enorme, pero no lloró, solo el ceño fruncido. Como pude le inmovilicé la pierna y le dije a los amigos que tenían que llevarlo de inmediato a un centro asistencial.

No sé por qué tenía el presentimiento de que todo iba a terminar en violencia y por eso llevé una camiseta que decía Brigada Médica, pero ni eso les bastó para no atacarnos. Por los gases me puse una bufanda en el rostro y, claro, más se vinieron encima para golpearme.

Así fue hasta la media noche, siempre en Meléndez. Luego me trasladé con un par de amigos hasta el Paso del Aguante, antes conocido como el Paso del Comercio, y me encontré con un paciente que tenía una contusión en el rostro por un golpe. La parte derecha, edematizada y con dificultades para respirar. Noté que la cosa era grave cuando empezó a hablar incoherencias y luego empezó a escupir sangre antes de perder la conciencia. Son signos de alarma con los que te das cuenta que la vaina está jodida.

No puedo decir qué fue lo más duro que vi esa noche, porque todo era espeluznante, pero recuerdo a un uniformado que le apuntaba a una señora y sus niños. Más de uno salió con sus familias porque el plan era marchar y disfrutar de las muestras culturales, nada más. No sé si el policía estaba bromeando, pero el simple hecho de hacerlo me indignó, me impactó, me dolió en el alma.

A mi familia les dije que iba a marchar, que no demoraba. Y ya era más de la una de la mañana y yo todavía andaba por las calles. Pero no podía irme, no podía dejar a la gente tirada, herida, personas que horas antes me habían dado una sopa, gente amable, personas que me contaron sus padecimientos y el porqué de su inconformismo. Hice amigos en cuestión de horas y no me iba a retirar por más que tuviera miedo. A uno de ellos le contuve una hemorragia para que no perdiera un brazo. Intenté hacer lo que más pude, aunque no fuera mucho.
Inclusive me le acerqué a un policía que minutos antes había sido molido a patadas —literal— por una decena de personas. Lo traté de calmar, le dije que si lo podía revisar, lo valoré, le tomé signos vitales y le dije al compañero que era necesario trasladarlo cuanto antes porque presentaba una contusión fuerte en las costillas.

Pero, cómo es la vida, llegó otro policía que me vio ahí y sin preguntar me pegó un planazo, un golpe seco, y me tuve que alejar. Luego vinieron las amenazas, que yo era un delincuente, un encapuchado, que si no me iba me fusilaban, que ya tenían mi nombre y videos con mi rostro. Y que no se me hiciera raro que amaneciera al otro día en el Cauca [departamento más al suroccidente del país]. Sentí miedo. Después supe que a compañeros que se llevaron a las estaciones de policía los amenazaron con desaparecerlos.

Llegué a la casa a las cinco de la mañana. Durante los siguientes días armamos una red de atención médica y muchos trabajadores de la salud se unieron para atender a los heridos, comprar gasas y guantes, y estar ahí pendientes a la noche que era cuando se presentaba lo más trágico. Fueron jornadas duras, pero sientes que estás ayudando desde tu área, que estás aportando.

Ahora, un año después de todo lo que pasó, sabemos que todo sirvió como una revelación de que el pueblo está cansado, de que no queremos seguir por el mismo camino y que no estamos de acuerdo con muchas cosas. El pueblo despertó y quedó claro que la gente ya no le tiene miedo al Gobierno, que no bajaremos la cabeza y que seguimos dispuestos a dejar la vida por una causa justa".

El paro en cifras

El paro nacional de 2021 inició el 28 de abril y terminó, con unas pocas marchas, el 31 de julio. Lo más fuerte se presentó hasta la segunda semana de junio, cuando los enfrentamientos entre manifestantes y la Policía fueron diarios.

Este levantamiento ha sido uno de los más masivos en Colombia luego del Bogotazo en 1948 —por la muerte del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán— y el Paro Cívico de 1977, manifestación popular contra las medidas económicas del entonces presidente Alfonso López Michelsen (1974-1978).

Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia, se recibieron denuncias de 63 personas fallecidas en el contexto de las protestas. A la fecha se han verificado 46 muertes (44 civiles y dos policías). El 76% de los fallecidos fueron por impacto de bala.

Incluso, según la misma oficina, hay pruebas de que al menos 28 de estas muertes fueron causadas por agentes de la Policía y 10 de estas por miembros del ESMAD. Personas no pertenecientes a la fuerza pública habrían matado a 10 civiles y todavía no hay pruebas para esclarecer lo que pasó con las ocho restantes.

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https://www.telesurtv.net/
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